Araña feminista | Femicidio ampliado
09/09/2024.- Hace seis años ocurrió el femicidio de mi hermanita Mayell Consuelo Hernández Naranjo, bella, inteligente, profesional, alegre, amorosa, solidaria, en manos de su expareja, papá de su niña. En una práctica que luego comprendí es muy recurrente, una práctica machista, misógina, cruel, que involucra y se proyecta hacia los hijos e hijas de las familias, una práctica que se repite y se agudiza sistemáticamente, aun cuando hoy día tenemos leyes que buscan garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencias, aun cuando se han formado en esa materia a más funcionarias y funcionarios no disminuye esa práctica, no disminuyen los femicidios. Hace poco un hombre asesinó a una mujer y a sus tres niños (“por celos”), y ante esta aberración todavía pude escuchar en la calle a una señora decir: "Es que las mujeres están desatadas". ¡Por favor, la miseria humana no tiene límites!
Imaginen por un momento si cada mujer que se siente agredida por su pareja o que su esposo le sea infiel decida utilizar la violencia y el asesinato como respuesta y solución a ese conflicto. Pues, no existirían hombres en la faz de la Tierra, y no vengan a decir que hay hombres que son lastimados por las mujeres (que sí los hay), pero en menor proporción y gravedad, pues no están siendo asesinados con tal frecuencia y ensañamiento por las mujeres.
Y he aquí un punto clave a enfocar, existen dos modelos fundamentales en la crianza y construcción social de la subjetividad de mujeres y hombres. A las mujeres se nos enseña a perdonar, a aceptar, a aguantar, a ser gentiles, a gustar, a creer que con amor, dedicación y sacrificio las cosas pueden cambiar, como dice Eva Giberti en su texto reír para complacer, mientras que a los hombres se les enseña desde pequeños que deben ser fuertes, o por lo menos mostrar fortaleza; deben tener el poder y control de las situaciones; que deben “cobrar lo que consideran faltas, como símbolo de hombría”; castigar a quienes la cometen, es decir, tienen algunas concesiones y deben hacer valer “sus privilegios” porque si no, queda en entre dicho su valor como hombre. En ese sentido, no aceptan que las mujeres sean quienes decidan terminar una relación (que ya no le satisface, no le conviene o le perjudica). En su pensamiento machista-omnipotente muchos hombres creen (se les ha inculcado la creencia) que son ellos quienes deben decidir seguir o terminar la relación.
Sabemos que es un problema complejo y multidimensional, de largo alcance, que requiere además generar mejores condiciones de vida. Entender de una vez por todas que la violencia de género es un espiral que se extiende hacia la vida de las hijas, hijos, padres y hermanxs, es decir, hacia la familia entera. Requiere, por lo tanto, una atención temprana, oportuna, permanente a ese núcleo familiar, sobre todo a las mujeres que tienen hijes, pues son los focos de atención más vulnerable de aplicación de las violencias.
Se trata, entonces, de tomar conciencia y poner en práctica como sociedad entera la importancia de formar hombres y mujeres capaces de respetar a otros, sin creerse superiores, “sin apropiarse de sus cuerpos”. También, entre otras cosas, de educar como sociedad a seres capaces de gestionar de manera positiva sus emociones, arrecheras, frustraciones, su agresividad; hacerles ver que no son los dueños (dueñas) de los cuerpos y de las vidas de los demás, pero sí son responsables de cómo actúan y reaccionan ante las relaciones de pareja o familia que establecen.
Es preciso enfocar acciones concretas hacia un buen vivir, de justicia social, para entender el profundo problema espiritual, histórico, cultural, simbólico y material de las violencias de género. Atender en paralelo las múltiples dimensiones, que aunque no es tarea fácil, hay que hacerlo; ya nuestras leyes establecen algunas coordenadas. Ahora para cuándo vamos a ponerle el pecho, por ejemplo, al reglamento de la ley. Urge despatriarcalizar nuestras instituciones y hacer que nuestros ministerios, instituciones educativas, nuestras empresas, instancias y entes adscritos de verdad transversalicen el enfoque de género, en la garantía de las políticas públicas que materialicen los derechos humanos con perspectiva crítica. Esto para que no se vuelva más un eslogan, un cliché o una campaña oportunista, ya que nosotras las mujeres, las niñas y los niños lo merecemos.
Pues bien, toda muerte por lo general es triste, deja un halo de injusticia ante los seres que amamos, pero una muerte perpetrada por la soberbia, el machismo, por la creencia de ser dueño de la vida de otras personas es algo que no merece perdón. La justicia de género debe ser eficiente, libre de manipulación, sin corrupción y sin impunidad, abarcar la atención a las familias impactadas sobrevivientes de las violencias; ero, principalmente, debemos trabajar como sociedad entera en la prevención de las violencias, en los cambios culturales pertinentes que generen una subjetividad de respeto, equidad, hacia las mujeres, niñas, niños y otros hombres vulnerados... Es necesario que nos preguntemos: qué estoy haciendo para visibilizar este problema y, más aún, qué estoy haciendo para contribuir a cambiar las cosas... es una tarea que nos involucra a todas y todos en nuestros espacios y quehaceres diarios.
Mayell hoy sigo extrañando tu dulzura, tu amor bonito. Sigues siendo antorcha que enciende nuestros corazones y voluntades. Seguimos tu voz en el camino para avanzar en una Venezuela donde se garantice una vida libre de violencia a nuestras ujeres, niñas y niños.
No estamos todxs, faltan Mayell, José Hernández, Viviana García, Eiberson, Emerson, Mía y muchas más.
Mayela Hernández