Punto y seguimos | Cambio climático

Apocalipsis en tiempo presente

18/10/22.- Cuando se habla de cambio climático suele haber una especie de creencia general en la población de que si existe, pero que: 1) no es tan grave y apocalíptico como lo pintan 2) seguramente hay científicos y gente "preparada" que ya tiene pensadas las soluciones ante escenarios de (mayor) crisis y  3) tenemos tiempo para resolverlo. El calentamiento global, aunque ya estemos sufriendo sus efectos, todavía lo asociamos a algo que otros deben resolver. Las tragedias derivadas del cambio climático nos golpean en la cara en los cinco continentes, pero aún así la comunidad global pareciera no hacer clic ante el hecho de que sin una verdadera movilización colectiva a gran escala, que exija respuestas a sus líderes, el daño no hará más que acelerarse. 

Se piensa -especialmente en los países desarrollados, principales emisores de dióxido de carbono- que las consecuencias de atacar a la naturaleza en nombre de la acumulación son postergables. La periodista canadiense Naomi Klein, famosa por sus obras No logo y La doctrina del shock, publicó en el año 2014 un libro mucho menos reseñado que sus antecesores, titulado Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima, en el que describe muy bien la suerte de burbuja en la que se refugia la población mundial (sobre todo aquella con mayor capacidad de consumo), mirando para otro lado mientras el planeta evidencia cada vez, a mayor velocidad, que el sistema económico lo está transformando profundamente, y no de una buena manera para las especies que en ella habitamos. 

Mientras el capitalismo y sus lógicas de extracción y expolio sean la racionalidad dominante, está más que claro que estamos condenados al desastre. Como lo advirtió Fidel Castro, si la lucha contra el cambio climático no se entiende como la urgente necesidad de cambiar el sistema capitalista, no será posible la supervivencia de la especie humana, y esto ocurrirá en un futuro más cercano del que solemos imaginar. A pesar de que las luchas ecologistas parecen haber aumentado en la última década, sumándose colectivos del "primer mundo" (recordemos que los pueblos originarios de todo el planeta tienen más tiempo reivindicando los derechos de la naturaleza y advirtiendo del peligro), lo cierto es que no se conjugan medidas de presión efectivas que apunten a la total transformación del sistema y las lógicas de consumo. La disgregación de los movimientos ecologistas es evidente e incluso se han visto desvirtuados al no incluir en la ecuación la lucha de clases que, como se ha leído en varias paredes del continente, convierte la ecología en "jardinería y faranduleo".

Las clases altas del mundo -cuando pretenden lavar su imagen abrazando consignas ecologistas- no suelen cuestionar las causas reales, y mucho menos parecen dispuestas a sacrificar su adicción al consumo, sino que más bien lo "migran" hacia el gasto en artículos "verdes", que se han convertido en otro nicho de mercado y no en una alternativa sostenible. Así la lucha por la salvación del planeta pareciera reducirse a películas apocalípticas de pésimo argumento y a no escuchar atentamente a los pueblos más afectados de países en vías de desarrollo que pagan con tragedias en sus ecosistemas la acción desmesurada de siglos de capitalismo extractivista e industrial de las grandes potencias. Hasta que no se plantee como un desafío colectivo evitar la locura que significa defender el dinero antes que el lugar en el que vivimos, los esfuerzos serán en vano. Un problema de escala global, requiere acción global y que las élites consideren que ellos también están en crisis, lo que solo se logra con revolución masiva. Como ejemplifica Klein en su libro, a modo de analogía: "La esclavitud no fue una crisis para las élites hasta que surgió un movimiento abolicionista".

Así las cosas, como diría un amigo: si el movimiento anticambio climático no logra cohesionarse con perspectiva de clase, los ricos nos van a matar a todos. 


Mariel Carrillo García

 


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