La miss Celánea  | Competencia de fealdades (parte II)

Los monumentos más mamotréticos

A mediados de 2021, en la para entonces recientemente rebautizada autopista Gran Cacique Guaicaipuro, la que me atrevería a decir que es la arteria vial más importante de todo el país, que atraviesa no solo la capital, sino que conecta todo el oriente y occidente venezolano, a unos pocos cientos de metros de la icónica escultura de María Lionza, comenzaron a aparecer las fundaciones de lo que hoy es, a mi juicio y el de muchos, uno de los monumentos más mamotréticos que se hayan podido ver sobre tierra venezolana: una escultura de hierro de más de veinte metros de alto, representativa del cacique Guaicaipuro, a través de cuyo torso se puede apreciar una rígida columna que lo atraviesa desde el suelo a la cabeza de una manera bastante poco agraciada, y toda esta inmensidad está pintada de dorado con pintura automotriz.

Al cacique lo rodea una serie de dorados personajes pequeñitos, rígidos y maltrechos (entre los cuales se encuentra, arrodillada y mínima a los pies de su marido, la cacica Urquía), varias palmeras pequeñitas y doradas cargadas de cocos que realmente son faroles que se encienden en la noche, una orquídea gigantesca (del tamaño de las personas pequeñitas), pintada de color lila, supongo que también con pintura automotriz, y todo este ejército de muñequitos de la infamia desfila detrás de un digamos impetuoso cunaguaro salchicha (salchicha por lo alargado) de cemento, también rígido y maltrecho que, para rematar, está pintado con aerosol y tiene el aspecto de una figurita escolar de papel maché.

Fui lo más objetiva y parca que pude ser en la descripción de la obra, de modo que si una persona a la que le gusta el gigante dorado leyó el párrafo anterior, podrá admitir, sin dejar de afirmar su agrado por la escultura, que todo lo antes dicho no es más que una más o menos precisa representación de la realidad, pero no importa, cada quien con sus gustos. Sin embargo, hay elementos que saltan a la vista y no dejan de causar suspicacia con relación a esta obra. Por ejemplo: según su autor, Juan Rodríguez, el dorado mamotreto fue el producto de un concurso abierto de propuestas escultóricas. De tal concurso no existe ningún registro en toda la web, y tras una extensa indagación dentro del gremio de la escultura, debo decir que no encontré tampoco otro escultor venezolano que afirme haber participado o conocer a alguien que haya participado en tal concurso de los misterios.

 

La fealdad intencionada y la fealdad accidental

 

Yo podría entender la horripilancia si se tratara de un recurso utilizado para generar una reflexión y darle impacto a un discurso, pero no es el caso. La obra del Guaicaipuro de oro falso desde muy temprano comenzó a dar señales de su condición de esperpento improvisado, tan improvisado como el discurso contradictorio del autor, que en una misma entrevista afirmó dos cosas: una, que todos los materiales utilizados para la realización de la obra son venezolanos y de reciclaje; dos, que el obstáculo más grande que tuvo que atravesar para su realización fue el bloqueo económico. Estas contradicciones, sumadas al tiempo que estuvo la obra en construcción y las numerosas modificaciones de las que fuimos testigos quienes transitamos con frecuencia la autopista Guaicaipuro, podrían sugerir que la apariencia final de la obra se consolidó sobre la marcha, así como no hay registro del concurso, tampoco hay nada que sugiera la existencia de una maqueta previa a la obra. La fealdad, entonces, podría tratarse no de una deconstrucción de las formas ni de una irreverencia de influencias dadaístas, sino del resultado de meses y meses de improvisación de un equipo de soldadores dirigidos no por un artista plástico, sino por un hombre de cuyo currículo solo se sabe que es ingeniero civil y director nacional del Conglomerado Industrial por la Paz y la Vida.

 

Lo feo de mentira es más feo que lo feo de verdad

 

Dice Umberto Eco en su libro Historia de la fealdad, que la palabra kitsch (que se define como estética pretenciosa, cursi y de mal gusto o pasada de moda) tiene, como uno de sus posibles orígenes, el verbo kitschen, que significa “trucar muebles para hacerlos parecer antiguos”. Entenderá usted que, ante el caso de una escultura de hierro pintada con pintura automotriz para darle apariencia de oro, no queda otra opción que admitir que estamos ante la presencia de un monumento a lo kitsch.

Si entendemos como arte cinético o cinetismo “una corriente del arte en el que la obra tiene movimiento perceptible por el espectador o que depende del movimiento para su efecto” (ejemplos de cinetismo podemos encontrar en el Abra Solar de Alejandro Otero o la Esfera de Caracas de Jesús Soto), Venezuela es uno de los países con la mayor y más importante representación de artistas cinéticos, probablemente, también le suenen los nombres de Juvenal Ravelo y Carlos Cruz Diez. Entonces, ¿cómo se justifica que el ingeniero autor de la nueva obra de la autopista Guaicaipuro pretenda convencernos en diversas entrevistas de que su obra tiene algo que ver con el cinetismo?

Por otro lado, en la parte de atrás del Mausoleo del Libertador Simón Bolívar se encuentra la Rosa Roja de Paita, una bellísima escultura dedicada a Manuela Sáenz, de 14 metros de alto, realizada por Doménico Silvestro, que ni es roja ni parece una rosa, y cuyo material es el hierro en obra limpia (lo que significa que no hay otro recubrimiento que pretenda disfrazar el material de algo que no es). La Rosa Roja de Paita, que a los ojos de quien espera ver la representación literal de una rosa, podría parecer fea, es una bellísima metáfora que ha resistido y resistirá la intemperie, manteniendo vivo el mensaje de un amor de más de doscientos años.

El Guaicaipuro de oro falso se opacará algún no muy lejano día, los frutos de los cocoteros lumínicos se quemarán, la piel del cunaguaro se irá pelando con la lluvia y todo el conjunto de tristes formas sin gracia se verá desvencijado, más falso y feo de lo que ya es, más proclive a caerse y aplastar al pueblo pequeñito que se encuentra a sus pies, y no me refiero a los indiecitos acartonados ni a la cacica Urquía.

Malú Rengifo

 


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