Parroquia adentro | La Sayona
Con gritos lastimeros, hacía confesión pública de los pecados que había cometido en vida.
05/07/224.-
La Sayona
Comenzamos este relato aclarando que la saya era una prenda de vestir de origen medieval, cuya evolución terminó en los vestidos y faldas de hoy. Siendo así, podemos imaginarnos a nuestra fantasma con un largo vestido blanco que, según ciertas víctimas, la hacían lucir muy sexy. Esta afirmación la realiza la escritora Mercedes Franco, en su Diccionario de fantasmas, donde describe a la Sayona como una mujer hermosa, de cuerpo escultural y larga cabellera.
Ya desde el siglo XIX esta mujer viene espantando a cuanto borracho y parrandero ha deambulado por las calles a altas horas de la noche. La escena se repite cada vez que los ebrios la cortejan y logran que la atractiva dama se les acerque sonriendo. Sin embargo, un instante después, ella les muestra, de manera amenazante, sus grandes y filosos colmillos, sembrando terror en los galanes, que huyen despavoridos, mientras rezan el padrenuestro y piden por protección celestial.
Otra versión de esta leyenda proviene del compilador Teófilo Rodríguez, quien, en su texto Tradiciones populares, de 1885, nos cuenta que la Sayona —también conocida para ese tiempo como La Fantasma— era un espectro de dimensiones gigantescas, que recorría de manera imponente —y muy convenientemente— las calles de la capital cuando se anunciaba el toque de queda nocturno.
Hay quienes aseguran que, entre las tenues luces de las casas de la época, podía distinguirse a La Fantasma cubierta con un largo sayal negro cuya cola barría el suelo. Sus cóncavos ojos despedían un siniestro resplandor rojizo y en su pecho se veían las huellas de la muerte. Se agregaba a tan horrible aparición el sonido de huesos que crujían a medida que iba caminando.
El Hermano Penitente
También narra la leyenda que tras la Sayona se presentaba el Hermano Penitente, que era un espectro blanco con un rosario de grandes cuentas en el cuello y una enorme cruz en su siniestra mano. Con voz gangosa, solía pronunciar un rezo ininteligible.
Con gritos lastimeros, hacía confesión pública de los pecados que había cometido en vida y que, después de muerto, hacían penar su alma. Solo lograría el perdón una vez que completara doscientas mil autoflagelaciones como penitencia para alcanzar la expiación de sus culpas.
Para culminar, debemos mencionar que discutir sobre la existencia de los fantasmas no es el objeto de este artículo, mas sí podemos asegurar que ciertos actores sociales se han beneficiado de la presunta aparición de los espectros malignos que hacen vida en nuestro país. Su propósito es mantener a las personas en sus hogares y ejercer control social. Así, pues, es preferible familiarizarnos con algunos de estos espantos, no vaya a ser que se nos sienten al lado en el metro o nos saluden en la calle sin nosotros conocerlos.
Gabriel Torrealba Sanoja