Letra veguera | De Capriles a Machado
19/07/2024.- Desde que el perfumado y afrancesado banquero Manuel Antonio Matos lideró, en 1901, la Revolución Libertadora contra Cipriano Castro, la alta burguesía venezolana no había puesto a prueba a ninguno de sus personeros para darle quehacer al movimiento popular y reivindicador alguno en el poder.
Con Henrique Capriles Radonski como candidato de la derecha venezolana a la Presidencia de la República, enfrentado a Hugo Chávez, el rostro, el pensamiento y la acción política de la oligarquía, en modo neofascista, puesto primero en la escena de la pantalla chica con su grupete de malandros, también de apellidos, "moderados" por la inefable Marietta Santana en un canal de la burguesía de entonces, y pletórica en eslóganes dignos de una cadena de comida rápida, como aquellos "chicos malos" de Leopoldo López, Carlos Ocariz y uno que otro gladiador de la gran familia de Tradición, Familia y Propiedad. Con él comienza a inaugurarse en la política nacional la pasantía de los hijos de los apellidos y su incursión directa en los caminos a Miraflores.
Es la llamada antipolítica, que comienza a intervenir en búsqueda del tesoro perdido.
María Corina Machado estaba frente al espejo imaginando lo que iba a ser su tránsito por el hemiciclo, enfrentando a Chávez, creando Súmate, paseando por los negocios de Chacao, mezclándose entre la clase media y un conglomerado de pobres que, alguna vez, antes de la gesta con González Urrutia, se atrevió a abrazar con un kit de desinfectantes para seguir luciendo su abolengo de los amos del valle.
Aparecieron Carmona Estanga, los curas de la UCAB y la Conferencia Episcopal, los intelectuales jalabolas, los académicos de la estirpe de Germán Carrera Damas y, sobre todo, Bush, a quien ella acudió a solicitar ayuda con las rodillas peladas.
Desde la década de los noventa, la antipolítica fue posicionada como hegemonía en los medios privados. Su rostro es bastante visible. Su discurso antipartidos, su aparente bonhomía, el disfraz de gerente y el uso indiscriminado de técnicas publicitarias —desde publirreportajes hasta matrimonios ficticios con actrices de TV— la consolidaron como vértebra de un movimiento con forma de derecha progresista, pero con contenido neoconservador propio del exilio cubano-americano, el Partido Republicano norteamericano, el infame Partido Popular, profranquista, en España y la narcopolítica de Álvaro Uribe en Colombia.
Dos gestos aterradores reconocieron como fascista al menos a Capriles. Uno es el asalto a la Embajada de Cuba, donde además dirigió la turba derechista y los agentes de la CIA que intimidaron la sede diplomática, rompiendo con la legalidad internacional y amenazando con tomar las oficinas.
El segundo, y más triste, luego de liderar una campaña presidencial caracterizada por ejecutar sobre el pueblo la más feroz y sofisticada guerra psicológica, fue mandar a sus seguidores a tomar venganza por un "fraude", como excusa para activar la última fase de la estrategia de "golpe suave".
Hoy, Capriles está bocabajo, perdido frente al tarjetón y queriendo que, en lugar del viejo, estuviera ella, su par, su media hermana.
Capriles, desde un anonimato solo salido del marco por sus amigos de las redes, se acerca a ella para buscar la figuración que tiene el fotógrafo que la acompaña en las carreteras, comiendo empanadas y festejando con ella, y solo con ella, un cumpleaños fortuito en que ella lo abraza y le rodea el cuello con sus brazos fragorosos.
Sin embargo, esta no sería una semblanza histórica si no decimos que ambos son los arquetipos del fascismo en Venezuela, que hoy intenta apoderarse de Venezuela, de sus recursos, de la mano de un exagente de la CIA, casi mudo y sin músculos para subir a la tarima y arengar y vociferar contra Chávez y Maduro.
María Corina Machado lucha consigo misma, con sus sobras, contra la repulsión que provoca e intenta aplacar con la malhabida fortuna forjada por sus antepasados.
Es por eso que no retiene su envalentonamiento de sifrina decadente frente a un pueblo que siente lo que habrá de hacer con el viejito en el tarjetón: omitirlo, como si fuera ella...
Federico Ruiz Tirado