Contraplano | Experiencia inmersiva en los horrores del fascismo

03/08/2024.- Mi fascinación por el trabajo de Béla Tarr me condujo a indagar un poco más en el cine húngaro. Quise conocer a otros realizadores de este país, y por fortuna llegué a dar con El hijo de Saúl (2015), cinta dirigida por László Nemes (Budapest, 1977) y estrenada en Cannes en 2015, con la que logró el Gran Premio del Jurado, al obtener el segundo lugar en esta competición.

Ambientada durante la Segunda Guerra Mundial, El hijo de Saúl narra la historia de Saúl, un prisionero judío en Auschwitz que formó parte de los Sonderkommandos, una subdivisión de presos que eran obligados a recoger cadáveres y ropa de las víctimas de las cámaras de gas.  

Abrumado por el genocidio, Saúl ve a distancia a un niño sobreviviente que es asfixiado por médicos nazis. En medio de un delirio por tanta barbarie, Saúl cree que ese infante desconocido es su hijo, por lo que se dispone a buscar a un rabino para ofrecerle al cuerpo un ritual funerario digno y clandestino antes de que le realicen una autopsia. A partir de aquí, y con un exterminio de reclusos amenazante, el protagonista comienza a trazar sus planes, junto a otros presos, para dar con su objetivo.

Ciertamente, El hijo de Saúl es una de tantas películas que denuncian los horrores del nazisimo. Sin embargo, en este caso, el director logró generar una asfixiante atmósfera que convierte esta producción en una de las más originales y crudas que jamás haya visto.

El realizador colocó en todo momento la cámara muy cerca del actor Geza Röhrig —quien encarna a Saúl—, por lo que el encuadre siempre está limitado. Así, como espectadores, lo único que nos queda para indagar lo que ocurre en aquel infernal lugar es el sonido y con lo poco que queda fuera de foco.

En una entrevista para TVE, Nemes explicó que usó el recurso técnico de encuadre cerrado para involucrar totalmente al público a los horrores de aquella oscura época.

“No es una película de horror, pero sientes que está ahí. El plan era hacer una experiencia inmersiva, olvidar los libros de historia y meter al espectador en el aquí y ahora”, dijo, citado por el medio español.

Con esta película llegué a saber que los integrantes de los Sonderkommandos vivían en condiciones menos miserables que el resto de los prisioneros. A diferencia de los homosexuales, gitanos y cualquier otra minoría, estos no eran blanco de asesinatos arbitrarios. Se les permitía quedarse con cigarrillos, ropa, alimentos y medicinas que sobraban de las víctimas de las cámaras de gas. 

Y pese a que parece que lo anterior suavizara la condición de estos reclusos, muchas veces los Sonderkommandos llegaban a deshacerse de los cadáveres de sus propios familiares. Además, su existencia estaba limitada hasta que los nazis ya no los necesitaran. Al final, miles de ellos fueron igualmente gaseados.

Durísima de mirar, El hijo de Saúl es una película que nos recuerda, como otras, los horrores del nazismo y el fascismo, corrientes que, erróneamente, muchas personas creen que han sido superadas. El aparato mediático-cultural occidental nos quiere imponer que son horrores circunscritos a la Europa de los años 1930-1940, y repite incesantamente que las únicas víctimas fueron los judíos. Sí, fue un período totalmente condenable que no debe repetirse, pero también es cierto que actualmente hay pueblos enteros sometidos a un exterminio tan igual o peor que el nazi, como el Palestino, que desde hace más de 70 años está bajo la bota sionista de Israel.

También es cierto que el fascismo, en una nueva versión más peligrosa, engañosa y matizada, ha avanzado en Europa, Estados Unidos y en nuestra región, al seducir, con falsas narrativas en las redes, a jóvenes que subestiman que sería imposible hoy día provocar un holocausto parecido o peor que el nazi.  

Ejemplo de esto está la Ucrania de Volodimir Zelensky, en El Salvador de Nayib Bukele y en la Argentina de Javier Milei. También entran el gobierno de facto de Perú, la dictadura boliviana de Jeanine Áñez, y los planes de la vocera extremista María Machado, quien en un discurso violento y manipulador, atiza la deshumanización de un sector importante de la sociedad venezolana para, con ayuda de Washington, instaurar una maquinaria de exterminio, tal y como la vemos en El hijo de Saúl.

Como amantes de la vida, de nuestra patria y de las artes, especialmente el cine, invitemos a los más jóvenes de nuestras familias a ver esta película, y a reflexionar junto a ellos sobre los horrores del fascismo, abominable doctrina que solo siembra odio, muerte, destrucción y frustración.

Para intercambio de opiniones y conocer más sobre El hijo de Saúl puede escribir a columnacontraplano@gmail.com

Carlos Alejandro Martin

 

 

 


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