Vitrina de nimiedades | “¡Claro! ¡Te recuerdo!”

Microcaos de la memoria

12/10/2024.- La memoria es tan importante como el oxígeno, aunque sea experta en trampas. Suponemos que nos ayuda a advertir lo agradable, lo insoportable, lo urgente y lo predecible. Está ahí para ahorrarnos horas de repeticiones innecesarias y evitarnos riesgos. Es mucho lo que hace por nosotros, hasta que alguien se detiene al frente, nos mira como quien consigue la autopista libre en hora pico y suelta: "¡¡¡Hola!!! Tanto tiempo…". Pero no sabemos quién es…

Mientras el otro se despacha en abrazos, tratamos de escanear ese rostro en busca de algún recuerdo. En ráfaga, nos preguntamos si no será el compañero de bachillerato que dejamos de ver luego del acto de grado, o el primo del primo que siempre visitaba la casa. "No, estuvo conmigo en el curso aquel…", nos decimos mientras nos llega una alerta: "Epa, ese no es".

A la par de ese interrogatorio interior, este amigo no identificado empieza a hacer las típicas preguntas de actualización: "¿Y tu mamá?", "¿El resto de los muchachos?", "Tú, ¿cómo estás?". Mientras respondemos generalidades, esperamos alguna interrogante reveladora, una referencia indiscutible, una ayudaíta (a lo María Bolívar), un destello de lucidez que nos revele quién es.

A veces, el auxilio llega con algún comentario sobre personas que tenemos irremediablemente relacionadas con un espacio. Puede ser algún coordinador de la oficina, el dueño de un local que frecuentamos o algún pana cuyo círculo cercano creemos conocer.

"¡Ah! Ya me ubico", nos decimos mientras seguimos escaneando nuestros recuerdos. Al fin, con cierto retraso, vemos la luz. Ya tiene identidad ese rostro afable.

La suerte, sin embargo, se vuelve esquiva en algunos casos. Las referencias no terminan de arrojar alguna señal. Seguimos la corriente, entregados a un diálogo desventajoso. Por segundos, pensamos que nuestro pana desconocido nos está confundiendo con otra persona y aún así debemos seguir rodando por nuestro barranco mental. Queremos ahorrarnos más ridículos. Solo hay dos posibilidades: esperar un destello esclarecedor o terminar de estrellarnos contra nuestra desmemoria.

Si las pistas se acaban, queda rogar por una salida elegante. Un "Te dejo. Ya llegaron a buscarme" o "Un placer verte", mientras aceleramos el paso, parecen ser alternativas tentadoras, siempre que no nos pidan nuestro número telefónico. Ahí, a falta de memoria, queda la agilidad del aprieto: anotamos el número en nuestro equipo, simulamos que repicamos el teléfono del otro y salimos disparados de ese lugar.

Liberados de los aprietos, nos embargará la vergüenza y la preocupación por nuestra memoria. ¿Cómo nos deja a merced del despiste? ¿Cuándo decidió hacernos estrellas de semejante microcaos? ¿Puede ser peor? Como no alcanzamos a saberlo, quizás la desmemoria vendrá en nuestro rescate para perdonarnos por la vía del olvido.

 

Rosa E. Pellegrino


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