Letra veguera | Frankenstein en las redes
22/05/2024.- Cuando un personaje como Eduardo Fernández aparece cumpliendo su turno al bate en Instagram y el laboratorio no logra disiparle su pinta de viejo "verde", bastante copeyano todavía, queriendo ser una figura con semblante de solterón empapado en Jean Marie Farina, pontificando sobre la naturaleza de la llamada "transición"; o cuando irrumpe el cura Baltazar Porras 18 años después de actuar públicamente en el golpe de Estado del 2002 y el secuestro de Hugo Chávez, luciendo un look de zorro inofensivo, o de lobo enmascarado de cordero de Dios en vísperas de un viaje al exterior, "exigiendo" al CNE tal o cual requerimiento en nombre de la voluntad nacional, o de los nuevos muchachos electores en las presidenciales del 28-J, uno piensa y hasta cree que son disparates. Quizás estén menos ofuscados que los bruñidos alcaloides de Franklin Virgüez, inspirados en unas chuletas escritas a mano por Orlando Urdaneta o un abreviado guasap de Leonardo Padrón, de César Miguel Rondón o de Alonso Moleiro, enviado desde una tasca del Siglo de Oro español en la esquina de la calle Miguel Yuste, donde El País de España hace de las suyas y el joven Moleiro es empleado de su laboratorio contra Venezuela.
El carnet de identidad
Hace ya bastante tiempo que la oposición venezolana fue metamorfoseando su típico modo de ser de derecha en una suerte de pasarela de adoquines en busca de unos contrafuertes fascistas universales, de unas cédulas de identidad no plastificadas o de unos comprobantes arcaicos.
Al abandonar el terreno de la racionalidad, la lógica y el ser político para buscar una, o dos, o tres, o cuatro soluciones más o menos digeribles y razonables, o unas "alternativas" a las pandemias y endemias del capitalismo y el neoliberalismo, como sucedía en la Cuarta República y se manifestaban en los ámbitos de la polarización adeco-copeyana, la oposición se ha convertido en una especie de "la hija de nadie".
Ya ninguno de sus especímenes cita a Rómulo Betancourt, ni al doctor Caldera, ni a Teodoro Petkoff, ni a Renny Ottolina ni a Jóvito Villalba. Las lumbreras de Uslar Pietri, Alberto Adriani, Simón Alberto Consalvi, por citar a tres luces de bengala del alma nacional tatuadas en el logo del Pacto de Punto Fijo, se esfumaron.
Hace bastante rato, la verdad fue expulsada de la realidad, sustituyéndola por sofismas, mentiras y versiones mediáticas. Pero lo peor es que juntaron todas las técnicas de publicidad y márquetin para vendernos la mentira como verdad, o al revés.
En eso de hacer un juego de libre mercado con las ideas y las cosas, la oposición siempre luce con ventajas casi insalvables, porque ¿cómo nos defendemos con la verdad ante una guerra multiforme, híbrida o total? ¿Cómo arremetemos contra el narcisismo consumista? ¿Cómo nos defendemos del fascismo que tiende a convertirse en el producto espiritual y mental de nuestras alienadas generaciones de jóvenes y adolescentes? ¿Cómo mercadeamos la ternura y el abrazo como valores sociales? Decía Laurencio Zambrano: "¿Qué le hace falta a nuestros poemas, ensayos y canciones para que nuestras éticas y estéticas sean capaces de repolitizar a nuestro prójimo como nos han repolitizado y embellecido a nosotros mismos?".
Como los carros de Ford
Hubo una época en la que los medios de comunicación eran herederos de la cultura fordista. Dijo recientemente el ensayista y periodista argentino José Natanson, estudioso y protagonista del asunto, que se hacían de pies a cabeza unos diarios y los lectores iban por ellos en masa, así como se compraban los carros de Henry Ford en las agencias abiertas hasta la madrugada, mientras los niños de Disney comían hamburguesas y el crimen no pagaba si el amanecer lo anunciaba algún jíbaro urbano.
Eran productos ya hechos para el consumo social. Allá después la gente, que vería qué carajo hacía con esas mercancías tan útiles y necesarias para la existencia.
Como la MUD
Desde que Frankenstein se fugó de la novela de la escritora inglesa Mary Shelley, el mundo ha cambiado en la medida en que el personaje se va apoderando de la era digital y entra por todas sus puertas y ventanas.
Hay que recordar que Frankenstein es como la MUD: una juntura de cadáveres con vida propia, cada uno gracias al capital, al Departamento del Tesoro y los gobiernos de EE. UU., a la Banca(da) de la Unión Europea, al dinero que han robado de Pdvsa y a los tesoros del narcofondomonetarista.
La implantación de la fenomenología digital y sus prodigiosos tentáculos fueron dando vida e inteligencia a las redes sociales para oxigenar más allá de su agonía perpetua al capitalismo mundial. "Produjo una mutación por la cual los medios pasaron a ser, cada vez más, un flujo, un work in progress interminable que se va actualizando, corrigiendo y enriqueciendo a lo largo del día", dice con rigor Natanson.
Por cada una de esas redes ronda un Frankenstein. De hecho, Milei es una suerte de onomatopeya del personaje de Shelley. En nuestra patria, hay otro de tercera edad plasmado en un pendón y mostrado en las redes como el candidato de María Corina Machado, la legendaria hija de los amos del valle que ha pedido a gritos a los EE. UU. una intervención militar y una mayor rigurosidad en la aplicación de las sanciones para que Maduro le afloje el coroto.
Guernica en Venezuela
En recuerdo a los ochenta y pico de años del bombardeo nazi al pueblo de Guernica —ese genocidio que fue inmortalizado por Picasso, a quien los fascistas lo espetaron: "¿Ud. hizo eso?", y él contestó: "No, lo hicieron ustedes"—, se debería ejercer el derecho de mostrar en las redes una práctica típicamente fascista —que ya cobró vidas y pudo tomar cuerpo en la calle, donde el chavismo cultiva un liderazgo histórico importante y se conjugan el poder de convocatoria y la voluntad entusiasta de muchos y diversos sentimientos de solidaridad frente al bloqueo—: esas prácticas de la oposición llamadas guarimbas.
Los materos de la guerra
¿Recuerda alguien aquel "método" que evoca a "los curas comunistas" y a las atrocidades que se relatan en ese libro sobre la Guerra Civil española y las prácticas fascistas?
¿El asunto de los "materos" y de las "botellas de agua congelada" lanzadas desde las alturas de los edificios a las marchas chavistas y la quema de personas vivas?
Por más que el sociólogo Tulio Hernández haya aparecido como el autor intelectual del "materismo", ese "método" fue discutido y conversado entre este y otros genios que militan en el ala fascista del antichavismo, ese que nos odia a muerte, que nos quiere lejos.
Eso no se le ocurrió a Hernández mirando el azul del cielo por una baranda de su apartamento. Claro, fue algo concebido desde "las alturas", un PH, un espacio desde una torre bancaria que les dio la perspectiva de las trágicas consecuencias que traería el "materismo" o el "botellismo" en el seno de una multitud que, precisamente, no marchaba mirando a ver si la cagan los pájaros.
Un reel zigzagueante sobre este otrora macabro experimento fascista le haría daño, es cierto, a la memoria colectiva.
Materos, nunca más.
Federico Ruiz Tirado