Letra veguera | González Urrutia en la escala de Mohs

12/07/2024.- En una de sus Notas de Julio, crónicas del historiador, geógrafo e infatigable pensador y activista ecológico Manuel Amarú Briceño Triay, este construye una salerosa reseña del viaje a Barinas que recientemente hiciera el candidato del pendón en un avión de Conviasa.

Todo el mundo sabe que Edmundo González Urrutia es el candidato del afiche, del pendón móvil de la ultraderecha venezolana. Sin embargo, como hay una cierta confusión con su verdadera identidad, que intentan camuflar o al menos asociar con la imagen benigna de un abuelo que cuenta cuentos a sus nietos, Amarú retrata uno de sus movimientos, esta vez en el que el exagente colaboracionista de la CIA juega a hacerse el loco públicamente, al momento de embarcar en un avión rumbo a Barinas.

Jamás pensó el geólogo y mineralista alemán Carl Friedrich Christian Mohs que su trabajo más importante, el Tratado de mineralogía (Grundriß der Mineralogie), de 1825, iba a ser desafiado casi doscientos años después, dice Amarú en el preámbulo de ese texto que, sin duda, logra mantener expectante a los lectores de sus crónicas, dadas a conocer en las redes. Con su acostumbrada erudición, continúa de la siguiente manera:

Sorprendentemente, el 6 de julio pasado, la conocida escala de dureza de Mohs se encontró con una realidad difícilmente pronosticable. Para dicho instrumento referencial, la dureza relativa de los minerales se clasifica en orden creciente de dureza sobre la base de diez minerales comunes: talco, yeso, calcita, fluorita, apatito, ortoclasa, cuarzo, topacio, corindón y diamante.

El caso es que el desafío no provino del mundo mineral, sino del actual modelaje del fascismo en el mundo (como si no bastara el show de Milei) de la caradura de González Urrutia, que en cierto modo es el antifaz epidérmico que se ha amoldado a su rostro casi pétreo y embalsamado, cuyo semblante parece gozar de esa extraña virtud de algunas caras que, sin gestos y sin parpadeos, delatan todo lo que esconden, todo lo que se puede saber, en este caso de un títere, cuya función es dirigida por una mano sin experiencia, sin compasión de ninguna especie con el género de monigotes existentes.

Como un acto extraño, el individuo en cuestión conjugó el indicativo presente del verbo latino e italiano provocare al grito de io provoco, escribe el cronista.

Se presentó en Maiquetía, no se sabe si en pantuflas, esperando una clamorosa ovación de los usuarios y del personal, y en la taquilla de Conviasa, sus hijos regatearon el pasaje preferencial de la tercera edad.

Briceño Triay define muy bien en su crónica el curso humano del suceso, la animosidad de los trabajadores que, absortos, detectan que no se trata de ningún exponente tardío de la denominada escuela filosófica griega cínica, fundada en la segunda mitad del siglo IV a. C. por Antístenes y cultivada por Diógenes de Sinope, Crates de Tebas, Hiparquía o Menipo de Gadara, sino del muñeco ajado que le presta sus servicios a María Corina Machado en su rol de payaso perverso.

El individuo es Edmundo González Urrutia, quien quiso, al parecer, escapado de la güija como un caralavada de baja ralea, pasar desapercibido: así lo pinta Amarú con maestría.

Inmediatamente, lo increpan mientras sus acompañantes destilan amargo de Angostura.

Probablemente, su intención era pasar revista a una de las naves que ordenará desguazar después de la privatización soñada, tal como le sucedió al Boeing 747 de la aerolínea pública venezolana Emtrasur, entregada por el malinchismo argentino a los gringos y desaparecido en un cementerio no localizado de Arizona o Kansas.

Pero la gente recuerda y, sentado ya en cabina, mascando chicle, tuvo que bailar los ojos ante los reclamos de los pasajeros cimarrones que saben de sus intenciones.

No está enfrentando a los dúnedain del Norte de la novela El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, sino a una multitud de carbono en campaña.

Y así llegó al aeropuerto de Barinas, donde lo esperaban las somnolientas y antiguas militantes copeyanas y la sombra de Rafael Simón Jiménez, danzando de un lado a otro para no ser captado por las cámaras.

Luego, a riesgo de su propia vida, paseó en mototaxi por una avenida de la ciudad, sentado atrás, por supuesto, aferrado a la cintura de un acróbata en decadencia contratado para la ocasión.

 

Federico Ruiz Tirado


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