Araña feminista | Sororidad creciente

01/07/2024.- A menudo pensamos que ser mujer y además feminista nos lleva a construir relaciones de sororidad como quien va por la vida con una maleta de amor, compasión y feminismo. Y aunque la sororidad siempre ha estado en nuestra historia, ser sororas no es una práctica tan sencilla como parece.  

Gracias al sistema patriarcal hemos aprendido a competir consciente o inconscientemente. Lidiamos con comparaciones absurdas entre nosotras. Nos cuestionamos, criticamos y en algunos casos transitamos el miedo de que la otra sea mejor, nos supere, nos reemplace y brille más. 

El mito de la insuficiencia y la necesidad de competir muchas veces nos traspasa y nos conecta con las sombras más voraces del patriarcado. En mi experiencia he encontrado amigas que tienen miedo de ser vistas tal como son. También he estado en ese lugar, metiendo mis defectos bajo la alfombra para que nadie vea lo mal que muchas veces creo que lo hago. Entre nosotras también aparentamos ser perfectas y en eso de aparentar o creer que realmente lo somos, se esconde la misoginia que nos invita a violentarnos, a no reconocer a la otra pero tampoco a nosotras mismas. Se vuelve aún más difícil cuando hay relaciones de poder muy marcadas; una jefa, una mujer con más títulos, más dinero, más edad, mayor recorrido y más experiencia, o quizás, con otro tipo de experiencia, otro cuerpos, otras prácticas. El adultocentrismo y la verticalidad de nuestras sociedades traspasan las relaciones y definitivamente hacen mella en nuestra confianza y autoestima.

Lo anterior es síntoma de esa inseguridad, aprendida y heredada a través del proceso de socialización y demás artilugios culturales. Otro síntoma es la falsa sororidad, mujeres que fingen apoyar a otras, creer en otras cuando en realidad hacen todo lo contrario. A veces la sororidad puede ser solo una intención.

En mi anhelo de hacerlo diferente, reconozco que no siempre lo logro. Sin embargo, intento como práctica honrar a las mujeres que están a mi alrededor, darle sentido a sus lugares en mi vida, admirarlas y enamorarme de sus formas y de sus maneras de ver el mundo; no hablar de la otra si ella no está presente y sin tener su consentimiento; soltar mis juicios y mirarlas compasivamente, porque la historia de una, también es mi historia y, en esa medida, al abrazarla a ella, también me abrazo a mí.

Igualmente, intento comprender que no siempre podemos ser hermanas, que así como le decimos NO a la violencia de los hombres, debemos decir NO a la violencia de nuestras compañeras. Y aunque no somos culpables de reproducir un sistema retorcido, sí somos responsables de seguir dándole espacio en nuestras vidas y en nuestras relaciones. 

La sororidad es un acto contrahegemónico. Al unirnos, construimos formas diferentes de ser y hacer, concentramos esfuerzos para visibilizar las múltiples violencias y opresiones que nos traspasan, la desigualdad que encontramos en lo público y en lo privado. Construir redes es un asunto político, definir nuestros propios símbolos y códigos de hermandad, reconocernos, definir y redefinir lo que somos como algo nuestro, nuestras formas de ser, pensar y sentir. 

Warneidy Moreno


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