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21/04/2024.- Daniel Roy Gilchris Noboa Azin es el nombre completo del actual presidente de Ecuador. Según Wikipedia, (que lo define como administrador, empresario y político ecuatoestadounidense) nació en Miami en 1987, y “proviene de una de las familias con mayor poder económico y político del país”. En la lista de sus familiares aparecen Diego Noboa (presidente de Ecuador entre 1850 y 1851); su abuelo, Luis Noboa Naranjo (empresario); su tía Isabel Noboa (también empresaria) y su padre, Álvaro Noboa, “el hombre más rico de Ecuador”. Su tercer nombre (Gilchris) significa “Rey servidor de Cristo”, según cuenta su madre. Se graduó de administrador en la Universidad de Nueva York en 2010, obtuvo una maestría en la Kellogg School of Management, otra en la Universidad de Harvard y otra más en la Universidad George Washington. Es, pues, de una “buena familia”, como les gusta decir a quienes consideran que las familias pobres no son tan buenas y es un señor “estudiado”.

Pero parece que entre tanto estudio y tantos negocios (ligados al consorcio de la familia: la Corporación Noboa), más su carrera política, no le dio tiempo de enterarse de que las embajadas son territorio de otro país, que existe la inmunidad diplomática y de una institución diplomática tan viejecilla como el derecho de asilo. Ni en sus programas de estudio, ni en su desempeño político se nombró alguna vez la Convención de Viena, esa que en su artículo 22 establece que los locales de las misiones diplomáticas son inviolables. “Los agentes del Estado receptor no podrán penetrar en ellos sin consentimiento del jefe de la misión”. Que apunta las obligaciones de todos los Estados de resguardar los locales diplomáticos y “evitar que se turbe la tranquilidad de la misión o se atente contra su dignidad”.

De ignorante del derecho internacional podría uno acusarle, pero tendría que decirlo completo: ignorante-arrogante, dispuesto a reincidir sin excusas, como lo declaró el mismo Noboa: “No me arrepiento de nada”, dijo, después de ordenar la irrupción policial en la Embajada de México en Ecuador, persiguiendo al exvicepresidente a quien el Gobierno mexicano había dado asilo. Si violó la Convención de Viena habrá que reformularla a su gusto y también cambiar la Convención de Caracas (1954) sobre el derecho de asilo. Y trató de hacerse el gracioso: “Invito al presidente López Obrador a comer ceviche o tal vez unos tacos juntos y poder conversar”.

No le importa a Noboa la condena casi unánime en la OEA (ni más ni menos), ni la condena en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). La agenda es la de la impunidad, la de “me da la gana” y “tengo razón porque lo hice yo”.

Nuestro presidente Nicolás Maduro ha hecho notar las coincidencias con la conducta del primer ministro israelí, a quien tampoco le importa la condena internacional por el genocidio de Gaza, que anuncia continuar sin más; y al que sumó el bombardeo del consulado de Irán en Siria. La violación continuada del derecho internacional por los aliados de Estados Unidos demuestra un desespero en el que se abandonan las formas y se sustituyen por un descaro creciente. Amenaza de hacer aún más descarnadas las relaciones internacionales, basadas en la regla del más fuerte. Aunque a decir verdad, las violaciones a la Convención de Viena no son un vicio nuevo; valga, por ejemplo la invasión de la embajada venezolana en Washington en 2019.

Humberto González Silva 

 

 


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