Estoy almado | Halloween

Un mensaje alerta que quienes celebran esa fecha convocan a “viejos espíritus malignos”

29/10/22.- La primera vez que fui a una celebración de Halloween fue aquí en Caracas, hace muchos años. Era una fiesta entre compañeros de la universidad. Lo de siempre: flirteo, música, baile, licor y uno que otro chismorreo sobre profesores, materias y estudiantes. Ese Halloween se celebró como una rumbita más en el calendario, sin pretensiones de que estábamos adorando un culto pagano de origen celta ni de que estábamos invocados espíritus malignos. Hoy, de seguro, sigue siendo así, pese a que algunos ahora lo difundan como una práctica casi hereje. 

Como muchas celebraciones adoptadas en nuestro amplísimo sincretismo cultural, especulo que el Halloween empezó a practicarse en el país por dos cosas que ya tienen más arraigo en el imaginario popular que cualquier moda extranjera: el fervor sobrevenido de rumbear y el interés de vender más. En dos platos: el Halloween de aquí es hijo del rumbismo y el comercio.

Esos dos pilares, marcados por la acción y emoción, justifican que durante estos días los comercios estén adornados con telarañas artificiales, figuras de espantos, fantasmas, brujas y calabazas de papel. Generalmente, todo eso viene con supuestos descuentos y ofertas que no son tales, pero que no importa saberlo; los consumidores solo quieren disfrutar del momento, aprovechando la “ganga” de Halloween. 

En nuestro espíritu de rumbismo, la fecha es ideal para organizar el encuentro postergado o aplazado con familiares y amigos (“vamos a vernos un rato por jalogüín”, “hagamos algo por el jalogüín”). Por supuesto, la fecha también se usa como tema para celebrar  cumpleaños de niños, familiares o vecinos.  

Hago referencia a todo esto porque he visto mensajes por wasap tratando de hacer sentir mal a quienes venden o rumbean con motivo de Halloween. En resumen, el mensaje señala que quienes celebran ese día están convocando a “viejos espíritus malignos” y están más cerca de pertenecer a “un culto satánico”. Asombra la cantidad de teorías que las redes y aplicaciones de mensajería pueden procrear al día. Y perturba la correspondencia que logran en muchas personas. En la campaña presidencial en Brasil, por ejemplo, Bolsonaro alcanzó a Lula en intención de voto después de acusarlo de tener un “pacto con el diablo”. Lula tuvo que salir a decir que no tiene pacto con el diablo y que jamás ha conversado con él. Así estamos en nuestra capacidad de creer y descreer. 

Pero volviendo al Halloween, por estos lares esa fecha no la celebran por las viejas razones de antes cuando se adoraba a Samagín, el dios de la muerte como lo refiere una antigua tradición celta. Tampoco lo hacen esperando que los muertos, que en vida se portaron bien, vengan del más allá a pasar un rato con sus seres queridos en este plano terrenal, tal cual como lo pregonaban los sacerdotes druidas en la era antes del cristianismo. 

Incluso, aunque los celebradores de Halloween sepan el origen de esta fecha, lo seguirán celebrando cada año, porque en el proceso Halloween no fue adoptado en estas tierras como el culto bárbaro o ritual místico-religioso de antaño, sino que fue concebido como mero incentivo comercial para que los mortales compremos más, y como una nueva excusa para disfrutar de un rumbismo alimentado por una sociedad de consumo, al parecer, irrefrenable. Así que dudo que alguien deje de celebrar Halloween por asociarlo con supuestos ritos diabólicos. 

Asimismo se seguirá celebrando, por ejemplo, el día del Espíritu de la Navidad. Ese día la venta de mandarinas e inciensos con olor a esa fruta mueve cualquier devoción, sin importar qué significa ese fulano espíritu navideño. 


Con Halloween pasa lo mismo: es el dios mercado haciendo de las suyas, disfrazado de bruja o zombi, y entremezclándose con el mundanismo centrado en los placeres del jolgorio. Lo demás es posverdad y un intento de alborotar vetustas creencias espirituales.

Manuel Palma


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