Palabras... | Ayllú

17/10/2024.- El violín de Luján iba pegado a mis oídos, como las hojas secas caídas en el otoño de Vivaldi, con su alegre melodía de gallo estrenando canto.

El charango de Aldana, asomando por las ventanas de los pueblos del sur, tenía la belleza del canto dulce y melancólico del huaino boliviano.

Ambas melodías juntas, más ellos dos: Juan, con su guitarra olorosa a Falú, y Solana, con el chelo marcando el pulso de Astor Piazzolla, habrían podido medio armonizar el mundo para soportar tanta maleza, pero había primero muchas cosas personales por querer hacer y no había tiempo para demorarse en amar un principio y su color Frida Kahlo.

Todos nos fuimos, cada quien por su lado, soñando con un rayo de luz que nos alumbrara ese día y pensando luego estar seguros de bajarnos, en un descuido, de alguna vuelta que diera el mundo, para volvernos a encontrar en el caminito aquel de la hermosura.

Desde entonces, esperando que amanezca, no nos volvimos a ver, ni al rayito de luz, ni al descuido del día para bajarnos, en ninguna vuelta de las que hasta ahora ha dado el mundo con nosotros.

Mientras tanto, cada quien anda con su música y su verso, como la vida: en otra parte.

 

Carlos Angulo


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