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Claro que quien se cree más, te enseñará a creerte menos

15/10/2024.- A pesar de que han transcurrido 523 años desde la llegada de los españoles a América y poco más de doscientos de los procesos independentistas en el continente, todavía encontramos que la discusión sobre si fue un "encuentro civilizador" o un genocidio se mantiene vigente. Esto da cuenta de dos cosas: primero, de que la independencia ideológico-cultural es un proceso mucho más largo y difícil que el de la independencia político-militar; y segundo, que el relato de los colonizadores no solo no ha evolucionado o sufrido algún tipo de revisión necesaria, sino que se ha revitalizado en los últimos años.

Que desde España o Portugal se sostenga la posición aquella de que los habitantes de estas tierras eran salvajes y ellos los civilizadores portadores de la palabra de Dios, no es realmente sorprendente. A estas alturas del partido, siguen creyendo en la superioridad racial y geográfica. A pesar del descalabro que sufrieron como imperio, habiendo perdido a manos de otras potencias prácticamente toda la inmensurable fortuna extraída de las colonias, hay un rasgo cultural, una suerte de orgullo identitario que perdura en el tiempo y que sirve para sostener lo que claramente fue un azar (en términos del encuentro del territorio) y un despojo.

El derecho de conquista no es solo una vieja doctrina, es la expresión de un pensamiento real y vigente cuya aplicación nunca ha cesado. No son los imperialistas —devaluados o no— quienes voluntariamente cambiarán para mejorar el mundo. Para superar una actitud casi instintiva como esa (el dominio del más fuerte) hay que dejar, entre otras cosas, de asumirnos como el eslabón naturalmente débil. La tarea de convencimiento es propia y sus consecuencias son peligrosas. Despertar y ver de manera racional que no somos menos que nadie supone exponerse a la ira de quienes sí están convencidos de ser más y mejores. Es una lucha eterna y hay que darla.

La colonización y sus consecuencias nos siguen rondando; también son parte de nosotros, pero como con cualquier otra herencia nefasta, es nuestra responsabilidad como pueblo la de reivindicar aquella otra que también nos pertenece. No con revanchismos que nos nieguen, pero sí con toda la determinación a que se nos respete y se reconozca que la conquista fue un proceso violento, cruel e impositivo, que poco tuvo de saludable para los pueblos originarios del continente. Fue un genocidio y nos reconocemos hijos de una madre violentada.

 

Mariel Carrillo García


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