Vitrina de nimiedades | Las Tejerías o el cambio de conciencia

Una catástrofe como la vivida por el pueblo de Las Tejerías nos empuja a reflexionar

15/10/22.- Ver la fuerza de la naturaleza siempre impacta. Ya sea por la magnitud de las consecuencias o por el choque psicológico que causa, una catástrofe como la vivida por el pueblo de Las Tejerías nos empuja contra la deuda histórica de repensar nuestra relación con el ambiente. Como dice el refrán, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, pero este doloroso evento nos recuerda que esa senda también está plagada de omisiones y retrasos que ponen en juego nuestra pervivencia.

Las líneas anteriores, lo admitimos, suenan a uno de los lugares comunes mejor posicionados entre los discursos de la dirigencia política y de la sociedad en general. Pero el hecho de que sea trillado no le resta fuerza al compromiso y al desafío que representan estas palabras: cada vez es más urgente repensar cómo vivimos, cuáles son los espacios que estamos escogiendo para hacerlo y cuánto estamos dispuestos a cambiar. 

¿Entendemos la existencia de límites en la naturaleza como un asunto razonable? ¿Podemos concebir el “desarrollo” como una vía para convivir con nuestro entorno? ¿O seguimos reivindicando un concepto abrumadoramente discutible? Cuando nos hablan del calentamiento global, ¿realmente lo tomamos en serio? ¿Sí logramos entender que el afán de progreso no puede estar por encima del equilibrio de un ecosistema? Frente a estas preguntas, el problema no es saber la respuesta, sino internalizar cada interrogante, analizarla, masticarla, buscarle todas las dimensiones posibles. 

Quizás, solo quizás, rastreando con sesudez las soluciones a estas interrogantes podría nacer ese compromiso tan necesario para construir una nueva relación con el ambiente, desde “arriba”, es decir, desde quienes tienen la capacidad de tomar decisiones. A ellos no los acompaña el desconocimiento: en foros como el 77° periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, celebrado en septiembre pasado, se ha alertado sobre la magnitud cada vez más abismal de desastres como incendios forestales, olas de calor y de frío, lluvias y sequías. 

Al mismo tiempo, se denuncia la falta de compromiso de los países desarrollados, que aún no dejan claro cómo cumplirán con el aporte de 100 mil millones de dólares anuales desde 2020 a 2025 para ayudar a los países en desarrollo a construir economías con bajas emisiones de carbono. Se trata de una omisión dentro de una lista mucho más amplia de convenientes olvidos, denunciados y rechazados desde América Latina y otras regiones.

Mientras gobiernos y organismos internacionales van con un saco de deudas a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP27), en noviembre próximo, desde abajo los desafíos no son pocos. Es muy fácil decir “No construya cerca de una quebrada”, “ no tale” o “no queme” cuando otras condiciones priman sobre las posibilidades de miles de familias. También es muy fácil pedir un cambio en nuestra relación con el ambiente sin crear las condiciones para ello, sin promover una formación ecológica sólida y sustentable.

El camino que nos queda ni siquiera ha comenzado. En Venezuela dimos unos primeros pasos con herramientas como el Plan de la Patria y su quinto objetivo histórico, pero del papel a la conciencia popular aún queda un trecho larguísimo. Sin embargo, debemos comenzar con las herramientas de articulación popular a tender puentes para construir una nueva relación con nuestro entorno. Las Tejerías es un potente llamado de atención. Ojalá esta vez no olvidemos la lección.

 

Rosa E. Pellegrino

 


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