La miss Celánea | Una mamá millennial

Decido que conmigo se rompe el círculo de la violencia

15/10/22.- Finalmente ha pasado: las millennials estamos teniendo prole. El fenómeno, como es natural, comenzó hace varios años, pero si sacamos cuentas, las millennials tenemos entre 27 y 42 años, se nos comenzaba a pasar el tiempo y las que quedábamos sin parir le hemos puesto manos a la obra. Bueno, manos no, usted entiende.

En líneas generales, hemos sido una generación reacia a reproducirnos por voluntad propia, la verdad. No en vano somos la llamada “generación Peter Pan”, los primeros adolescentes de 30 años que conoció este planeta. Sin embargo, esa maduración tardía, sumada a varios otros elementos que nos caracterizan como generación, han dado como resultado la aparición de una nueva especie de padres y madres bichos raros, cuya mortificación primordial es que el varoncito pueda ir al colegio con el pelo largo y la niña pueda jugar fútbol sin que se burlen de ella.  

Pero no, la cosa va más allá. Padres y madres millenials podríamos significar para el mundo un paso hacia la construcción de un ser humano diferente de verdad, si el capitalismo no nos gana la partida.

Los millennials somos el eslabón que une dos generaciones: la última de las generaciones analógicas y la primera de las generaciones digitales. Conocimos lo que fue la metra y la perinola, y fuimos también los primeros niños y adolescentes en estar hiperconectados y conocer la internet. La sensibilidad y el acceso a la información construyeron lo que somos, y, en consecuencia, fuimos los primeros en cuestionar duramente las formas de crianza de los llamados Baby boomers (padres y madres de los años 50 y 60), y abogar por el amor y el diálogo, el parto humanizado, la crianza respetuosa y muchas otras formas de deconstruir la taras que siglos y siglos de opresión, religión y patriarcado dejaron sobre la formas humanas de construir familia.

No quiero decir que antes no existieran padres y madres amorosos, respetuosos y extraordinariamente entregados a sus hijos. Quiero decir, sí, que somos una generación que colectivamente ha logrado visibilizar los traumas y las cojeras que arrastramos muchas y muchos de los que venimos de hogares sostenidos por personas, cuyas traumáticas vidas les llevaron a reproducir con sus hijos la desgracia que vivieron.

Mi abuelo, por ejemplo, fue un niño migrante que trabajó desde los diez años para ayudar a su mamá a sobrevivir en una ciudad que era agresiva con las madres solteras. A mi abuelo nadie le habló de sexo, nadie le explicó que el estigma de ser un bastardo no tenía por qué existir, y que esa palabra horrible respondía a un prejuicio patriarcal ocasionado, de paso, por la irresponsabilidad de un patriarca.

Mi abuelo, que fue golpeado por una joven madre desesperada que no había conocido otra forma de comunicar sus descontentos ante ciertas actitudes infantiles, aprendió rápido a golpear también, y golpeó a sus cuatro primeras hijas (nacidas antes de que él cumpliera los 20 años), y a la mamá de sus hijas, quien escapó de él para nunca más volver. También golpeó a su segunda esposa, un noble y maravilloso ser humano que asumió la crianza de las cuatro primeras niñas y le parió otros tres más a mi abuelo. Los dos últimos hijos de mi abuelo fueron varones. Cuando estos varones crecieron y mi abuelo ya había perdido fuerzas, fueron ellos, por órdenes de su padre, quienes golpearon a sus hermanas cuando osaban llegar tarde de una fiesta, o eran capturadas infraganti tomadas de la mano con algún joven en una esquina. 

Historias como esta signaron las vidas de millones de familias que nunca se atrevieron a retar el patriarcado hablando de las terribles consecuencias de utilizar la violencia como única forma de corregir situaciones dentro del hogar.

Entonces, cuando las y los millennials insistimos en usar nuestras redes de creación de contenido para visibilizar y hablar sobre el maltrato y plantearnos nuevas posibilidades de crianza, somos vistos como jipis pachamamos, pero no, nosotros somos esa gente que se abre un canal de TikTok para compartir formas de acompañar a nuestros hijos en su crecimiento, entendiendo (gracias también a las herramientas que nos brinda la psicología) que corregir es más fácil y efectivo desde el diálogo y la compañía que desde la chancleta y el grito. Somos esas madres que confesamos perder el control porque también somos humanas y aún nos falta aprender a gestionar nuestras propias emociones. Somos padres que nos sabemos disculpar frente a los hijos, y sí, somos esos que luchan por el derecho de los niños a llevar el pelo largo y el derecho de las niñas a jugar fútbol.

Agradeciendo los esfuerzos realizados por todas las generaciones que me preceden, y sin las cuales yo no estaría aquí, decido que conmigo se rompe el círculo de la violencia en el rinconcito de humanidad que a partir de muy pronto tendré la responsabilidad de construir.


Atentamente,
Una mamá millennial.

Malú Rengifo


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