Unasur o la integración torpedeada por lacayos

El 17 de abril de 2007, surge esta iniciativa como parte de la Primera Cumbre Energética Suramericana realizada en  la isla de Margarita.

 

La confluencia de los intereses estadounidenses y de las oligarquías nacionales de nuestros países surte siempre efectos destructivos sobre los proyectos de unión

 

17/04/24.- Los gobiernos de izquierda, progresistas, soberanistas de América Latina procuran la unión, la integración; los de derecha, conservadores y proimperialistas, trabajan para desunir, para desintegrar. 

¿Es la anterior afirmación fruto del sesgo ideológico o es una verdad histórica y actual? Si revisamos la breve trayectoria de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) podremos observar el fenómeno descrito con una gran claridad.

Unasur nació en la Década Ganada de la izquierda latinoamericana, esa que comenzó con el triunfo de la Revolución Bolivariana y el proceso constituyente de Venezuela. Fue producto del empeño del comandante Hugo Chávez de dar pasos concretos en la dirección marcada por el proyecto histórico del Libertador. 

Y, tristemente, Unasur fue casi destruida durante el tiempo de los grandes retrocesos políticos en el subcontinente, cuando la derecha proimperialista tomó o arrebató el poder en Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador y Bolivia e intentó hacerlo en Venezuela, pero sin conseguirlo, pese a someterla un permanente asedio.

La confluencia de los intereses estadounidenses y de las oligarquías nacionales de nuestros países surte siempre efectos destructivos sobre los proyectos de unión. Así ocurrió en los tiempos fundacionales de nuestras repúblicas, cuando trabajaron con denuedo para acabar con la Gran Colombia y otros intentos de confederación. 

También pasó durante el resto del siglo XIX y a todo lo largo del XX y está repitiéndose ahora, con Unasur.

Estados Unidos, como parte de su estrategia de patio trasero, sólo admite los modelos de "integración" en los que ese país sea líder. Desde finales del siglo XIX adelantaron la doctrina del panamericanismo, en la que Washington es, de facto, la capital del continente. La nefasta Organización de Estados Americanos (OEA) es la muestra sumaria de esta unión con impronta colonialista.

La propuesta de Chávez de crear organizaciones al margen del poder imperial fue respaldada por los otros grandes líderes progresistas de los primeros quince años del siglo actual: Luis Inácio Lula Da Silva y Dilma Rousseff; Néstor Kirchner y Cristina Fernández; José Mujica y Tabaré Vázquez; Fernando Lugo, Evo Morales y Rafael Correa. Así vio la luz y comenzó a crecer Unasur.

El 17 de abril de 2007, como parte de la Primera Cumbre Energética Suramericana realizada en la isla de Margarita, se acordó emprender esta iniciativa de integración primero llamada Comunidad Suramericana de Naciones, nombre que luego se cambiaría  por Unión de Naciones Suramericanas. 

Se declaró en ese acto fundacional que su objetivo sería reafirmar la construcción de una identidad suramericana en los ciudadanos de todos los países miembros y para crear una conciencia favorable al proceso de integración.

“Es un mecanismo de integración surgido al calor de la lucha de los pueblos y su acción fundamental se orienta a la preservación de los valores de la patria grande”, dijo el presidente Nicolás Maduro en uno de los aniversarios de la Unión.

Los gobiernos de derecha de ese momento (Colombia y Perú) y la tibia presidenta de Chile, Michelle Bachelet, no tuvieron otra opción que subirse a la ola integracionista, a pesar de sus resquemores ideológicos.

La Unasur comenzó a cumplir funciones luego de su creación. Uno de sus exsecretarios generales, el expresidente colombiano Ernesto Samper, puntualizó que lo hizo en “la preservación de esta región como una zona de paz en el mundo, la vigencia de la continuidad democrática como un propósito de mantener a la región dentro de unos estándares de participación ciudadana, y la vigencia de los derechos humanos en términos generales”.

No se conformó con ser un organismo para alimentar a una burocracia diplomática y realizar cumbres con floridos discursos. Por ello desarrolló tres agendas de trabajo: una social, cuyo propósito fundamental era la inclusión; una agenda económica, centrada en la productividad; y una agenda política enfocada en la participación ciudadana. 

También tuvo logros netamente políticos, entre los que destaca el haber sido el escenario para repudiar el intento de golpe “policial” contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa, en 2010, un gesto con el que la Unasur puso en evidencia la actitud parcializada de la OEA ante este tipo de casos: muy decidida y veloz si el Gobierno amenazado es de derecha, pero ambigua y lenta si es de izquierda. 

En 2014, aunque ya comenzaban las dificultades para mantener la cohesión, los cancilleres acordaron designar el 17 de abril como el Día de Unasur, en honor de aquella reunión de Margarita.

Los buenos resultados de los primeros años se vieron frenados o en retroceso cuando los factores reaccionarios comenzaron a desplazar a los gobiernos progresistas, ya sea por elecciones o mediante maniobras como la que sacó del poder a Rousseff en Brasil o la oscura traición de Lenin Moreno contra Correa, en Ecuador.

En 2017 la estrategia desintegradora del imperialismo y las oligarquías logró su objetivo por discrepancias entre los países miembros en torno a un nuevo secretario general (había finalizado el período de Samper). También influyó la situación de violencia generada por la ultraderecha en Venezuela con la intención, una vez más, de derrocar al presidente Maduro.

A partir de esa crisis interna, Argentina y Brasil, gobernados entonces por presidentes de derecha, se retiraron bajo el argumento de que era un bloque ideologizado. El país donde funcionaba Unasur, Ecuador, dirigido por Moreno, dio otro golpe de efecto al desalojarla de su sede, simbólicamente ubicada cerca del Monumento de la Mitad el Mundo, en el paso de la línea ecuatorial.

Quedó demostrado que los avances hacia la unión nuestroamericana logrados bajo gobiernos con sentido de la soberanía se detienen y hasta pueden colapsar cuando los países son manejados por la derecha y las oligarquías alineadas con los intereses imperiales. La historia y la realidad actual así lo demuestran.

En busca de un segundo aire

Unasur parecía condenada a ir al cementerio de experiencias de integración latinoamericana cuando nuevamente ocurrieron cambios políticos en varios países de la región. La victoria de Alberto Fernández, en Argentina; el restablecimiento de la democracia en Bolivia; y el retorno Lula, en Brasil, configuraron un clima favorable para que el bloque buscara un segundo aire.

El paso de Fernández por la Casa Rosada, sin embargo, no ayudó demasiado debido a su aparente incapacidad para asumir posiciones firmes ante la derecha global. En un encuentro en Brasilia intentó quedar bien con dios y con el diablo al decir que “Unasur no es un espacio ideológico, es un espacio de intereses comunes que debemos profundizar y concertar intereses sobre los que todos tengamos una misma posición frente al mundo”.

Ahora, con el troglodita Javier Milei en la presidencia Argentina se puede dar por descartado el apoyo de Argentina a la reanimación del proyecto unionista.

El estrecho vínculo entre los proyectos de integración y los factores políticos progresistas y de izquierda quedó demostrado con la decisión del presidente colombiano, Gustavo Petro, de reingresar al mecanismo, luego de su salida en tiempos del ultraderechista y furibundo proimperialista Iván Duque.

¿Habrá alguna duda de que este tipo de mecanismos diplomáticos han sido, son y serán torpedeados por el poder imperial y sus lacayos?

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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