Arístides Bastidas hizo del periodismo una ciencia

"Tiene el don de comunicarse o saber, en términos simples, rendir los conocimientos de más alto nivel al alcance de cada uno”, Amadou M´Bow, director Unesco (1982)

06/03/24.- "Poner la ciencia en lengua diaria, he ahí un bien que pocos hacen", una frase de José Martí, era el lema de Arístides Bastidas, el periodista científico más prominente de nuestra historia, que en estos días estaría cumpliendo cien años.

“Tiene el don de comunicarse o saber, en términos simples, rendir los conocimientos de más alto nivel al alcance de cada uno”, expresó el entonces director de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el senegalés Amadou M´Bow, en el acto de entrega, en 1982, del Premio Kalinga, uno de los más prestigiosos galardones del mundo para divulgadores y promotores de la ciencia.

También le otorgaron el Premio Capire para educadores de la Universidad de Florencia, pero falleció antes de recibirlo, en 1992. Asimismo, fue reconocido dos veces con el Premio Nacional de Periodismo, obtuvo el Premio Latinoamericano de Periodismo Científico John Reitemeyer y varias veces el Premio Municipal de Periodismo.

Bastidas, nacido en San Pablo, pueblo enclavado en un fértil valle de la sierra de Aroa, en el estado Yaracuy, era muy humilde al autoevaluarse: "No soy otra cosa que un labriego contento de cultivar su huerto con la mayor dedicación. Y si algún mérito tengo, reside en la terquedad con que hago la siembra, y no en la abundancia de los frutos que cosecho”. Estas fueron sus palabras cuando la Universidad Central de Venezuela le otorgó el doctorado honoris causa, en 1976.

Además de labriego, Bastidas fue monaguillo, quincallero, buhonero, vendedor de arepas, colector de autobús, secretario de oficina y asistente de enfermería en un psiquiátrico, antes de empezar como periodista en Últimas Noticias, según un texto de Joaquín Pereira en el blog La ciencia amena de Arístides Bastidas: (https://lacienciaamena.blogspot.com/), dedicado a la vida del insigne yaracuyano.

Se tomaba a sí mismo en broma. Una vez dijo que era un auténtico pirata. "Mis columnas y mis entrevistas surgen de la consulta que hago en libros y con investigadores. Cuando las difundo, el público se traga el cuento de que soy un genio".

La periodista Rosario Pacheco, una de sus alumnas, no duda en afirmar que era un ser excepcional, digno de ser imitado: "Fuimos privilegiados los que pasamos por su escuela no sólo por lo que aprendimos del periodismo científico, sino principalmente por el ser humano que era Arístides, su optimismo, su amor por la vida, su preocupación por el país".

La principal enseñanza de Bastidas para su larga lista de discípulos en la "Escuelita" o la "Brujoteca" (un rincón de la vieja sede de El Nacional, en la esquina de Puerto Escondido, de El Silencio) fue la siguiente: "El oficio de nosotros, los periodistas, no es el de oscurecer las aguas para que parezcan profundas, usando un lenguaje ininteligible; es todo lo contrario, llevar claridad a donde existe confusión y llamar las cosas por el nombre con el que las conoce el pueblo”.

Aparte de los pasantes y periodistas ya graduados que se forjaron al calor de su exigente fragua, el profesor formó a legiones de lectores a través de su columna La ciencia amena, que se publicó desde 1971 hasta 1992, una cátedra permanente de divulgación científica, usada como auxiliar por los docentes de primaria y secundaria, por su estilo desenfadado y a la vez profundo.

Bastidas logró esos prodigios educativos siendo un autodidacta, sin tener él formación universitaria. Cuando acudía a las universidades era a dictar clases magistrales o a recibir honores. En las bibliotecas de la UCV y otras casas de estudios superiores hay unas cuantas tesis de grado y posgrado en las que se estudia su obra, varias de ellas dedicadas por sus autores al egregio maestro.

Numerosos comunicadores que continuaron por el camino que él trazó eran su hechura y mantuvieron encendida la llama del periodismo científico hasta que pudieron. Las tendencias que se apoderaron de los grandes diarios a partir de los años 90 no resultaron favorables para la especialidad. Las secciones de noticias y reportajes sobre ciencia perdieron sus espacios. En el caso específico de El Nacional, bajo la conducción del heredero Miguel Henrique Otero, el periodismo científico casi desapareció, igual que el prestigio y la credibilidad general de la que gozaba el diario fundado por su padre, el escritor Miguel Otero Silva.

Las reseñas biográficas publicadas a raíz de su centenario, puntualizan que fue autor de las publicaciones El átomo y sus intimidades, Científicos del mundo, Aliados silenciosos del progreso, Los órganos del cuerpo humano, La ciencia amena y El anhelo constante. También indican que fue fundador de la Asociación Iberoamericana de Periodismo Científico, tan temprano como en 1969, antes incluso de alcanzar la consagración con su columna.

Como reconocimientos póstumos a su labor divulgativa y a su ejemplo, el nombre de Arístides Bastidas es epónimo de su municipio natal, en Yaracuy, y también del Premio Municipal de Periodismo Científico que otorga anualmente el Concejo del Municipio Bolivariano Libertador de Caracas. Pero el más contundente de los homenajes se lo rinden aquellos que fueron sus discípulos cada vez que alguien lo nombra. Sólo elogios, emotivos recuerdos y hermosas anécdotas salen de sus labios. ¿A qué mayor honor puede aspirar un profesor?

Un guerrero de la vida

Para quienes nunca habían oído hablar de él, va este dato: Arístides Bastidas era un hombre ciego y confinado a una silla de ruedas por graves padecimientos que lo afectaron desde niño.

Los médicos que lo trataron siendo un jovencito dieron un pronóstico sombrío: Arístides no iba a poder levantarse nunca de la cama y moriría tempranamente. Pero se equivocaron porque estuvo en este mundo hasta los 68 años y nunca se amilanó por sus dificultades.

Era un ejemplo cotidiano de fortaleza espiritual. Con solo verlo trabajando, lleno de entusiasmo, rebosante de ganas de aprender y enseñar, cualquiera en su entorno se veía obligado a reconsiderar sus banales quejas y malestares.

A su manera, siendo militante comunista, tenía fe en dios, aunque había abandonado la feligresía católica debido a una mala experiencia como monaguillo. Volvió a creer desde el lado de la ciencia, esa que él se esforzó por desentrañar y volver amena: decía que un universo tan maravilloso tenía que ser la obra de un excelso creador.

Cuando falleció, la prominente periodista Mara Comerlati, escribió: "A nadie puede dejar de sorprender la insólita fortaleza del ruinoso cuerpo que lo mortificó hasta hoy. Lo único que puede explicar que Arístides viviera casi setenta años, es su alma enorme, luminosísima, guiada por una inteligencia que no lo abandonó ni en sus últimos minutos".

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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