Crónicas en bici: Papel de.

La última vez que rodé, llegué justo cuando empezaba la llovizna.

Salió el sol, volvió la lluvia. Y no salió más ese jueves. Este.

Tanta lluvia es “que Dios aprende a llorar”, como dice aquella canción de PTT Lizardo, el poeta, que cumplió años en estos días. O en estas noches.

En consecuencia, presumo, la gente baila.

Los papeles

Fui hasta el Celarg, en Altamira. No usé la autopista, claro. La bici prestada se comportó a la altura. En el municipio Chacao, el asunto de comerse la luz funciona distinto. También respetan el paso peatonal, y también cruzan sin usar la luz de cruce, mirando el celular y tocando corneta, por supuesto.

Una señora muy amable: “Párala ahí”, y ahí la paré. Dejé el casco, subí los escalones y dejo de hablar en primera, para pedalear mejor.

Katya Colmenares es mexicana. Estaba sentada allí, con Ramón Grosfoguel, quien no soltó la bolsa nunca. Con ella en la mano izquierda, hablaba fuerte, pero bajo.

Ella, la mexicana, desde el escenario, empezó a hablar de compartir el pan. Ella, él, y otros y otras, están en este país porque, “en Caracas se está desarrollando la VII Escuela Descolonial Juan José Bautista, con un conjunto de conversatorios de pensadores y pensadoras que desarrollan esta corriente del pensamiento, como: Ramón Grosfoguel, Katya Colmenares, Karina Ochoa, Meyby Ugueto, Gonzalo Basile y, desde la modalidad virtual, el maestro Enrique Dussel”. Anabel Díaz Aché escribió el entrecomillado anterior en su columna que forma parte de Voces.

Como ustedes, lectoras y lectores inexistentes (ya que esto no se imprime en ningún tipo de papel, ninguno. Ni de, porque es mejor que no lo diga, porque ni siquiera están las semillas), entonces, como ustedes no nos leen, porque no existen, estas palabras llenas de la lluvia que no escampa en este octubre de 2022, no importan. Mañana se cumplirán 253 años del día en que nació, sin que se sepa a ciencia cierta quién fue su papá y su mamá, Simón Rodríguez.

Y la gente de Lainventadera.com, cumple un año. A pedal y bomba, como las ciudades canciones de José Delgado. Caracas, ciudad creativa y musical, con sus cantoras en la calle, con los pregoneros que ya no están, con los quioscos de Aquiles Nazoa, o algo así.

Papel de...

Cuando el ciclista se fue, no estaba la amable señora. Antes, a Colmenares se le salía toda la ternura mientras hablaba de la multiplicación de los panes, picándolos por la mitad. Pensando en el pan. Siguió guiando todo su verbo por el camino de la gente que “sueña despierta”, en una clase que transcurrió en los espacios en los que alguna vez vivió Rómulo Gallegos. Bueno, quizá estaban, ella y él, y la gente que preguntó, que disertó, que no preguntó y otra gente, un poquito más arriba de donde vivió, para ser un poco más precisos, si es que eso sirve de algo en esta época en la que no estamos imprimiendo, porque “no hay papel”.

La bici tiene una cesta que era de una nevera. Pesa más, pero a ella le gusta. Cuando se salta algo que se tenga que saltar, la cesta suena como si estuviera floja. No se pueden poner más de diez kilos en esa cesta; son ocho aguacates por un dólar. Algunos están verdes. Son 16 aguacates. El bono, de Bs. 32,80, no se puede usar en el camión de los aguacates. El tipo se para, saca su teléfono inteligente y el tipo del camión, con su familia, se está yendo.

“No tengo pago móvil”.

Pasar por Chacaíto es darse cuenta que le cambiaron las luces al reloj de La Previsora. Los charcos ocultos del bulevar de Sabana Grande salpican pero no importa. A veces está tan caliente que es mejor tener lentes. Y casco. Y guantes. Y luces. Y precaución. Con el teléfono inteligente y un tres por ciento de batería, el ciclista intenta pasar esos reales para el banco y pagar con tarjeta de débito. Las caras de estar esperando, con tantos aguacates y con la llovizna son muy serias. Hay otra seriedad en los rostros de las personas mayores de 55 años, por una parte, y los que tienen más de sesenta, por otra, cuando cada 22 de cada mes les depositan la pensión en un banco. Las colas enormes, la gente del banco repartiendo cambures para evitar desmayos, caminando la cola tomando datos para acelerar el proceso.

Pasó la tarjeta. El camión echó humo gris y se llevó un montón de aguacates mojados. La cesta iba serena y después, cuando Katia Colmenares terminó con su ternura firme y feminista y Grosfoguel iba a hablar y que por qué hay tantas “y”, no importa porque ya se sabe, entonces, después, quien escribe se fue.

La escuela descolonial

Con la bici prestada y sin aguacates, en un salón de la escuela Simón Bolívar, la maestra recibió, con sus 19 estudiantes de tercer grado A, a un ciclista que, según, también escribe.

Y para explicar cómo se agarra el volante, agarró la silla de ruedas de Ariancis, quien le advirtió que “después la colocas donde va”. Y ella reía con la risa más hermosa, con un dientico menos porque tiene siete años. Y dibujó su crónica y la narró y quedó grabada en el grabador que también trae teléfono y cámara y wasap, que es por donde le llega esto, porque no hay papel pero yo veo a Últimas Noticias, por ejemplo, ondeando solitario en el quiosco ese, el de Aquiles. Entonces, había una vez que la maestra, después, nos contó: “Hoy, a través de un ejercicio de aprender haciendo, estuvimos recreando historias que nos pasaron, porque aprendimos de la crónica y la verdad en ella. Es un ejercicio que vengo haciendo en mi salón, y sé que no está siendo fácil para las niñas y los niños enfrentarse al leer, al escribir y al escuchar. Una de las cosas que estoy desarrollando en el salón es aprender a escuchar, para aprender a escribir, a hablar, y luego, para aprender a leer, que es lo que más les ha costado. Les estoy enseñando narrativa. Los distintos géneros literarios, ayudando a entender que ese espacio no es aburrido, tedioso, no es “la tarea”; es una forma de aprender a escribir desde ti, desde tu imaginación hasta entender qué escribió el otro desde su imaginación. Eso es parte de la cotidianidad; leer y escribir”.

Próxima entrega: El cuento de Ariancis.

GUSTAVO MÉRIDA / CIUDAD CCS

 


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