Contraplano | Sórdidas confesiones de un genocidio impune

09/08/2024.- Motivado a romper un poco la rutina con el cine convencional, un día en 2014 le pregunté a mi amigo cinéfilo por un documental impactante, diferente y novedoso. Sin importar el tema y sin caer en explotación de violencia gratuita, le expliqué que quería ver algún material que abordara una realidad no conocida y que resultase difícil de olvidar. Contestando a mi solicitud y sin mucha explicación, él me refirió a El acto de matar (The act of killing, 2012, Dinamarca), dirigida por el estadounidense-británico Joshua Oppenheimer, en cooperación con la inglesa Christine Cynn.

Después de haber visto esta brillante y espeluznante película hace diez años, aún de mi memoria no se han ido sus impactantes testimonios. Recomiendo altamente este documental para todos aquellos que intentan indagar cómo opera el odio y cuáles son sus terribles consecuencias cuando es inoculado en pueblos enteros.

El acto de matar es un trabajo que desempolva el genocidio ocurrido en Indonesia entre 1965 y 1966. En aquellos años, escuadrones de asesinos —amparados por Estados Unidos— aniquilaron a más de un millón de personas, en su mayoría integrantes del Partido Comunista de Indonesia (PKI, por sus siglas en indonesio), el más numeroso del mundo hasta ese entonces.

El inicio de todo radica en el golpe de Estado del militar prooccidental Suharto contra el gobierno antiimperialista de Sukarno, el primer presidente de la Indonesia independizada y fundador del Movimiento de Países No Alineados.

La poderosa propaganda anticomunista de los allegados de Suharto —ideada por la CIA— convalidó y normalizó en el pueblo la aniquilación sistemática de integrantes del PKI, o sospechosos de serlos, así de otros grupos como sindicalistas, feministas, campesinos, chinos...

Cuarenta años después, Oppenheimer evoca este oscuro episodio, pero apuntando la cámara a los autores del genocidio. Así, vemos a Anwar Congo, uno de los verdugos e integrantes de los escuadrones de la muerte, hablar y confesar, de forma infantil y grotesca, los numerosos asesinatos que cometió en aquellos años.

Congo no es el único. El cineasta registra a varios integrantes de estas células paramilitares, entrenadas por el ejército, que llegaron a secuestrar, torturar y matar impunemente a comunistas y opositores. "Les pegábamos hasta matarlos y después quedaba una mancha fea de sangre, así que empezamos a usar alambres", dijo uno de ellos ante la cámara.

A la par que rememoran estos hechos atroces, un grupo de cineastas y artistas, junto a los verdugos, intenta rodar una dramatización —de mal gusto, cierto— que glorifica y justifica el genocidio.

Asombrosamente, estas personas vivieron — o aún viven— en total libertad. Jamás fueron o han sido señalados por el Estado, algún tribunal o el gobierno. Incluso, en la cinta se ve cómo unos cuantos de ellos son recibidos como héroes en un talk show de televisión.

Es como si Hitler hubiera ganado la guerra y Himmler fuera un héroe nacional, salvador de la patria. En Indonesia, los ganadores siguen teniendo muchísimo poder y toda la impunidad del mundo para seguir perpetuando su versión de los hechos.

Esto lo respondió Oppenheimer a la BBC en 2016.

Décadas después de la masacre, Congo, quien murió en 2019, prosiguió una vida delictiva sin rendir cuentas. Su escuadrón de la muerte —uno de los más sanguinarios por haber asesinado a más de mil comunistas— se convirtió durante años en "ejemplo y héroe a seguir" para millones de jóvenes en Indonesia.

Pese a que el verdugo anticomunista intenta lucir siempre rudo, hacia el final de la cinta veremos como el "ídolo" se quiebra y pasa de la fanfarronería a un fuerte estado de ansiedad y descomposición moral. En el drama ficticio que graban, Congo hace rol de víctima y en una pausa, con lágrimas en los ojos, pregunta a la cámara del documentalista: "¿He pecado? Le hice esto a tanta gente".

Para la BBC, el director comentó: "Llegó a un punto en el que sintió culpa de una forma muy pura y directa (...) supongo que esa es la advertencia moral de la película: que nosotros, como seres humanos, podemos destruirnos a nosotros mismos con nuestros actos".

Luego del estreno de este documental, distintas ONG y asociaciones de derechos humanos instauraron en La Haya el simbólico Tribunal Popular Internacional 1965, que dictaminó, sin carácter vinculante, que las matanzas constituyeron delitos de lesa humanidad. Se concluyó que EE. UU., Reino Unido y Australia colaboraron en dicho genocidio.

El acto de matar es la cruda realidad de las consecuencias de la instigación al odio, la señalización y deshumanización como métodos de hacer política. Y aunque creamos que lo ocurrido en Indonesia es algo del pasado, estas perversas tácticas —ahora perfeccionadas— siguen siendo usadas por el aparato cultural occidental dominante.

Para saber más sobre El acto de matar, puede escribir a columnacontraplano@gmail.com

 

Carlos Alejandro Martin


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