Punto y seguimos | No son muñecos, son personas
Palestina: que lo injusto y lo cotidiano no nos sea indiferente
14/05/2024.- La imagen es perturbadora. No puedo dejar de mirarla. Sostengo el teléfono fijamente y miro la pantalla como quien mira un abismo, sin poder moverse. Quiero desplazar mi mano —es un gesto tan simple— y pasarla rápido, como se pasa lo que no nos gusta o no nos interesa, pero no puedo, así que la observo a conciencia, la escruto, la enfrento. Voy a memorizarla, me digo. La persona de la imagen (un video reel de movimiento imperceptible) merece que lo haga, que mire y que no olvide. Que no la olvide.
La imagen viene acompañada de un texto escrito por quien la captó. No aporta mayores datos, como nombre o edad. La persona que grabó (un periodista palestino de 25 años de edad) está rota. No puede olvidar y tampoco quiere que nosotros lo hagamos. Nos cuenta que es lo más horrible que ha atestiguado, y él ha sido testigo de mucho, mucho horror.
Levanto la vista del texto de vuelta a la imagen y entiendo por qué, entre tantos registros de experiencias desgarradoras, este reportero le otorga un sitial preponderante. Sé que estoy viendo un video —tan estático que podría ser una fotografía—, y aun así no puedo evitar sentirme cerca, atrapada por la ola de angustia, opresión y dolor que provoca. Quisiera llorar, pero tampoco puedo. Tengo una piedra en el pecho.
Pensamientos terribles me asaltan. Quisiera disociarme. ¿Será una muñeca? ¿Podría ser un montaje? Por favor, que sea una muñeca, que sea un fake de mal gusto, por favor… pero no. Sé muy bien que los palestinos no necesitan publicar imágenes falsas. No es una muñeca. El periodista describe sus náuseas, sus lágrimas interminables, el recuerdo enterrado en su cerebro, eternamente afectado.
No es una muñeca. Es una niña. Una bebé. Tiene el pelo castaño corto y usa un enterizo blanco con mangas y bordes amarillos. La tela es de estampados de lacitos. Tiene un zarcillo dorado pequeñito en su oreja derecha y aprieta su manito derecha en un puño. La mano izquierda está completamente extendida de forma antinatural, como si se hubiera roto la muñeca hacia atrás. Tiene las piernitas cruzadas, con un pie descalzo sobre el otro. Todo su lado izquierdo está expuesto: costillas, corazón, vísceras. La sangre está seca y también cubre la mitad de su carita. Sus ojos están cerrados y, en mi disociación, digo que parece dormida.
No es una muñeca. Es una niña. Una bebé palestina que yace muerta sobre una sábana blanca con medio cuerpo destrozado. No se murió. La mataron. La asesinaron los israelíes en Gaza. Era la hija de alguien, quizás hermana, sobrina y nieta. Quizá también era huérfana. Tantos quizás. Tantos miles de niños y niñas muertos. Tanta vergüenza de un mundo que mira pasar estas imágenes sin observarlas, sin indignarse, sin conmoverse, sin movilizarse, sin detener y condenar para siempre a los desgraciados representantes y soldados del "Estado" de Israel.
No son muñecos. No es una película de guerra o de terror. Son personas. Desde octubre de 2023 han muerto 35 mil de ellas, 400 mil están siendo desplazadas y 70 mil están heridas, aunque, para ser honestos, heridos en el alma humana tendríamos que estar todos. Miremos, memoricemos, sintamos. No seamos cómplices de la barbarie.
Conmuévase y sienta vergüenza.
Mariel Carrillo García
Nota:
El video reel referido (así como más información referente al genocidio) puede encontrarse en la cuenta de Instagram del periodista Motaz Azaiza, con el usuario @motaz_azaiza