Al derecho y al revés | Un cambio posible

06/03/2024.- Caraqueño y curioso por naturaleza, a pesar de haber crecido en el este, siempre tuve y conservé amistades desparramadas por toda la ciudad.

Una de estas amistades, a quien no veía desde la época de las guarimbas —cuando una noche durmió en mi casa al huir de un allanamiento a una toma medio payasa que tenían en la plaza de Las Mercedes—, reapareció luego de haberse ido del país "para siempre".

Amigo es amigo y no desaproveché la oportunidad de tomar café, aclarar y conversar, porque lo hacía muy lejos.

El buen señor —porque ya no es un niño— me contó que estuvo en Colombia, Ecuador, Perú y Chile, de donde regresó mediante ayuda de nuestra Embajada.

De todos esos países estaba decepcionado, dijo, porque "nada de lo prometido se cumplió" y en el periplo perdió lo poco que pudo vender antes de coger camino.

Sobre eso de "lo prometido", contó que eran pocas cosas —ninguna como para adornar el alma—, puros bienes de consumo, aun básicos si se quiere.

Carro, apartamento y buen trabajo no consiguió en esos países, a pesar de haber terminado aquí los estudios de abogado. Cuando el hambre rondaba, tuvo que cargar cajas y trabajar como buhonero para el dueño de una tienda en Lima.

Equivocado, yo pensaba que ese amigo cogería mínimo y buscaría un trabajo, pero no: dice que trabaja por internet y que quiere cambio.

Ante semejante necedad, terminamos de tomarnos el café y me despedí deseándole suerte, pero me puso a pensar por qué —sin ser de lejos mayoría— especímenes como ese viejo amigo más o menos abundan. El común denominador en ellos es la palabra "cambio", que a mi juicio debe ser analizada antes que cause daño de nuevo.

Quienes piden cambio, por lo general añoran lo que tuvieron cuando Venezuela era uno de los primeros países exportadores del principal bien comercial: el petróleo.

Ambas condiciones no se darán, al menos, en una generación, porque el país —sanciones de por medio— ahora es pobre y somos el decimonoveno productor de crudo. También conspira contra mayores ingresos en divisas la población que, aun restando a los que se fueron —tras la mentira que comunicadores mercenarios repetían desde sus programas de TV y la radio, principalmente, según la cual en Colombia a los seis meses comprarían carro y al año, apartaco—, sigue subiendo.

Esos soñadores, envenenadas sus mentes e ignorantes en varios idiomas, sueñan con un cambio que ni siquiera individualmente se les dará, porque, aparte de irreal, lo quieren rápido y sin esfuerzo.

Cambios se tienen que dar y quien los puede liderizar es el presidente Maduro, que está al frente del país y de su partido, donde —y me refiero al PSUV— no se ven mayores discrepancias, como sí afloran en cada ocasión entre la oposición.

Y no son cambios para que cada venezolano tenga carro nuevo, sino para que la vida cotidiana mejore cada vez más.

Por ejemplo, en las calles tiene que reinar el orden, lo que se traduce en que la acción del Estado debe estar dirigida a combatir el hampa y el bochinche guarimbero.

En el futuro, quien abuse del derecho a protestar deber ser objeto de inhabilitación política y cárcel civil.

La matraca policial debe ser combatida a muerte, porque en las alcabalas se apropian de lo que producen los agricultores, y en las ciudades le restan confianza a cualquier gobierno al robar a los trabajadores. De paso, no puede ser que luego de jornadas extenuantes, estos tengan que esperar horas por el autobús cuando están a la vista cementerios de buses que fallecieron por irresponsabilidad, falta de mantenimiento y corrupción.

Para todo eso —que ni es tanto—, se requieren mucho más jueces, fiscales del MP, cárceles e incluso jueces de paz.

Y ese es un cambio que solo lo puede lograr el ciudadano Nicolás Maduro. Lo demás son vapores de la fantasía, para decirlo con palabras de Andrés Eloy.

 

Domingo Alberto Rangel


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