De comae a comae | Israel y la matanza de inocentes
Tensaba la cuerda más fina tejida de nuestro útero, conectada a todas las infancias
Mi madre nació bajo un árbol de olivo, en un suelo que, dicen, ya no es mío; pero yo cruzaré sus barreras, sus check points, sus locos muros de apartheid y volveré a mi hogar. Soy una mujer árabe de color y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.
Rafeef Ziadah
(Poema palestino)
15/05/2024.- Somos muchas las personas que huimos con el corazón desesperado. Vamos en filas irregulares por el único lugar permitido. A medida que avanzamos, dejamos atrás el cuerpo de un joven asesinado. Cada paso nuestro desdibuja su rostro, el árbol sembrado por su familia, la historia de su nombre. No hay tiempo, es imposible detenerse a darle sepultura en campo santo. Necesitamos escapar. Este corredor es una trampa. Nos disparan. No puedo respirar. La angustia nos asfixia. Despierto. No es una pesadilla, es real y su nombre es Israel.
A los pocos meses de iniciada la matanza de inocentes contra Palestina, ese fue el primer sueño que tuve. Cada una de las imágenes difundidas, principalmente por la red internacional de noticias Al Jazeera, impactó de manera profunda mi ser. Yara apenas contaba con seis meses de nacida. Recién superábamos su cuadro de desnutrición. Recuerdo haber sentido ante el desconsuelo de los bebés recién nacidos sin madre ni padre el deseo de ser su refugio y cobijo.
Empezaron las evacuaciones forzadas en los hospitales. Muchas personas heridas, enfermas o con condiciones especiales debieron ser desalojadas; entre ellas, bebés. Algunos pequeñines lograron llegar a Egipto, pero otros fueron abandonados por la fuerza en las unidades de cuidados intensivos neonatales (UCIN) del hospital Al-Nasr, y más adelante Al-Shifa, por presión, intimidación, engaño y violencia del ejército israelí contra el personal médico.
Distintas cadenas y medios de comunicación —incluso las parcializadas hacia el Estado de Israel— difundieron las imágenes de los cuerpos sin vida de muchos neonatos en sus incubadoras. Para las mujeres que somos madres, aquello tensaba la cuerda más fina tejida de nuestro útero, conectada a todas las infancias del mundo. Desde mediados de noviembre del 2023 lo vimos venir: el exterminio continuado de la población de Gaza era evidente.
Por más de siete décadas se han repetido las mismas escenas: familias enteras aniquiladas, niños detenidos en cárceles, comunidades desplazadas por la fuerza, destrucción de infraestructuras y ecocidio. A ello, se suma en esta oportunidad las sanguinarias acciones genocidas que han traído como consecuencia el dolor de más de catorce mil madres a las que les ha tocado abrazar los cuerpos sin vida de sus hijes envueltos en mortajas blancas. Más de trece mil hombres desesperados tratan de sacar a sus seres queridos de debajo de los escombros. Un millón aproximado de personas padecen hambre. Cerca de diecisiete mil infancias han quedado huérfanas; de ellas, muchas niñas han sido forzadas por la situación a volverse madres de sus pequeños hermanos.
Ante la cantidad abrumadora de sobrevivientes de una masacre en curso y en medio de una Gaza destruida, sin escuelas, mezquitas, hospitales, universidades, avenidas, edificios residenciales ni refugios, he sentido impotencia y también ira, por la impunidad otorgada debido al apoyo de gobiernos como los de Estados Unidos, Alemania, España, Reino Unido, Italia y Australia. Esos países mantienen la venta de armamento al Estado de Israel y vetan, en las sesiones celebradas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un alto al fuego, que quiebra las esperanzas de un mundo en paz.
Por las noches, cuando duermo a Yara, me llegan oleadas de angustia por cada bebé que tiembla de pánico en los bombardeos, por cada mutilación de sus pequeños miembros. Mi vientre se hiere con la cesárea realizada sin anestesia. Revivo dolores pasados al saber de la desnutrición inducida que padecen casi treinta por ciento de las infancias en Gaza, mientras se mantiene intacto el genocidio más brutal y descarado que el colonialismo moderno se ha atrevido a ejecutar.
Netanyahu y su gabinete de gobierno me hicieron recordar un pasaje del Nuevo Testamento, conocido como la Matanza de los Inocentes. En él, Herodes, el rey de los judíos, ordena ejecutar a todos los nacidos en Belén menores de dos años, por temor a aquel que un día reinaría sobre Israel. Acabar con las infancias y las mujeres en edad reproductiva es uno de los crímenes de guerra más crueles, dirigido al pueblo palestino, porque con ello intentan arrancar las raíces del olivo de la tierra.
Aun cuando los poderes del capital intentan aniquilar a la humanidad, las mujeres palestinas, al igual que el resto de las mujeres indígenas del sur global, entienden la importancia de seguir pariendo. Saben que la existencia de sus pueblos depende de ello. Con sus maternidades rebeldes, impregnadas de porvenir, resguardan en sus úteros la semilla de la resistencia.
Este es mi humilde homenaje a cada una de ellas.
Soy una mujer árabe de color y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.
Así que déjame decirte que esta mujer que hay dentro de mí solo te traerá tu próxima rebelde.
Ella tendrá una piedra en una mano y una bandera palestina en la otra.
Soy una mujer árabe de color…
Ten cuidado, ten cuidado, de mi ira.
Ketsy Medina
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