Retina | Visible, pero no luce

La corrupción se rodea siempre de un plumaje que se nota de inmediato

Puede que exista quien disfrute de lo que ha robado en prácticas corruptas, pero no podrá exhibirlo con orgullo.

Quien comete un acto de corrupción crea con su acción un monstruo. Ahora deberá esconderlo porque no puede matarlo sin hacerse daño. La manera probada de realizar este acto de ocultamiento es fabricar un laberinto en el cual nadie sepa entrar ni salir. Tendrá que contratar a un artista que lo proyecte y lo ejecute. El artista conocerá la clave de todo.

Ocurrió al rey Minos, en la mitología griega. El rey se negó a sacrificar el toro blanco que le había otorgado en apoyo el dios Poseidón. Evadió su responsabilidad sacrificando otro toro. Se hizo dueño del animal de origen sagrado. El castigo que recibió fue que Pasífae, su esposa, se apasionó por el animal y con la ayuda de Dédalo, el mismo artista que construiría el laberinto, se unió al animal y concibió al Minotauro, con su cuerpo de hombre y su cabeza de toro.

Quien comete un acto de corrupción sabe que está siendo corrupto, pero se consuela con el argumento de que su acción es pequeña y tiene poco efecto en el contexto de donde extrae lo que se roba. Quizá es de una partida o de una compra de cien millones, de donde roba nada más que cien mil. Esta lógica sirve igual para cifras mayores o cifras menores. Se puede robar un poquito de mil o un poquito de cien mil millones. La única diferencia real está en cuál es la responsabilidad que se tiene, a cuánto se puede acceder. Siempre es algo pequeño y, sobre todo, se pensará seguramente que es más pequeño que lo que roban los demás. Raspar cupos, ese acto de corrupción masiva, tuvo en mucha gente la autodisculpa de que no era nada importante en comparación con los actos de corrupción de los demás.

La persona corrupta cree saber, con profunda convicción, que quien está por encima de él o ella, también lo hace. No encuentra ninguna razón para que no lo hagan los demás. Si es un acto al que parece no poder negarse, ¿por qué habrían de negarse los demás?

Esta idea tiene continuidad perfecta en el imaginario popular. Cuando alguien es sometida o sometido a juicio por prácticas de corrupción, sobra la gente que asume, con mucha fuerza y convicción, que quien está sometido o sometida a ese juicio no es la cabeza de la corrupción. El verdadero corrupto, el arquetipo, siempre está mucho más allá en su imaginación.

Si mal no recuerdo, hay un dicho popular que sentencia que “el dinero, como la tos, no se puede ocultar”. La corrupción se rodea siempre de un plumaje que se nota de inmediato.

Una vez hacía yo cola en el comedor de la UCV. Tenía allí unos veinte minutos cuando hasta mí llegaron dos compañeros de clase, ambos militantes de una organización de la izquierda más radical, y se instalaron a mi lado, para ahorrarse el tramo que yo había avanzado. Casualmente estaban trabados en una discusión sobre la corrupción. Pidieron mi opinión y mencioné que las prácticas corruptas estaban demasiado difundidas y que siempre parecían pequeñas, que se trataba de qué oportunidad tenías de hacer fraude con qué. Discreparon y les hice notar que ellos acababan de cometer un acto de corrupción al aprovechar mi posición para no hacer todo el trayecto de la cola. Quizá habrá lectores o lectoras que sentirán que se trata de una acción muy pequeña, que tiene muy poco impacto.

El artista que construyó el laberinto en Cnosos, en la isla de Creta, es también quien le explicó a Ariadna, hija de Minos y hermana del Minotauro, la forma de entrar y salir del laberinto contando con un hilo como guía de retorno. El Minotauro fue muerto.

El laberinto no es seguro, porque lo conocen bien quienes lo construyeron. Puede que exista quien disfrute de lo que ha robado en prácticas corruptas, pero no podrá exhibirlo con orgullo. Se les nota y no les luce.

Freddy Fernández | @filoyborde


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