Tinte polisémico | IA y la teoría de la singularidad
12/04/2024.- Es una realidad tangible hoy lo que se ha denominado como la inteligencia artificial (IA). Su impacto y relevancia se manifiesta en nuestro entorno, por la capacidad y efecto transformador entre otros tantísimos campos como: la agricultura y la medicina de precisión, el comercio electrónico, la educación personalizada, vehículos y hogares conectados, en síntesis, la lista de aplicaciones sería extremadamente extensa, además de las distintas áreas, que desconocemos, y en las cuales se avanza en laboratorios y centros de investigación a velocidades siderales en este respecto.
Para todos aquellos, que de una u otra forma somos usuarios consuetudinarios de microcomputadores, teléfonos celulares, y que desconocemos los procesos y la fundamentación técnico-científica que encierran las disciplinas como la informática, la robótica, la neurociencia y otros campos tan especializados, nos limitamos en muchos casos y simplemente nos dedicamos a darle el mejor uso a esas tecnologías que nos facilitan nuestras actividades diarias.
Así la IA, aunque la mayoría desconocemos cómo opera, consigue que los computadores se entrenen en la utilización de enormes volúmenes de datos y simulen redes neurales, aprendan y reconozcan objetos y adquieran la capacidad para la toma de decisiones; por tanto, los importantes efectos sociales, así como las estrategias de cómo protegerse y evitar las consecuencias no deseadas se han convertido en objeto de preocupación para todos los habitantes humanos del planeta.
Se nos plantean dilemas y desiderátums de orden legal, sociales, humanos y éticos, entre otros, al considerar la teoría de la singularidad, la cual plantea, ese momento de “evolución y avance” de lo que caracterizamos y llamamos algunos la posmodernidad, en la cual se plantea: que resultará “indistinguible” e imposible para un ser humano identificar si interactúa o se está comunicando con otro semejante o con una máquina.
Sin embargo, ya el escritor y profesor de bioquímica de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, judío-ruso y nacionalizado estadounidense, Isaac Asimov, en el siglo pasado, se había anticipado a su época, y formuló las famosas leyes de la robótica, con plena vigencia hoy; ¿y qué curioso contrasentido, contando hoy –entre los arsenales de armas de las potencias bélicas, con las bombas inteligentes, diseñadas y construidas para eliminar seres humanos– si consideramos el acrónimo formado por las iniciales del nombre y el apellido del académico acá referido: “IA”?, ¿será una simple y accidental coincidencia con la abreviatura de la inteligencia artificial?
Entre los tantos asuntos que le atañen a la IA, específicamente en el ámbito del aprendizaje automático (learning machine), es lo relativo al “sesgo” en la toma de decisiones, a la luz de que los insumos imprescindibles para los computadores son los datos, y estos deben satisfacer dos condiciones básicas: la cantidad de información en términos de suficiencia y la calidad adecuada de esos datos, pues dado que el suministro lo ejecutan los humanos, y se transfieren o alimentan los sistemas con datos no neutros, se contamina la data cargada y, por tanto, la toma de decisiones automatizadas será sesgada. En otras palabras, lo que muchos conocemos como usuarios, si cargamos data de baja calidad, los procesos sistémicos arrojarán resultados de similar cualidad.
Ahora bien, el avance es vertiginoso e indetenible, datos, imágenes, videos, audios y textos se van configurando en bases de datos para construir esquemas, que son analizados a la velocidad del procesamiento de los ordenadores, mucha práctica acelerada, ensayo y error, para aprender a identificar las diferencias, precisar y reconocer patrones, se programan y diseñan así, algoritmos y programas de software que aprenden y simulan la toma de decisiones como los individuos humanos.
No se trata de ciencia ficción, la IA se aplica a la conducción de automóviles autónomos, diagnóstico de enfermedades, creación de nuevos medicamentos, redacción de ensayos, escritura de discursos, entre tantos otros.
El horizonte de aplicabilidad de la IA tiene alcances por citar ejemplos como: la evaluación de candidatos para el ingreso a una universidad u otras instituciones, o para la selección de un potencial candidato para un puesto gerencial, evaluar solicitudes de créditos comerciales, toma de decisiones de inversión en mercados de comodities y futuros de monedas, ubicación de criminales y para predecir sus comportamientos delictivos. Es allí donde resulta fundamental considerar el prejuicio, dadas las consecuencias en términos de daño y desigualdad que podría originar el “sesgo” en la toma de decisiones automáticas.
Cuando consideramos nuestros conocimientos básicos matemáticos, en particular los aritméticos, y comparamos lo que todos conocemos como el sistema decimal, el de los diez números arábigos (diez valores absolutos: 0, 1… 9), con el sistema binario (dos valores absolutos: “0” y “1”), No y Sí, encendido y apagado, siendo este último la base para que un computador de forma electrónica, a través de sus potentes procesadores, realice los astronómicos cálculos a velocidades inimaginables, y que sean capaces los programadores informáticos de automatizar tareas, realizar predictibilidad orientada a la toma de decisiones, es lo que concierne a la esfera de la IA; quedamos absolutamente maravillados e impresionados.
Pero además cuando conoces los elementos conceptuales de la neurociencia, que explican el funcionamiento neuronal como Homo sapiens, de nuestros procesos y facultades cognitivas, con fundamentos eminentemente bioquímicos, entonces, en definitiva, quedas absolutamente perplejo, que los ordenadores puedan desarrollar capacidades para comunicarse, imaginar, construir o jugar una partida de ajedrez a niveles que se aproximan a la perfección, crear una obra de arte basada en fractales, componer una sinfonía o escribir un exquisito poema ¿y su funcionamiento atiende a paradigmas de naturaleza electrónica?
Son innumerables y apasionantes las interrogantes sobre la IA, cuál será su alcance, los tipos y sus fases, cuánto y cómo se potenciará la IA con el uso de los computadores cuánticos, ¿se podrán incorporar los sentimientos y emociones en el aprendizaje automático?, entre otros asuntos e incógnitas, pero de lo que no cabe dudas es que la sociedad en general está obligada al análisis y previsiones de orden éticas, en virtud de los diversos ámbitos en que prontamente serán aplicadas como tecnología.
Como epílogo, recuerdo de joven haber visto una madrugada la escena final de un filme, en el cual, unos científicos de una estación de investigación en la Antártica, desesperados se golpeaban contra los vidrios de una sala, intentando buscar una salida, mientras que unos chimpancés, desde una cabina de control y comando, accionaban los botones y observaban cómo los hombres de batas blancas le hacían señas y llamados de auxilio. Espero y tengo esperanza de que la metáfora de la escena comentada no se convierta en el guion de la película titulada: Inteligencia artificial.
Héctor E. Aponte D.
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