Araña feminista | Pensar la ciudad con perspectiva de género

¿Hay otras formas de pensar y hacer ciudad?

La geógrafa Cindi Katz, quien estudió la segregación espacial que padecen las mujeres musulmanas, concluyó que Occidente cuenta con el miedo a la calle, al afuera, a la ciudad, como un dispositivo que funciona de la misma manera que lo hace la reclusión islámica: restringiendo el acceso y disfrute del espacio público a las mujeres. Este miedo inculcado desde temprana edad, funciona tal y como lo explica Marta Román Rivas: “Como una caja de resonancia del discurso ancestral que considera que la asociación mujer/calle hace referencia a aquellas que están fuera de lugar o fuera del momento que les corresponde”.

No obstante, a pesar de todo este amedrentamiento, las mujeres salimos a la calle, pero lo hacemos cargando por un lado, con una aguda conciencia de nuestra vulnerabilidad en los espacios públicos, y por el otro, con la creencia de que nuestra seguridad en estos espacios depende casi exclusivamente de nuestra conducta, ropa, horarios y rutas; en consecuencia, desarrollamos estrategias para lidiar con las amenazas que se agazapan en plena calle, estrategias que al final nos complican la cotidianidad, nos vedan experiencias y lugares o simplemente no nos protegen en lo absoluto porque el problema no somos nosotras ni nuestro comportamiento en el espacio urbano, sino la forma como está pensada y construida la ciudad.

Ah, pero ¿acaso hay otras formas de pensar y hacer ciudad? Pues sí, precisamente a eso iba…

Hablemos, por ejemplo, del urbanismo con perspectiva de género que reconoce que la ciudad no es un espacio neutral, sino que su diseño, funciones y morfología obedecen a las necesidades del sistema capitalista que privilegia las actividades productivas y la especulación inmobiliaria, al mismo tiempo que invisibiliza las actividades reproductivas no remuneradas, que siguen estando mayoritariamente a cargo de las mujeres. La perspectiva de género ofrece unos significativos aportes para el urbanismo, tanto como disciplina que se ocupa de la forma y funciones de la ciudad como de la interacción entre sus habitantes y el entorno construido.

La perspectiva de género en el urbanismo, que nos incluye ampliamente a todos los ciudadanos, propone que habitar la ciudad es más que trabajar, producir y cuidar de otros siguiendo los roles tradicionales; habitar es poder desplegarnos en los distintos ámbitos de la vida social intensa e íntegramente.

Así, la perspectiva de género nos llama a pensar la ciudad desde la proximidad, la cotidianidad y la complejidad; poniendo en primer plano la vida y las necesidades de las personas para ofrecerles una variedad de espacios y servicios cercana a sus hogares y rutinas, de modo que puedan acceder a ellos con desplazamientos breves y eficientes. Pensar la ciudad con perspectiva de género significa también recuperar el espacio público para encontrarnos y reconocernos, ya que después de todo el espacio no es simplemente el escenario de la vida urbana sino su soporte fundamental.

 

Alejandra Leal Guzmán

 

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