Cívicamente | Los dueños de la calle

Emprendimiento como cuidador, ajuro, de carros

11/04/2024.-  Para este emprendimiento solo basta identificar una calle, ponerte un chaleco amarillo o naranja, tipo fiscal de tránsito, conseguir un par de conos o en su defecto piedras grandes, para que inicies como cuidador, ajuro, de carros.

Sí, con estos implementos puedes apropiarte de buena parte de la calle y cobrarles a los conductores que estacionan sus carros circunstancialmente en ese lugar. Seguro otras formalidades median, como ser parte del gremio que de eso se ocupa y “pagar tus impuestos”, porque aunque lo pinto fácil, por pura retórica, seguro tan fácil no es. 

Lo que sí, es que es una de las formas de rebusque más vistas en los últimos tiempos. No hay zona de la ciudad capital donde no abunden estos parqueros informarles, especialmente frente a establecimientos altamente concurridos como mercados, centros comerciales, entre otros. 

Es una suerte de contrato de adhesión, como el que ocurre en cualquier estacionamiento privado, solo que aquí poco o nada importa el consentimiento de una de las partes, el chofer o dueño del vehículo. Termina al final siendo una especie de extorsión donde pagas para que te lo cuiden o pagas las consecuencias del daño que te pueden proporcionar los mismos cuidadores, en algunos casos.    

Por otro lado, está el descontento de quienes ven esta práctica como abusiva y anárquica, también la indiferencia de los que terminan acostumbrándose a este tipo de cosas, los optimistas y grandes beneficiarios que lo toman como un servicio cómodo donde la tarifa la pone uno mismo,  y,  finalmente, los más idealistas que ven en estos hombres y mujeres haciendo la cosa más instintiva del ser humano, sobrevivir.
De todos ellos me junto a los idealistas, en ocasiones forzar el deber ser en circunstancias adversas es frustrante, no podemos hacer juicios de temas sociales sin detenernos en la realidad económica del país, golpeada por la acciones más criminales dirigidas por el imperio norteamericano en contra del pueblo venezolano, donde todos somos víctimas.  

Inmediatamente uno advierte la vulnerabilidad social de los hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños que hacen de esta práctica su actividad económica diaria y es que la propia actividad da cuenta de su exclusión. 
No intento justificar, trato de entender, aunque pueda parecer lo mismo, e incluso preguntarme: ¿Si mis condiciones de vida fuesen las mismas de ellos, estuviera también yo con mi chaleco puesto y mis conos atravesados?

La respuesta pareciera inclinarse irreversiblemente a un sí, porque diariamente, en esencia, salgo a hacer lo mismo que ellos: procurarme el pan diario, solo que mis oportunidades en la vida, afortunadamente, me han permitido otras herramientas y formas distintas, aceptables en las convenciones sociales. 

Pero entender esta situación como fenómeno socioeconómico no es para resignarse, debe servir también para transformar, evidentemente en nuestro esquema social coactivo, ya que, como herencia del maltrato colonial y del látigo del amo, la mayoría espera que las soluciones sean desde la fuerza pública tras subsumirlo en algún tipo penal. 

Aunque la ley debe imperar, es innegable, es impertinente hacerla cumplir en este tiempo sin atender la vulnerabilidad social de quienes se ganan la vida con esta práctica.

A pesar del bloqueo económico que enfrenta Venezuela la atención para los más vulnerables a través de una variedad de programas sociales no ha dejado de ser una prioridad para el Gobierno nacional, entonces lejos de arremeter con instituciones de carácter penal, lo pertinente sería, para el caso que comentamos, iniciar con un diagnóstico de cada uno de estos sujetos para ofrecer mejores alternativas de ocupación laboral y de inserción social. 
Luego donde haya que aplicar la ley, aplicarla con el rigor que amerite, especialmente a los que sin la misma necesidad y en mejores circunstancias se aprovechan de esta gente para lucrarse a través de la explotación de niños y adolescentes, cobro de vacuna y otras perversiones. 
   
        
Carlos Manrrique 

 

 
 


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