Con tambores de guerra, la vieja OTAN cumple 75 años

Actualmente la humanidad está en peligro de una guerra mundial, porque la OTAN siempre ha subestimado a Rusia.

 

El cumpleaños está amenizado con tambores de guerra, tras el fallido plan de infligirle una derrota estratégica a Rusia utilizando al ejército ucraniano

04/04/24.- La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN en español, NATO en inglés) arriba este 4 de abril a tres cuartos de siglo y la “fiesta” no podía ser más sombría, pues una larga cadena de decisiones de esta alianza militar de Estados Unidos y Europa Occidental ha colocado al mundo al borde de una conflagración de alcance global en la que podría usarse armamento nuclear.

El cumpleaños está amenizado con tambores de guerra, tras el fallido plan de infligirle una derrota estratégica a Rusia utilizando para ello al ejército ucraniano. Los analistas serios aseguran que la vieja OTAN se encamina a encajar una fea derrota en ese conflicto proxy, tras lo cual podría perder todo sentido de la prudencia y enredar a sus países (y a sus pueblos) en una horrible escalada bélica.

La serie de eventos que conducen a este presente de grandes incertidumbres comienza justo después de la reunificación alemana y la caída de la Unión Soviética, es decir, de la gran victoria histórica de la OTAN sobre el bloque opuesto en la Guerra Fría, el Pacto de Varsovia, que había surgido en 1955 y agrupaba en el plano militar a los países socialistas.

En la década de los 90, con la alternativa soviética hecha pedazos, se suponía que la OTAN pasaría a ser una reliquia. Pero las élites de Estados Unidos y Europa decidieron que había que mantenerla viva y activa, aunque para ello fuera necesario inventarle nuevos enemigos, como el terrorismo, el islamismo y grupos extremistas de diversa laya.

Los dirigentes de la OTAN incumplieron la promesa de no expandirse hacia Rusia.

 

Reinando sin oposición (el Pacto de Varsovia se disolvió de facto en 1991), la OTAN tuvo un papel fundamental en el descuartizamiento de Yugoslavia, llegando incluso a la acción directa, con los bombardeos contra varias de sus regiones, una guerra no declarada y una acción no autorizada por el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

La estrategia de la OTAN, luego del fin de la Guerra Fría fue expandirse más y más hacia oriente, sumando a antiguas repúblicas soviéticas y arrinconando a Rusia. Este país, a pesar de estar tremendamente debilitado por el derrumbe de la URSS, protestó desde un primer momento los planes de la alianza atlántica.

Durante un tiempo, Rusia incluso intentó aproximarse al bloque de su antiguo enemigo en tono de no agresión y apaciguamiento. Se firmó el Acta de 1997, en la que los países de la OTAN se comprometen a la no instalación de armamento permanente en los nuevos miembros que estaban en proceso de incorporación: Polonia, República Checa y Hungría (en 1999) y Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania (en 2004).

Mientras Rusia recuperaba paulatinamente su estatus en lo económico, diplomático y militar, la estrategia de expandir la OTAN hacia el este no cesó. Por el contrario, se hizo más fuerte, y en la Cumbre de Bucarest, en 2008, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, hizo todo lo posible porque se incorporaran dos países claves por sus fronteras directas con Rusia y sus dimensiones y capacidades militares: Ucrania y Georgia. No logró que se concretara la asimilación, pero quedó en los documentos una difusa promesa de que ello ocurriría.

Las protestas de Rusia aumentaron considerablemente de volumen. Se advirtió que allí estaba una de las “líneas rojas” de las que no se permitiría pasar a la OTAN, pues se trataba de una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia. De hecho, en territorio de Osetia del Sur se inició la guerra ruso-georgiana, que hoy puede considerarse como preludio de la de Ucrania.

El politólogo estadounidense John Mearsheimer, considerado uno de los expertos en el tema, en un coloquio a propósito de los 75 años de la coalición, expresó que la OTAN siempre ha subestimado las capacidades de Rusia y por eso fueron avanzando territorialmente, pisoteando la promesa que se le hizo a Mijail Gorbachov de que la frontera no se movería ni un solo milímetro.

Luego de terminada la Guerra Fría, este organismo buscó nuevas conflagraciones y enemigos.

 

Esta situación llegó a su límite a finales de 2021, cuando Vladímir Putin advirtió que ya no tolerarían más intentos de avanzar, entre los cuales el principal eran el hostigamiento de Kiev contra las provincias de Crimea, Donetsk y Lugansk y la pretensión de la OTAN de incorporar a Ucrania como miembro, un proceso que había comenzado en 2014 con el golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos y la Unión Europea, desarrollado a partir de los disturbios llamados Euromaidan.

Otro participante en el diálogo antes referido, el periodista y analista británico Anatol Lieven, coincidió señalando que la arrogancia de la OTAN en los años 90 frente a una Rusia derrotada y en desbandada permitió vender la tesis de que la expansión se iba a lograr sin costos ni riesgos. No tomaron en cuenta la recuperación de Rusia y el cambio del escenario geoestratégico, y ahora, en 2024, la realidad es que la expansión (sin llegar a concretarse) no sólo ha tenido enormes costos económicos para toda Europa, sino que ha creado el riesgo espeluznante de una Tercera Guerra Mundial, con epicentro en el viejo continente.

Ese riesgo no es para nada imaginario, como lo ha advertido el general retirado alemán Harald Kujat, al recordar que prácticamente todos los acuerdos que se habían establecido durante la Guerra Fría para prevenir el estallido de una conflagración con armas atómicas (y que, mal que bien, funcionaron) están fuera de vigencia por decisiones unilaterales de Estados Unidos y que fueron replicadas, en reciprocidad, por Rusia.

Así encuentra la OTAN su septuagésimo quinto cumpleaños: con una intensa música de tambores guerreros y sin normas internacionales que puedan contener una catástrofe de dimensiones históricas y bíblicas.

Acción y reacción


La OTAN fue fundada cuatro años después del final de la Segunda Guerra Mundial, que fue marcado por el estallido de las dos bombas atómicas en Japón, es decir, por el inicio de la era nuclear. Su función fue proteger a Europa de la amenaza comunista de la Unión Soviética, a la que se atribuían planes de expansión hacia el oeste.

Como respuesta, en 1955 se constituyó el Pacto de Varsovia, coalición militar de la URSS con las otras naciones de su órbita. La carrera armamentista entre ambas organizaciones es la representación más evidente de la Guerra Fría.

A partir de los años 90, ya sin “amenaza comunista”, disuelto el Pacto de Varsovia, la OTAN siguió en funciones y comenzó a expandirse hacia las naciones que antes fueron socialistas, ello a pesar de los compromisos adquiridos con la clase gobernante soviética que propició la desintegración.

Hoy en día, la actitud voraz de la OTAN está propiciando, según numerosos observadores, la formación de un nuevo bloque militar en el que Rusia tiene el apoyo nada menos que de China y  los otros miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai: India, Kazajstán, Kirguistán, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán; los Estados observadores, Afganistán, Belarús, Irán y Mongolia; y seis asociados en el diálogo, Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Sri Lanka y Turquía. Este último, por cierto, miembro de la OTAN.

En el ámbito geopolítico, toda acción tiene su reacción, y esta vez también está pasando.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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