Crónicas y delirios | Expresiones, dimes y diretes...

de la Caracas de ayer

15/03/2024.-

A llorar pa'l valle

Se utiliza esta locución en el habla cotidiana de algunos caraqueños de evidente longevidad para echarle en cara al interlocutor sus quejas sobre las consecuencias de un error advertido. Por ejemplo: "Te dije que no sacaras el celular en la calle porque podían arrebatártelo, ahora 'a llorar pa'l valle, mano'".

El origen de la expresión se remonta, según los investigadores, al año 1674, cuando el obispo de Caracas realizaba una visita pastoral de bautismo a la zona de El Valle, donde días antes se había presentado con distinción el grupo infantil los Diablitos de Valle de La Pascua, escenificando el baile de La Llora. Informado el obispo de que dicho grupo volvería a presentar su obra en esa oportunidad, tuvo la ocurrencia de responder: "Vamos, pues, a llorar para El Valle". Y así quedó en la memoria citadina.

 

¡Tú como que eres de Baruta!

Cuando estaba pequeño, nuestro padre nos llevaba en su automóvil marca Frazer, un armatoste antediluviano, a la población de Baruta para respirar aire fresco y correr por sus amables senderos, bordeados por sembradíos de café, cacao y caña de azúcar, a cargo de agricultores españoles (gallegos en su mayoría) y de afanosos colonos de los Andes venezolanos.

Como ese conjunto de aquellos emprendedores resultaba un tanto ingenuo, los avispados caraqueños se aprovechaban de ellos, timándolos mediante diversas formas y argucias. De allí la expresión de marras: "¡Tú como que eres de Baruta!", para calificar de sonso a una persona proclive al engaño o a la ingenuidad.

Ahora, amables lectores, sucede paradójicamente lo contrario: grandes tiendas de marca, ostentosos restaurantes y vitrinas de vehículos de gran marca a precios siderales colman de lujo y "clase aparte" la zona de Las Mercedes, municipio Baruta; y a nosotros, integrantes del apabullado montón, solo nos resta aceptar que somos ahora los ingenuos y engañados de aquel ayer.

 

Coroto, la palabra universal

Ángel Rosenblat, filólogo ilustre, asienta que Belarmino, un personaje del escritor Pérez Ayala, deseaba inventar una lengua donde las palabras tuviesen un sentido amplio y espacioso, con el ideal de encontrar una sola palabra donde cupiesen todas las cosas. "Qué lástima —dice Rosenblat— que Belarmino no hubiese conocido nuestro 'coroto', donde cabe el universo entero".

Rosenblat recuerda una atractiva anécdota sobre el origen de coroto, y ella es que Guzmán Blanco trajo de París un lienzo de Corot, el famoso paisajista francés, y lo colocó en la sala de su casa. El general solía recomendar insistentemente al servicio: "¡Cuidado con el Corot, mucho cuidado con el Corot!". Las criadas empezaron a burlarse del "coroto" del general y la expresión se extendió a los objetos más diversos (cacharros, peroles, vasijas, platos, jarrones, en un etcétera infinito).

Una variante de la anécdota atribuye dos cuadros de Corot al general José Tadeo Monagas. Al caer la dictadura monaguista, el pueblo saqueó la residencia presidencial y arrastró por las calles los dos Corots, particularmente apreciados por Monagas. Uno de los antiguos contertulios, al ver la infame suerte de los cuadros, exclamó: "¡Adiós, corotos!".

 

Como pedrada en ojo de boticario

Desde mi infancia en el barrio La Pastora, entre dos esquinas que parecen formar parte intemporal de esta crónica (Truco a Balconcito), he oído lo de la "pedrada en ojo de boticario", sin saber hasta ahora su real significado. ¡Nunca es tarde para empaparnos de gratas nimiedades del pretérito!

Se conoce como "ojo de boticario" la estantería en forma oval donde se almacenaban los medicamentos o sustancias de más valor; y, al efecto, la locución "Como pedrada en ojo de boticario" significaba que algo había ocurrido de manera muy oportuna. No se sabe de qué forma se originó tal dicho, aunque ya en 1726 aparecía registrado en el Diccionario de autoridades.

Hoy alguien podría asentar que "ese aumento de sueldo fue como pedrada en ojo de boticario", o bien que "me cayó como anillo al dedo". ¡Esperemos que así ocurra, en realidad, aparte de la ejemplificación periodística!

 

Morrocoy no sube palo ni cadete en autobús

El refrán original es: "Morrocoy no sube palo ni cachicamo se afeita", pero en los años cincuenta del siglo pasado se modificó a: "Morrocoy no sube palo ni cadete en autobús", pues resultaba lesivo para "el honor" de las Fuerzas Armadas de entonces que un pulquérrimo cadete se confundiese con la "gentuza" que utilizaba los buses como usuales medios de transporte.

Esa prohibición castrense se extendía a toda época del año, haciéndose absolutamente rigurosa en fechas de carnaval, porque, figúrese usted, por ejemplo, amable lector, qué mácula para un novato naval, siempre de blanco hasta la gorra, verse de improviso mojado y restregado con líquidos nauseabundos, negro humo, huevos podridos, harina y cualquier otro ingrediente no identificado. ¡Por suerte, parece que ahora el Rey Momo se habituó al vocingle de los templetes desde las ocho de la nocturnidad hasta la ocho de la mañana, y se olvidó un tanto del rito acuoso y del embadurne con sustancias de otro (des)orden!

 

¡Ta barato, dame dos!

Sitúense ustedes, jóvenes ciberleyentes, en la Venezuela saudita de los años setenta, primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, época del boom petrolero y del derroche desaforado. Tiempo también en el que los venezolanos viajaban a Miami y gastaban el dinero fácil, como si fuesen jeques sauditas.

El dicho viene a cuento porque nuestros compatriotas que colmaban las tiendas mayameras, al preguntar por el precio de algún objeto o prenda de vestir, y enterarse por boca del vendedor que costaba menos que en Venezuela, enseguida espetaban: "¡Ta barato, dame dos!". Y si ustedes desean revivir tal momento, busquen por internet la película Adiós, Miami (1970), bajo la dirección de Antonio Llerandi, con guion de Fausto Verdial e inestimables actuaciones de Gustavo Rodríguez y Tatiana Capote.

 

¡Sal pa dentro, muchacho!

Aquiles Nazoa, reivindicado en el presente con todas las honras como humorista e intelectual insigne de nuestro país, inserta en su obra el regaño u orden conminatoria de "¡Sal pa dentro, muchacho!”, que la madre solía espetar al hijo cuando este osaba asomarse a la acera de la céntrica casa caraqueña, donde había el peligro del paso del tranvía o de los automóviles que ya marcaban 70 km por hora.

 

Igor Delgado Senior

 

P. D.: Para los lectores cinéfilos, transcribimos el link de la película Adiós, Miami, para que juzguen el proceder de nuestros compatriotas en la época de "las vacas gordas" y la ideología frágil: https://www.youtube.com/watch?v=COigQnxLB1w


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