Vitrina de nimiedades | La reconquista de un gentilicio

Ojalá la reconquista de nuestro gentilicio sea el trampolín para una mejor ciudad

22/10/22.- Es, quizás, uno de los recuerdos más vivos que conservo de mi infancia, en mi ciudad natal: Los Teques. Cada vez que nos preguntaban cuál era nuestro gentilicio, casi todos gritábamos: “¡Soy tequeño! ¡Soy tequeña!”. La candidez con la que resolvemos las cosas en nuestra niñez conseguía una severa corrección: “Usted no es tequeño. ¡ES TEQUENSE!”. 

Lo decían así, con exclamación y mayúscula sostenida. Ya sea para evitar chistes, apostar al “habla correcta” o reafirmar nuestra condición de humanos sobre los objetos. Cada vez que se consideraba necesario nos taladraban en la cabeza esa palabra. Era una peculiar forma de moldear nuestra identidad, como si se tratara de desligarnos de un asunto que no debería arroparnos. Uno no entendía qué pasaba, solo asimilaba que no era buena idea identificarse de esa manera.

Así fuimos creciendo, subestimando nuestra identidad frente al origen de uno de los platos que mejor identifica a los venezolanos. No era gratuita esta injusticia gastronómica para una ciudad que lleva los remoquetes de “dormitorio” o “satélite”: era territorio de paso, sin más expectativa que gozar del buen clima que en algún momento le caracterizó. Un espacio que únicamente se habita los fines de semana, para algunos, no tiene nada de atractivo.

Visto así, ¿para qué preocuparse por el origen de un pasapalo que nunca falta en una fiesta? ¿Para qué sentir el mismo orgullo que experimentan en otras regiones del país por sus platos típicos? ¿Qué puede aportarle a la historia reivindicar el origen de un platillo que suena a venezolanidad? Muchas veces, somos demasiado injustos con nuestras propias raíces y origen, hasta llegar al punto de desconocer aquello que nos distingue.

Afortunadamente, las pistas de la historia y la dinámica del lenguaje nos permiten conciliar hoy identidad y gastronomía. Aunque existen múltiples hipótesis, incluida una que ubica el origen del tequeño en Zulia, casi todas las posibles explicaciones remiten a la capital de Miranda como la cuna de esta invención culinaria.

A mí me encanta la historia de las hermanas cocineras que, luego de hacer pan, usaban la masa sobrante para envolver trozos de queso, freírlos y servirlos. Este invento, que presuntamente nació en el siglo XIX, alcanzó tanta notoriedad que pronto comenzaron a llevarlo por tren desde la estación El Encanto hasta Caño Amarillo. Cuando llegaban los encargados de las ventas con las bandejas, el grito era unánime: "¡Llegaron los tequeños!".

Así se trasladó la denominación de un gentilicio a una creación, pero a alguien se le ocurrió que aquello era para avergonzarse. Por fortuna, poco a poco la atmósfera de la deshonra fue cediendo a la recuperación del orgullo de los habitantes de una ciudad que va más allá de ser un territorio de paso. 

Este viernes 21 de octubre, Los Teques cumplió 245 años de su fundación. Más allá del protocolo acostumbrado, esta vez se celebró con una particular Feria del Tequeño, como una forma de ayudar a reconfigurar la identidad de quienes habitamos la capital de Miranda, de reconectarnos con ese adjetivo que, tratando de evitar chistes o promoviendo otra visión del lenguaje y la cultura, se nos hizo esquivo. Ojalá la reconquista de nuestro gentilicio sea el trampolín para una mejor ciudad y para hacer más robusto el orgullo de quienes vivimos en ella.

Rosa E. Pellegrino


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