Palabr(ar)ota | Decadencia
02/10/2024.- Fueron los franceses quienes por primera vez utilizaron el término decadencia para referirse al declive de un imperio o de una sociedad en particular. Antes de eso, el término apuntaba exclusivamente a la decadencia moral asociada, como era de prever, al ámbito religioso, en especial al catolicismo.
Los intelectuales de la Revolución Francesa se esforzaron en refinar el concepto para aplicarlo a todas las civilizaciones anteriores a la que ellos esperaban modelar.
Pasados dos siglos largos, la sociedad que Montesquieu y Rousseau soñaron le arroja al mundo un subproducto llamado Dominique Pelicot, un individuo cuyo hobby , durante años, consistió en drogar a su mujer y ofrecerla sexualmente a cincuenta hombres que respondieron a la convocatoria que para tal fin hacía en internet. El lugar de las violaciones más que una cama terminó siendo un verdadero altar de sacrificio.
La calidad moral de Pelicot y, por ende, su decadencia como individuo es evidente y no requiere ninguna reflexión ulterior... pero ¿qué pensar de la sociedad que produce a un impotente como este, capaz de vender a su mujer con el único fin de obtener un placer subrogado? En realidad, tampoco es esa la pregunta pertinente. Si el crimen de Pelicot fuese uno de carácter exclusivamente individual, podríamos despachar el asunto argumentando que se trata de un monstruo, de una excresencia que no representa a toda la sociedad.
Pero lo cierto es que al menos cincuenta individuos desfilaron por el escenario que Pelicot había dispuesto para grabar los episodios en los que uno o más voluntarios violaban a su mujer inconsciente, hasta llegar a los noventa y dos videos que la policía ha sido capaz de recabar. . . . al día de hoy.
Que la decadencia va mucho más allá de la mera ruina moral de un individuo, y que se mezcla con el deterioro de todo el cuerpo social, lo ha argumentado con rabia la escritora francesa Camille Kouchner.
De los cincuenta violadores ha dicho: “Son obreros, profesores, bomberos, periodistas, estudiantes, camioneros, funcionarios de prisiones, enfermeros, jubilados, concejales… Tienen entre 26 y 74 años. Su perfil psicológico y sociológico es común y actual, muy alejado de la caricatura del monstruo que tan útil resulta para calificar a los violadores y así hacernos creer que son excepciones.
Kouchner resalta que durante años estos cincuenta violadores se prestaron a los hechos sin ningún problema de conciencia. Ninguno de estos “buenos padres de familia (…) tuvo nada que objetar. Ninguno llamó a la policía. En el mejor de los casos, se callaron. En el peor, acudieron. Para imponerse con violencia”.
De ese modo, Kouchner aleja el concepto de decadencia de su valor individual para acusar a toda una sociedad que durante mucho tiempo se vio a sí misma como faro de la humanidad y obligarla a mirarse en el espejo de esta pequeña encuesta, respondida por cincuenta y un individuo con lo mejor que tenían en su equipaje moral.
Cosimo Mandrillo