Punto y seguimos | ¡Cancelado!

La cancelación implica la supresión del ser, una suerte de aniquilación moral

Pocas cosas hay más crueles que la exclusión deliberada. Pregúntenle a cualquier niño o adolescente –cuyos pares rechacen, dejándole muy claro que tiene, es, hizo o no hizo algo que le inhabilita para ser parte de algún grupo– cómo le hace sentir esto. Es más, pregunte a cualquier adulto –o a usted mismo– lo que significa, en términos emocionales y sociales, el saberse excluido. Como si esto no fuera bastante desagradable y desafiante en la vida, el rechazo al otro ha adquirido popularidad en una forma eminentemente más cruel y dañina, que implica no solo el apartar o segregar, retirar apoyos, sino, además, señalar y castigar, bien sea mediante el ataque directo y colectivo, la exacerbación de las faltas, la imposición de sanciones o el escarnio público.

 
En la cultura popular, y particularmente en el mundo de las “celebridades”, esto ha sido notable y se le conoce como “cultura de la cancelación”, misma que se aplica sobre un individuo –aunque veremos que se extiende a más– como retaliación por infringir con acciones o palabras (reales o supuestas) los códigos morales de ciertos grupos sociales. En muchos casos, estos preceptos morales acerca de lo bueno y lo malo suelen gozar del consenso social de la mayoría, pero no en todos; y si a este caldo le sumamos la posverdad (es decir, cuando los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las creencias o sentimientos previos de los individuos), el resultado es una bomba de irracionalidad, que genera comportamientos insanos en amplios grupos humanos, cuyos efectos no se limitan a las personas sujetas a la cancelación, sino que, en su forma más políticamente elaborada, alcanzan a instituciones, países y regiones enteras.

 
Si bien la exclusión ha sido común en la historia de la humanidad, lo cierto es que en la actualidad ha alcanzado niveles más complejos gracias al avance tecnológico de la sociedad y al desarrollo evolutivo interno del sistema capitalista, que se va adaptando a las nuevas condiciones que se presentan. El viejo sistema de dispersión de rumores y la propaganda diseñada existen hoy en su versión tuneada, ultrarrápida y masiva. Goebbels estaría maravillado y hasta orgulloso, por ejemplo, de la rusofobia imperante en la Europa del año 2022, donde en apenas meses y sin atender a las razones políticas reales, gran parte de la sociedad europea parece estar dispuesta a soportar gastos, desmejoras en su calidad de vida y hasta la posibilidad de un conflicto armado en su territorio, porque los malignos rusos "le cortaron el gas". Caso similar ocurre con Venezuela, país al que muchos no pueden ubicar correctamente en el mapa, pero al que aseguran es necesario castigar y robar para liberarle de su actual “dictadura”; y ni hablar de China o Medio Oriente, cuyos relatos de maldad y putrefacción parecen ya ser parte de la conciencia colectiva de Occidente.

 
No basta ya con aislar al enemigo (de clase, político, económico o personal), sino que hay que vilipendiarlo y cancelarlo. La cancelación implica la supresión del ser, una suerte de aniquilación moral. Quien no está con nosotros está contra nosotros. Quien infringe nuestro código merece desaparecer, y aquí el verbo “merecer” adquiere vital importancia, porque apunta a eliminar aquello que nos hace humanos: la conciencia, el arrepentimiento, la compasión, la esperanza de transformación, la fe en tus iguales. Seguir este camino es ir derecho a ese mundo orwelliano de 1984, donde: "La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza".

Mariel Carrillo García

 


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