Letra veguera | Asesinos de perros

13/03/2024.- En mi infancia vi muchas películas dramáticas o de terror que no logré olvidar con el tiempo. Cuando crecí y viajaba con mi padre, él escuchaba versiones de esas historias con curiosidad y sus ojos parecían mirar con perspicacia mis palabras. Lo hacía como se contemplan las nubes, tratando de juntarlas para darles formas conversacionales.

Siempre había un dejo de complicidad que me volvía más imaginativo y en un santiamén les cambiaba la trama a los cuentos. Les daba vueltas y hacía comparaciones de los personajes ficticios con amigos o familiares, o con animales domésticos, según fuera el caso, dado que papá amaba los perros y yo sabía de su fascinación por las urracas, los monos y otras criaturas fantásticas de la selva y los ríos amazónicos.

Un día, rumbo a Mérida, le referí que para Borges viajar en tren era equivalente a escribir mientras dormía o imaginaba la noche caer sobre el paisaje, y el celaje del tren traía a su mente muchas de las metáforas que luego aparecían cifradas en poemas pensados en su lengua materna al escuchar el sonido de la locomotora.

—¿Lo dijo él o lo estás inventando? —me salió al paso.

—Borges oía musitar en las noches de viaje canciones en su lengua materna… —le seguí contando—. Borges siempre soñaba con un tigre —le dije. Y le memoricé un poema que había escrito para entonces.

—Una vez vi una película en el cine Capri —le mencioné—. Pero ahora no sé si fue verdad o si fue un sueño pavoroso que todavía recuerdo. Me desperté viendo correr sangre de perros por las calles y muchachas gritando.

En una pequeña población de Andalucía, un alcalde autorizó una cacería de perros realengos. Se fijó un cartel en las calles ofreciendo recompensas para matar perros abandonados, argumentando que eran peligrosos y sus mordidas contagiaban de mal de rabia a la gente.

Mi padre me contó que en Libertad de Barinas una vez hubo una guerra entre vecinos por esa misma causa.

—Unas familias voluntarias se declararon protectoras de los perros e impidieron la matanza. Rescataron a varios y los escondieron en sus casas. Desde ese momento, todos vivían asustados y no ladraban… Para ese entonces —continuó mi padre—, los animales domésticos eran abandonados a su suerte, víctimas de la dejadez humana y de la falta de medidas de control.

Hoy día, en Venezuela, la cacería de esos animales domésticos es una inmoralidad castigada por la ley, máxime cuando no se han previsto medidas alternativas acordes con la legislación vigente y con el sentir popular, que rechaza de plano la cacería de perros. Por lo tanto, deben cesar de manera urgente.

En la actualidad, se dispone de medios técnicos y humanos que hacen posible un protocolo de actuación humanitario con los animales domésticos abandonados, tal como la Misión Nevado.

La cacería y muerte de estos perros y animales es una materia legislada por la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela y constituye un delito penado con cárcel, además de representar un síndrome de perturbación psiquiátrica de cuidado.

 

Federico Ruiz Tirado


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