Letra fría | No todo era color de rosa en San Martín
19/04/2024.- No todo era color de rosa en San Martín, y aun cuando faltaban las rosas, nos inventábamos el color y hasta la fragancia, sobre todo cuando se ponía lejos la quincena. Ese era el momento de crear el espejismo de la felicidad. A los niños le encantaban las pastas, y en la semana conflictiva decretábamos un Festival de Pastas que ellos recibían con alegría. Alioli (ajo y aceite), Pesto (Albahaca), Matricciana (tomate y tocineta), fileto (tomates fileteados), Carbonara (tocineta con crema), napolitana (tomate triturado). Y por supuesto boloñesa entre las más sencillas, y si daba chance arrabiatta, quattro formaggi (cuatro quesos), puttanesca… ya cuando cobrábamos, nos encantaba vermicellis con camarones, la marinera o fidegua, entre muchas más.
La carne la compraba en un mercadito que había en la esquina de Solís o Marcos Parra, no recuerdo cuál de los dos era el nombre, pero buenas carnes y verduras. El pescado me lo traía de La Guaira, después de mis clases en el Liceo José María Vargas, me iba para “El Mosquero”, ese mercado que está al lado del Puerto. Y aparte de la panadería del Portu, detrás del bloque, por una vereda ahí cerquita, completaban los centros de nuestro abastecimiento y, por supuesto, la Central Madeirense que abrió cuando inauguraron el Centro Comercial Los Molinos en el 79. ¡Épale!, y no podía olvidar el Mercado de San Martín, que era nuestra principal fuente, donde más compraba los fines de semana cuando coincidía que pagaban.
El tema de la caña es otro de los temas claves, ya he dicho que teníamos un sistema no convencional para proveernos, aparte había un barriecito de una calle de tierra, a la derecha del estacionamiento del edificio, donde una señora vendía cervezas bien frías y baratas, estaba la licorería de la avenida que quedaba entre un bar de striptease y el bar de mesoneras, que tenía una escalera, y quedaba al frente de una bomba de gasolina, a cuyo lado había otro bar donde de vez en cuando cantaba Daniel Santos. Tenía la costumbre de tomarme allí la última cerveza en las madrugadas y una noche me encontré a Daniel solo en una mesa, como pensativo y hasta triste, fueron pocas palabras porque al ratico debió ir a cantar el último set. Nunca entendí que hacía el Inquieto Anacobero cantando en un barcito de tan poca monta de la avenida San Martín. ¡O era amigo del dueño, o seguramente le gustaba escaparse a bares parecidos a los de su juventud! Ya pasaba de 60, pero seguía siendo famoso, como lo fue hasta el final de sus días. Por ese tiempo, en 1976 estuvo sonando por el escándalo que desató el artículo publicado por Salvador Garmendia en El Nacional, y ya para 1982 volvió a la palestra literaria por el libro El inquieto anacobero. Confesiones de Daniel Santos a Héctor Mujica. Recuerdo que estuve en ese bautizo en un restaurante de El Rosal, que fue una gozadera y me firmaron el libro Héctor y Él. El editor se botó con el obsequio culinario y los ríos de whisky 12 años. Creo que se llamaba Carlos Julio González, del apellido no estoy seguro, pero el nombre sí, porque la editorial era Cejota. Por cierto, revisando el libro encontré intercalada entre sus páginas, una entrevista que le hizo Salvador y que me regaló hace años la Negra Garmendia. La que murió al nacer fue una entrevista en el bar del Hotel Kursaal de La Casanova, que le hice con un periodista que llamaban Popeye, también fallecido, pero nunca supe adonde fue a parar ese cassette.
Ahora si de escritores hablamos, por La Quebradita pasaron muchos escritores, Nelson Dávila fue hasta que se casó, Gabriel Jiménez Emán inolvidable cocinero y cantante, Alvarito Montero, Tito Núñez, Néstor Francia, el recién fallecido poeta Antonio Urdaneta, el ya comentado Armando Contreras, entre otros que no puedo recordar.
Humberto Márquez