Micromentarios | El virrey detective

22/10/2024.- En una fecha indeterminada entre 1833 y 1840, un herrero de la actual ciudad israelí de Jaffa —que entonces formaba parte de Siria—, se quejó de que habían robado su casa, en la que también funcionaba su taller.

El herrero estaba muy enojado por el robo y, a manera de comentario, apuntó agriamente que la ocupación egipcia de Siria no había traído seguridad a su vecindario.

Ese mismo día, Ibrahim Bajá, el virrey egipcio que vivió entre 1789 y 1848, se enteró del robo y, por supuesto, del ulterior comentario. De inmediato abandonó cuanto estaba haciendo y se trasladó hasta la casa del herrero, a quien le prometió que él, en persona, haría justicia descubriendo al autor o autores del robo.

Después de hablar con el herrero, Ibrahim Bajá convocó en el lugar a todo el vecindario. Cuando la muchedumbre estuvo reunida, ordenó a un verdugo que lo había acompañado que le diera cien latigazos a la puerta de la herrería.

Uno tras otro y sin interrupción, el ejecutor descargó los cien latigazos.

Al terminar el castigo, Ibrahim Bajá se aproximó a la puerta, se inclinó un poco e hizo como que escuchaba algo.

—¡La puerta está diciendo tonterías! —informó en voz alta a los presentes. Luego se volvió hacia el verdugo y le ordenó que repitiera la sesión de latigazos.

La multitud asistió en silencio al desusado escarmiento y no perdió de vista ni al verdugo ni al virrey, pues nadie tenía idea acerca de cómo iba a terminar todo aquello.

Cuando, al cabo de un rato y sudando a mares, el verdugo concluyó por segunda vez su faena, Ibrahim Bajá se acercó otra vez a la puerta y de nuevo se inclinó e hizo como que escuchaba.

Tras algunos segundos en los que se mantuvo en silencio, fingiendo que en verdad escuchaba hablar a la puerta, el virrey de Egipto se irguió y dijo:

—¡La puerta sigue diciendo lo mismo! ¡Insiste en que entre las honradas personas aquí reunidas está el ladrón y que se puede saber quién es porque tiene en el gorro yeso de las paredes y telas de araña de la herrería!

Mientras decía lo anterior, Ibrahim Bajá no dejó de examinar a la muchedumbre y observó que uno de los presentes levantó una de sus manos y se sacudió el gorro.

El virrey entonces hizo que sus guardias lo detuvieran y el hombre, al verse descubierto, confesó que en efecto era el ladrón que buscaban.

Con este ardid, Ibrahim Bajá, virrey de Egipto, Grecia y Siria, cumplió la promesa dada al herrero y escribió una llamativa página en la historia del ingenio humano.

 

Armando José Sequera


Noticias Relacionadas