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29/06/2024.-

I

Los seres humanos integran, desde que aparecieron en el globo terráqueo, la única especie que pudo ser capaz de constituir la civilización que en la actualidad comparte todo el mundo, con desafíos y oportunidades comunes. A partir de entonces, procura salirse del letargo, liberarse del brusco trato, de la pobreza, de la explotación, de la violación y la deshonra, de la muerte y de las enfermedades.

La humanidad, como conjunto de diversas disciplinas que giran en torno al ser humano (como la literatura, la historia o la filosofía), aún no ha llegado a un consenso uniforme sobre la existencia de los derechos humanos ni sobre su esencia. Por ejemplo, ¿quién, como persona sensata, podría imaginar la ceguera de Estados Unidos e Israel al ignorar y negar el genocidio en la Franja de Gaza, dirigido por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, o la masacre de la población civil en el Dombás (Donetsk, Lugansk, Zaporozhie, Járkov, Sebastopol, Daguestán, etc.) por parte del régimen nazista de Ucrania, encabezado por Volodímir Zelenski y con el apoyo de Occidente?

Cuando la humanidad dio un indudable salto hacia la creación de los derechos humanos con la aparición del cristianismo, esta religión logró expandirse en el perímetro de la civilización latina, la cual proclamaba, en esencia, derechos para los esclavos y los pueblos oprimidos del Imperio romano. Posteriormente, sobraron ejemplos históricos de protección a los derechos humanos; tal es el caso del socialismo científico de Carlos Marx, en el siglo XIX, y su puesta en práctica en el siglo XX.

Hoy en día, la humanidad encara varios retos que ponen en peligro la soberanía y la independencia, y que solo pueden resolverse mediante la cooperación global. Los numerosos trámites y las propuestas concretas que el presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Putin, ha venido haciendo en defensa de los derechos humanos desde hace años para encontrar fórmulas de convivencia pacífica, y en pro del desarme y congelación de los arsenales nucleares existentes, no han encontrado respuesta ante el impulso político ciego y torpe de Washington, Londres y la Unión Europea (UE).

En Palestina, desde hace más de ocho meses, la operación militar de Israel, destructiva y mortífera, ha causado más de 37 mil 800 muertos y más de 85 mil heridos en la Franja de Gaza y parte de Cisjordania. Israel ha atacado sin contemplaciones casas de familias enteras, edificios públicos, escuelas, hospitales, plantas generadoras de electricidad, abastecedoras de agua potable o procesadoras de aguas residuales, ambulancias, lugares de culto, calles y playas. Aún el ejército de Israel reclama más tiempo para seguir ejecutando la tarea del genocidio.

Es hora de aplicar con vigor el derecho internacional mediante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y la Corte Penal Internacional (CPI). Necesitamos que cumplan con la responsabilidad de mantener la paz y la seguridad internacionales a través del desempeño de sus funciones, en aras de anular la impunidad reinante en el presente contexto histórico.

 

II

Las posiciones extremistas de seguir dividiendo las naciones del mundo con la amenaza de una guerra nuclear global y el castigo de seguir imponiendo el mundo unipolar del imperialismo norteamericano y el neocolonialismo de Europa —en el que se embarcaron al no poder poner de rodillas por la fuerza a China y a la Federación de Rusia— han surgido a raíz de ver reducido su terreno de operaciones en la búsqueda de nuevos horizontes para actuar impunemente.

La humanidad repudia el absoluto desprecio por las más elementales normas de respeto a sus derechos, en este caso el de todos los habitantes del planeta Tierra. Ya basta de amenazas con una guerra nuclear; de minimizar los efectos nocivos del cambio climático, sobre todo en lo ecológico; de la disrupción tecnológica que indica el marco equivocado de los monopolios de la superpotencia que forman EE. UU. y sus aliados; del uso distorsionado de la inteligencia artificial, y de la mala aplicación de la bioingeniería.

 

J. J. Álvarez


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