Contraplano | Peter Strickland y su experimental aporte al cine giallo


03/05/2024.- Fue hace casi 20 años, y luego de horas nocturnas de chateo que sostenía con un viejo amigo de la universidad, amante del cine, cuando conocí al giallo italiano. A él le preguntaba por directores y películas de terror específicas, que catalogara como obras maestras, y que, a su vez, haya considerado que marcaron distancia de las tradicionales cintas de este género. Así, salieron los nombres de Darío Argento y Lucio Fulci, importantes exponentes de este estilo policial, nacido en el siglo pasado. 

Mientras mi amigo compartía una larga lista de películas de dichos autores, yo las localizaba en la red para agruparlas y luego disfrutarlas. En los días siguientes logré ver varios de estos trabajos recomendados, que, aunque fueron hechos en las décadas de los años 1970 y 1980, captaron mi total atención, particularmente por su forma explícita de representar la violencia: tomas prolongadas de asesinatos en estancias italianas muy recargadas. 

Años después, y guiado por conclusiones apresuradas, llegué a pensar que el giallo estaba en el olvido, hasta que me llegó por otra vía una recomendación de la obra de Peter Strickland (Reino Unido, 1973). 

La primera cinta que vi de este autor fue In fabric: vistiendo la muerte (2018). Esta película narra la historia de cómo un aquelarre clandestino, que opera en una tienda de ropa, embruja un vestido y con él controla, y casi mata, a una mujer. 

Fascinado por esta propuesta –que evidentemente hace guiños honoríficos a Argento, con la exaltación del sonido, cámaras deslizantes, pantallas divididas, planos cerrados a rostros y luces coloridas de aparente origen desconocido–, me dispuse a ver Berberian Sound Studio (2012), mi película de favorita de Strickland hasta el momento. 

En esta producción –marcada por escenas surrealistas y erráticas–, el realizador logra convertir un estudio de sonido en una trampa asfixiante y desagradable, difícil de escapar. 

Gilderoy, un sonidista británico, va a Italia a grabar los efectos sonoros de una película de terror. Una vez en el sitio, se encuentra con un ambiente hostil, en el que los compañeros son poco honestos, insultan y degradan a las actrices de doblaje. Sin embargo, Gilderoy se dispone a hacer su trabajo y pasa a destrozar ante los micrófonos, una y otra vez, verduras y frutas para simular los sonidos de descuartizaciones, mutilaciones y cuchillazos de las escenas que afortunadamente no llegamos a ver, pero sí a imaginar tras la lectura del libreto que hace el director, de quien curiosamente solo vemos sus manos enguantadas. 

Esta dualidad, la de solo narrar sin exhibir, y a la vez redimensionar los sonidos de cruentas escenas, como sacrificios, asesinatos, intentos de violación y torturas a unas “brujas”, es la herramienta clave que usa el director para incomodar al público. 

Al finalizar Berberian Sound Studio posicioné a Strickland como uno de los mejores exponentes actuales de terror experimental. Concluí que, aunque este director no sea puramente giallo, sí podría considerarlo como un fiel discípulo de este estilo. 

La ausencia de Strickland en el cine se debe a la falta de financiamiento, debido a los temas poco convencionales de sus argumentos que no enamoran a las corporaciones dueñas de los streaming. Pese a esto, no pierdo la esperanza de volver a ver algún largometraje de este británico que ha roto esquemas y que me ha llegado a cautivar totalmente.    

Si deseas saber más sobre Berberian Sound Studio puedes escribir a este correo: columnacontraplano@gmail.com

 

Carlos Martin

 


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