Palabras | Lo siento Borges, la eternidad también cansa (II)
10/05/2024.- La inconsciente búsqueda de la inmortalidad, cual necesidad existencial de no morir nunca, también se tornó ficción contraria a sus sensaciones, a su pesado cuerpo. "Lo lamento —dijo—, nadie debería vivir tanto". La muerte con altivez, pero también como esperanza contradictoria, la del cesar del todo.
Lo que en el fondo fuera un temor a morir del todo, lo obligaba a trascender en otras realidades, al margen de lo predecible, no por desdén, sino por carencia de asombro.
Al decir de Wallace Stevens: "La poesía es una purga de la pobreza, del cambio, del mal y de la muerte en el mundo. Es un presente que se perfecciona, una satisfacción en la irremediable pobreza de la vida". Sin embargo, cuando la realidad nos sobrepasa de esplendor, la razón intenta su alegría. Para Borges, el transcurrir de los días fue lo contrario. La ficción fue su ideal, por no haber nada más que lo animara, ni nada más apto que le recobrara lo perdido. Tal opción se erigió como una clave contra el dolor, la vergüenza y el hastío. Un inevitable esfuerzo incesante por lograr satisfacciones, bien sea a costa de las palabras o de la irrealidad, medio eficaz para calmar emociones desbordadas: "(…) miro este querido / mundo / que se deforma y que se apaga / en una pálida ceniza vaga / que se parece al sueño y al olvido".
Tan desviado de la realidad que la ficción lo volvió ficción, y no pudo, por tanto, controlar sus emociones, aquellas que lo sumergían en detestables exabruptos. Al parecer, un destino que la realidad le infligía por haberla abandonado. Así, lograron hacerlo bajar de la más pura fantasía y de lo más equivocado a manchar su traje gris y su penumbra clara. Indefenso, se soltaba emotivo a contrariar las travesuras de los oportunistas y las conjeturas de una ficción política para la infamia.
Con burla e ironía pagó; con ello también le pagaron. Quién lo habría visto ir desde la biblioteca a inspeccionar los pollos por la tarde. En verdad te equivocaste, Borges. Aunque en el fondo acertaras al entrar en un juego que por serio y extemporáneo te recobraba de la inmovilidad, del olvido y de la noche. La ficción te inventó y la realidad, ante ninguna otra opción fácil, te tomó para la injuria.
De esa manera, una profunda contradicción lo definía y lo movía. Un conflicto generoso lo rescataba del letargo y de lo poco que ofrecía el mundo, a su manera de ver.
La contradicción lo hizo grande, pero fue su debilidad: cansarse de vivir cuando ya se han descontado todos los días asignados a la vida; insistir en la redondez del tiempo y de la existencia cuando concretaba la muerte como el último final; delatar la intrascendencia de su obra mientras recibía premios que decían lo contrario.
Carlos Angulo