Tinte polisémico | Cancerberos en la selva de cemento

26/04/2024.- Todos los ciudadanos que transitamos a través de las vías, por todos los sectores de nuestra capital, la cuna del Libertador, nuestra amada Caracas; sea a pie, a bordo de colectivos o en vehículos particulares, podemos apreciar un fenómeno muy particular, que adopta ya la forma de absoluta normalidad.

Sabemos y conocemos que una gran proporción de los motorizados, a bordo de sus máquinas, se caracterizan por su audacia e intrepidez para conducir por nuestras calles y avenidas, a velocidades vertiginosas, evadiendo el tráfico y circulando con pasmosa habilidad, sin colisionar, por entre los estrechos canales formados por las colas de los vehículos de al menos cuatro ruedas.

¿Cuál es, entonces, la novedad noticiosa citadina que debe llamar nuestra atención como ciudadanos, como habitantes de lo que Héctor Lavoe, en sus canciones, denomina la “selva de cemento”?

Ahora bien, nuestros centauros motociclistas no solo acostumbran cabalgar con solo los dos pasajeros habituales en sus vehículos, que incluye al conductor y a su acompañante trasero, pues el asiento de las motos está diseñado para transportar un par de personas. Sin embargo, la realidad nos enfrenta con una situación diferente: en el asiento de cada moto podemos ver hasta cinco pasajeros o más. En infinidad de ocasiones, usted seguramente  ha sido testigo de grupos familiares completos, de al menos cinco miembros: el conductor, un par de niños, uno sentado sobre el tanque de combustible, otro al final del asiento o en la parrilla de la cola de la moto, o ubicado por su edad en el medio de los dos adultos, como un sanduche, y como guinda del postre, un bebé en los brazos de su progenitora que va, de acuerdo a nuestro argot caraqueño, de parrillera. Adicionalmente forma parte de la carga de nuestro vehículo en observación, los morrales escolares, loncheras, pañaleras y hasta un balón de fútbol o los guantes y el bate de beisbol.    

Ver cabalgando a cinco individuos, raudos sobre el asfalto, manteniendo el equilibrio y el balance con todo el peso corporal de sus humanidades, sobre ese vehículo de solo dos ruedas, se ha convertido para cualquier individuo, que ha transformado su percepción de esta extraordinaria maniobra, de dominio kinestésico, en algo ordinario, cotidiano, absolutamente normal, forma parte de nuestro paisaje metropolitano. Inclusive, el espectáculo se puede apreciar en días lluviosos, cuando vemos  a ese combo de pasajeros equilibristas, dotados de sus cromáticas prendas impermeables para protegerse del agua.

Sin haber realizado un análisis riguroso y sistemático de la legislación vigente, incluyendo las ordenanzas o resoluciones, es muy probable que no esté permitido sino andar solo dos personas en este tipo de vehículo automotor, para lo cual fue diseñado. Aunado a que, en la mayoría de los casos, ni el conductor  ni los pasajeros no llevan puestos los requeridos y necesarios cascos y botas de seguridad, chaquetas y guantes de cuero, por posibles caídas o derrapes, anarquía en su máxima expresión.

Es pintoresco y anecdótico salir en tu carro con destino a tu oficina, y en cualquier intersección, al detenerte por la luz roja del semáforo, repentinamente verificar por alguno de los espejos retrovisores, la imagen parcial, de una criatura de varias cabezas que se aproxima, una especie de centauro humano-mecánico, una combinación de seres vivos con máquina, una especie de cancerbero, la figura mitológica griega de un perro de varias cabezas que protege el reino del dios Hades, pero que en nuestro caso son las cabezas de los adultos y los niños que se dirigen seguramente a la escuela y la guardería, mientras que la parrillera y su bebé, quizás, vayan a una cita pediátrica, y el conductor, muy probablemente, sea el mensajero de una corporación pública o privada que asistirá a su oficina, después de distribuir a cada uno de sus pasajeros.    

Si consideramos el asunto sociológicamente, la motocicleta se ha convertido en un vehículo familiar que sirve para atender una necesidad, la transportación de todos y cada uno de los miembros de una familia para llegar hasta sus destinos: escolares, médicos, laborales, de diligencias e inclusive, en las fechas de asueto y fines de semana, con objetivos recreacionales. Es una realidad social. 

Por otro lado, las autoridades, efectivos y funcionarios, que vigilan y supervisan el tránsito, es su rol, están llamados a prohibir y evitar las situaciones de riesgo que conlleva la transportación de personas en esas condiciones, por la seguridad y la integridad física de los pasajeros, así como del resto de la ciudadanía que también comparte las vías de circulación de la ciudad, es un derecho de la colectividad. Los siniestros asociados a estos accidentes motociclísticos tienen impactos de orden económicos, laborales, sanitarios, psicológicos, jurídicos, familiares, en síntesis, humanos.

Campañas de concientización, con la participación de medios públicos y privados, se hacen imprescindibles. Asimismo, las políticas públicas municipales deberán adaptarse en términos de actos de regulación eficaces y efectivos. El tránsito seguro en las calles y avenidas es un tema de participación ciudadana, del ejercicio de la democracia protagónica y participativa, de la contraloría social, es allí donde se encontrarán las soluciones de consenso colectivo, orientadas por un norte único e inequívoco, el derecho a la vida y el buen vivir.

Héctor E. Aponte Díaz

tintepolisemicohead@gmail.com

 

     


Noticias Relacionadas