Palabr(ar)ota | "Pluma negra"
23/10/2024.- Para escribir esta su primera novela, Pluma negra, Luis Lira Ochoa recorre con nuevos bríos varios caminos conocidos.
El primero de esos caminos conduce a una ruralidad poco común en nuestra literatura actual, tan pagada de su carácter urbano. Haciendo acopio de memoria y vivencias, Lira Ochoa ubica a sus personajes en un ambiente pueblerino que recuerda el escenario de algunas de nuestras novelas más aguerridas del siglo pasado, empeñadas en la denuncia de la pobreza, el abuso gubernamental y el avance de las compañías petroleras.
El motivo de las peleas de gallo, de tanta fuerza idiosincrásica, se convierte en estas páginas en alegoría de una conflictividad social expresada por medio de un lenguaje que, a consciencia, propone y trabaja a fondo en un estilo propio, con una novedosa manera de asumir la oralidad.
El relato de Pluma negra lo lleva un narrador omnisciente cuya voz, sin embargo, se acerca mucho a una forma de discurso interior, que no es necesario asimilar al famoso monólogo interior de James Joyce. El discurso de esa voz que habla en Pluma negra es mucho más lineal, homogéneo y coherente que el del monólogo interior, pero, aun así, no le es fácil al lector escapar de la sensación de que al tiempo que nos habla, ese narrador se habla a sí mismo: lo que se hace evidente por medio de ciertas estrategias sintácticas recurrentes de principio a fin del relato.
Algunas de esas estrategias se asocian con el discurso oral por medio de un uso particular de la reiteración y por la abundancia de ciertas frases enfáticas que no suelen aparecer en el discurso escrito. Frases como “así dijo Ella” o “así pensó Eduardo” hacen que el relato oscile permanentemente del interior al exterior de la consciencia que narra, al tiempo que adquiere las características propias del discurso oral, en el cual la economía del lenguaje pasa a un segundo plano.
Estos juegos verbales apuntan a una saludable experimentación formal que se cuida mucho, al mismo tiempo, de no romper con el discurrir de la anécdota que fluye sin alteraciones temporales o espaciales.
Pluma negra incluye, además, personajes y peripecias que, aunque con conocidos antecedentes en nuestra literatura, se presentan aquí con claras diferencias en el desempeño de sus roles. Basta con pensar en la humilde y honesta campesina que, frente a la indecisión de su pretendiente, en vez de esperar indefinidamente por un amor irresoluto, opta por el mejor partido del pueblo.
Otro tanto puede decirse de la figura del Gringo, un personaje al que nos acostumbró la novela de tema petrolero. Si bien el asunto del petróleo es aquí tangencial, se actualiza periódicamente a lo largo del libro gracias a la presencia de este Gringo. Aunque sabemos que su interés en adquirir la mayor cantidad de tierra posible está relacionada con la existencia del bitumen, no se explicita en ningún momento su pertenencia a una compañía en particular; antes bien, sus actos parecen responder a un interés particular que lo lleva a involucrarse a fondo en ambientes tan populares como las peleas de gallos.
En contraste con las anteriores novelas de tema petrolero, hay en Pluma negra un final no exento de ingenuidad, donde los campesinos expoliados por el Gringo recuperan sus tierras gracias a la oportuna intervención de la justicia. El asunto resulta poco verosímil, pero, de otro lado, a nadie le hace daño un poco de optimismo.
Cósimo Mandrillo