Retina | El odio y el miedo
El odio es el fruto predilecto y directo del miedo
17/10/22.- En una escena de una telenovela brasilera, unos campesinos escuchan atentamente el discurso de un político. Uno de los campesinos mira a su compañero de al lado y pregunta: "¿Por qué será que durante las campañas electorales todos los candidatos son de izquierda?".
No le falta razón a quien formula la interrogante, la propaganda de izquierda se sustenta en las propuestas de conquistar un mundo mejor. Sus proposiciones se formulan en compromisos y promesas de mejores condiciones. Es por ello que surgió la idea de llamar “progresistas” a este tipo de propuestas, porque apuntan a mejorar las cosas para el colectivo.
Hoy la derecha no quiere presentarse como derecha, y menos reconocer que su propuesta es que no cambien los privilegios de los privilegiados. Son conservadores porque no quieren que ocurran cambios y, cuando ocurren, son reaccionarios porque quieren que retrocedan las conquistas obtenidas por quienes no tenían privilegios.
Nada es más paralizante y conservador que el miedo. Quienes quieren que nada cambie trabajan directamente con el miedo. Lo inyectan, lo inflan y lo inflaman. Por más de mil años ha sido el arma principal de las fuerzas conservadoras en la cultura europea. El miedo es medular en la propaganda de derecha.
Es así porque el miedo genera una suerte de paralización de la capacidad de razonar, opaca la realidad con una niebla que reduce el pensamiento a los más elementales niveles de autoconservación, a la vez que convierte en amenaza grave a casi cualquier estímulo del entorno. La derecha explota esa sensación de que es necesario y urgente “defender” lo que se tiene.
Es este un elemento al que debemos permanecer atentos justo en este momento, cuando una crisis sustituye a la otra sin dar tiempo a recuperaciones, porque en verdad no se trata de crisis, sino de decadencia de un sistema que se ha vuelto indefendible e inmanejable.
Justamente en períodos como el actual es cuando la gente siente la necesidad de entender a qué se debe el miedo difuso que siente y quiere transformarlo en un miedo concreto hacia el cual apuntar las energías.
Los mercaderes del miedo no son algo que surgiera en en nuestra época. Tienen muchos años existiendo. Ya hace mucho que su accionar se dirigió a la quema de brujas, herejes y judíos. Hace menos tiempo, se ha ocupado de ocultar la indefendibilidad del sistema, usando como chivos expiatorios a los comunistas, socialistas, sindicalistas y extranjeros.
Ese miedo lo he visto explotado al máximo en Caracas. Recuerdo que una amiga, militante de oposición, me llamo una noche muy preocupada, asustada y preguntando si era verdad que al día siguiente bajarían los cerros. Le recordé que vivíamos en una ciudad donde las panaderías, los autobuses, las clínicas, las universidades y todo lo que requiriera trabajo, se movía porque desde la madrugada bajaban los cerros y nos invadían los barrios de las ciudades dormitorios. “No son marcianos -le dije-, son la gente con la que trabajamos siempre”.
La paralización conceptual que genera el miedo, provoca una simplificación del mundo. Si transformamos el miedo en un rostro concreto, preferiblemente más débil que nosotros, entonces se puede dirigir por un canal de odio toda la energía de autoconservación que nos ha creado el miedo.
El odio es el fruto predilecto y directo del miedo. Con odio se emprende la búsqueda de orden, seguridad y poder. El fascismo genera y explota tales sentimientos, asegura que después del exterminio habrá orden y seguridad.
Freddy Fernández | @filoyborde