Aquí les cuento | Cuajao sabroso (IV)

18/10/2024.-

—Cuando la conversa se ponía más interesante, llegó el cambio de guardia y te fuiste para allá, dentro del cuartel.

—Así siempre ocurre. Algo sucede cuando uno tiene más interés en el asunto… ¿Todavía sigues trabajando en el estacionamiento?

—¡Claro, todavía estoy ahí! Robinson me dice que, poco a poco, puedo ir aprendiendo cosas de mecánica y mejorar los ingresos, porque lo poco que rasguño me alcanza solamente para medio comer. Pienso realmente que en los liceos no le enseñan a uno nada, y te digo que la mayoría de los muchachos sale de bachiller sin tener un oficio, ¡sin saber hacer nada!

—Bueno, eso es una de las cosas que tendrán que cambiar, porque ¿qué va a ser del país si nadie aprende un oficio útil? Las escuelas deben enseñar a la gente, a los muchachos, a hacer cosas necesarias para la vida… pero dime: ¿qué fue lo que le pasó a Robinson allá en el cerro, cuando se lo llevaron los tipos armados?

—Ya te dije que para todos en la casa fue una sorpresa cuando regresó, sano y sonriente, a la hora de comerse el cuajao. ¡Todos le preguntaron qué le había sucedido! Él lo que respondió fue que venía con mucha hambre y quería comerse un buen trozo de aquel pastel de pescao seco, que se le veían los mapueyes, y esa ensalada que mostraba los trocitos de papa y zanahoria cortados con la precisión de un fabricante de dados…

Una vez que se acomodó en la mesa, todos volvieron a sentarse y buscaron la ensalada de gallina y las pepsicolas que habían metido en la nevera. En un rato ya estaban comiéndose aquel suculento plato de la cultura oriental.

Todos entendieron que Robinson estaba nervioso (chorreao, pues) después de haberse entrevistado con el Teretere, quien era, ya sabes, el Papá de los Helados del malandreo allá en el barrio…

Pero, si a ver vamos, el tal bandido era hijo de una señora que había venido de Lezama, llamada Teresa Carpavire. Esa señora fue una mujer ejemplar en el barrio, y el apodo del famoso personaje se deriva de cuando era niño y se le pegaban los platinos. En la escuela, cuando un día la maestra lo interrogó para saber el nombre de sus representantes, él dijo: "Tere… Tere… Tere… Teresa, Teresa Carpa…Carpa, ¡Carpavire!". Desde ahí, los niños, quienes también son venezolanos y les encanta el chalequeo, empezaron a llamarlo así.

La gente cuenta que, desde muchachito, se la pasaba peleando con cualquiera que le llamara Teretere. Cuando lo veían subir hacia la casa, por todas las veredas y escaleras, lo que se escuchaba eran voces con los labios apretujados, diciéndole: "Thiritiri", "Triquerire", "Trurrurrucurru", y todos aquellos sonidos parecidos, que el muchacho asumía como insultos. Respondía lanzando pedazos de bloque, porque piedras no había, ya los vecinos habían encementado todas esas veredas, y la calle, hasta allá arriba. Mira que de esa forma la lluvia corre sobre el pavimento. Poco a poco empezaron a superarse los derrumbes en los barrios, aquello que causaba tantas muertes entre la gente pobre de los cerros de Caracas…

Robinson le pidió prestado un plato hondo a la doña y cortó un pedazote del cuajao, más o menos así, ¡de este tamaño! Lo puso a un lado de la mesa. Los comensales se vieron la cara y los invitados cruzaron miradas inquisidoras con la doña, quien levantó los hombros, pero no dijo nada. No habían pasado diez minutos cuando se escuchó una moto sonando la corneta frente a la puerta de la casa: "Piii… piii… piii". Robinson se levantó y salió a la calle con el plato de cuajao. Al ratito regresó con dos gajos de cerveza y dos frescolitas familiares. Nuevamente, los ocupantes de la mesa se miraron las caras. Robinson les ofreció cerveza a los mayores, y aunque Doña Laurencia no tomaba, aceptó, primero que nada, para suavizar el tarugo que le dejó en la garganta el ver a aquellos chamos, casi niños, armados y llevándose a su potencial yerno perrero.

Robinson no soltó prenda. Comieron cuajao y las hermanitas de Laurytsis se dieron banquete con las frescolitas, que estaban friitas, como barriguita de foca, por no decir una barbaridad…

 

Aquiles Silva


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