Retina | Con la lengua del miedo

Hay quienes se dedican al marketing del miedo y se lucran

24/10/22.- El miedo tiene su lenguaje, su propia retórica, su gramática. Habla hasta lo profundo, ordena su propuesta y elabora discursos que calan hasta lo más hondo de la gente. Es lenguaje capaz de generar reacciones que se concretan en crímenes.

Lo aprendo al leer a Bernat Castany Prado en su Filosofía del miedo, mientras navega hacia “la última Thule del pensamiento, en la que los mercaderes del miedo se han hecho fuertes, y tienen esclavizada a toda la población”. El propósito de la travesía es llegar más allá de la niebla, más allá del “eclipse cognoscitivo” que constituye el miedo y que opaca la capacidad de ver la realidad. 

Hay quienes se dedican al marketing del miedo y se lucran. Prometen más poder a quienes pagan por sus servicios. En ocasiones tienen éxito y la eficacia de su victoria se mide en el crecimiento de los cementerios y en la extracción de riquezas hacia centros de poder del mundo.

La base de la propuesta es crear el miedo y su respuesta, que debe ser sencilla y directa. Si bien el miedo es una bruma que no permite ver, que debe ser disipada, la salida debe ser un punto presentado con toda claridad. La forma de confrontar ese punto es la aniquilación. Si el miedo sale de ese punto, la niebla debería dejar de existir si el punto ha sido borrado. Hacia ese punto se avanza soplando la niebla con odio.

Existe una retórica del miedo. Su existencia ha permitido grandes obras, como las de Poe, Maupassant, Quiroga o Lovecraft,

pero es también la que enciende los sermones de los predicadores barrocos y los discursos de los políticos fascistas. Es la máscara que deforma la voz. Es el megáfono que amedrenta. Es, en fin, la lengua del Tercer Reich... Una lengua larga y bífida, que es tan pública como doméstica y tan doméstica como íntima, y que con solo rozarnos envenena toda nuestra actividad lingüística (Castany Prado).

Dice el autor que el miedo también tiene un manual de estilo y que en sus normas se privilegian repeticiones, interrupciones, exclamaciones, generalizaciones e imprecisiones.

Es así porque “la mente asustada siente una fascinación hipnótica que la lleva a pensar una y otra vez el objeto de su miedo”. Quien está sometido por el miedo no puede dejar de hablar de lo que teme con la misma intensidad con la que desea parar de mencionarlo. Habla, evade y se interrumpe. Trata de alejar de su mente esa recurrente vuelta al miedo. Dice Castany Prado que es agotador y humillante. En la literatura de terror se expresa en el uso y abuso de los puntos suspensivos. Sirven para dejarte siempre a punto de entrar en una zona más densa de la niebla.

El lenguaje asustado privilegia aquellas formas verbales que aumentan la imagen del peligro y minusvaloran nuestra capacidad de respuesta. Evita el presente, que es el momento de la acción. Habla en pasado ("yo quería escribir..."), en futuro ("ya lo haré algún día...") o en condicional ("si las cosas fuesen de otro modo..."), que son los tiempos de la rendición, la pasividad y el fatalismo. Para referirse al futuro, en cambio, utiliza el presente ("estoy muerto...", "seguro que se pone furioso..."), lo cual tiene el efecto de presentarle el peligro como un hecho ineluctable y cercano.

Los efectos de esta lengua del miedo los hemos visto con reiteración en Venezuela. Se expresaron en aquellas jornadas de urbanizaciones y edificios esperando ser invadidos. En una violencia de quienes se asumían como futuras víctimas y se convertían en victimarios de sí mismos y de sus propios vecinos; esa gente que sentía terror si escuchaban a la Sonora Ponceña interpretando Hay fuego en el 23.
Respondían a la bruma de una supuesta amenaza general, a un peligro omnipresente, vago y acechante. Era como si sintieran que el mundo les acosaba, era la montaña dedicada a dar caza al venado, en fin, la promesa aparentemente inequívoca de un daño que no tenía posibilidades de ocurrir, pero que justificaba la inmensidad de ese miedo.

 

Freddy Fernández | @filoyborde


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