Crónicas en bici: Rodando con Fidel Barbarito

Antes, o después, de Gradillas a San Jacinto, o viceversa, Stefany Hernández venía por el lado de los helados; nosotros, por el de los cocos, que es el mismo de La Mansión Gradillas, donde vivió Miranda un rato.

El abrazo fue cariñoso y ella lanza, de una, mientras empieza a caminar hacia ninguna parte: “Tengo las dos bicis en el carro”.

La mente, o “el hoyo”, como dijo la campeona mundial de ciclismo BMX más tarde en Artesanos, la cafetería que está en la esquina La Torre y que antes de la pandemia se traía su producción de golfeados en “carrito por puesto” desde la avenida Urdaneta; ahora, vende un chocolate que “es el mejor”, según la ciclista, que es distinto del “hueco” que vio cuando pasó y se ganó la medalla de oro en esos 469 metros. La mente, entonces, se me metió en el hoyo del despecho editorial. Pero del despecho a la alegría, como dice el cantor. Repetirse, recontarse, redefinirse. Ayunarse.

Fidel Barbarito, con quién rodé por el parque Ezequiel Zamora, me pide que lo llame “bicicletero”.

Chocolate

María Antonieta Peña, la cantora, periodista y enfermera, tenía enfrente una ensalada, digamos, abundante. Le invadimos la mesa. Nos mostró una foto con Ralph Goncalves, Primer Ministro de San Vicente y Las Granadinas, a quien le dieron el título de Doctor Honoris Causa en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Peña le entrevistó. Cargaba sus celulares, comía, trabajaba, hizo un par de selfies.

“Tengo hambre”, dijo después del abrazo la ciclista, y compartió un poco de su chocolate. “Mándale un mensaje al fotógrafo”, y mando el mensaje. “Siéntate allí”, y ahí me siento. Luego, confiesa, antes que entrara en el hoyo (yo, no ella): “Hablé con la editorial tal”. Y la nombró. Y va a publicar su libro. Y espero porque voy a rodar, también, con Hernández. 

La entrevista

A las nueve en punto, Fidel Barbarito estaba en la sede de la Uneartes cerca del Teresa Carreño. A las nueve y dos, llega el mensaje de wasap: “estuve en el lugar acordado”. Rodar es movimiento.

El profesor de esa universidad, “¿Tú das clases de qué?”, dos días antes, en una bicicleta que él mismo está restaurando, llegó desde su hogar hasta su trabajo pedaleando, después de muchas dudas, por primera vez. Que si el sudor, la ropa, las manchas, la calle. “Doy clases de Proyecto artístico comunitario; Historia crítica de la música y Formación crítica para las artes”. Atiende como a sesenta estudiantes.

Barbarito es un bicicletero que sabe rodar en Caracas. En la avenida Baralt, debajo de Puente Llaguno, venden tomates, cebollas, calabacín. Tres bolos cada bolsita de tres tomates, o tres cebollas, o un calabacín.

En esa misma avenida, cruzando para el Ezequiel Zamora, un motorizado y Barbarito casi chocan. Buenos reflejos del caraqueño. Cornetas, motores acelerados y sin movimiento, un “¡Apártate, viejo!”, que grita un colector; otro motorizado en contra vía y le pongo el grabador cerca, muy cerca, al músico, cantante, al llanero: “Esto es una ciudad, ya te había dicho, carro céntrica; tiene una jerarquía de poder: lo que pega más duro es lo que pasa primero. Están los camioneros, los de las busetas, después los tipos que andan en camionetas, que es otra categoría: camiones disfrazados de camionetas. Unos tres cincuenta disfrazados de camioneta picó. Después están los carros, las motos, las bicicletas y después el peatón. La jerarquía de la movilidad dentro de la ciudad depende de esa conciencia de poder; un poder, además, que es autoritario y conquistador. Creo que la bicicleta es un recurso, o es una ruta, un camino existencial para la descolonización, así como es la alimentación, así como es decidir que en mi casa no entran los productos de la agroindustria, no consumo productos realizados a través de la práctica capitalista de la agroindustria, no consumo ultra procesados porque además, mi cuerpo, es mi primer espacio de soberanía, desde lo existencial. Transformando la alimentación, hábitos, tratar de avanzar hacia una ciudad más humanizada, más peatonal, más bicicletera. Fíjate toda la infraestructura que hace falta, espacios para circular, para guardar las bicicletas, pero si no hay usuarios, ninguna institución va a poner estacionamiento de bicicletas”.

 

 

Otra vez antes, en la cafetería del rico chocolate, Hernández, la campeona, habla del ayuno y entrenar, de meditar y de entrenar. Peña termina toda su ensalada, los artesanos, que visten como artesanos, que ignoran los prejuicios, comparten el pan y Stefany, cuando nos abrazamos otra vez, luego de la llegada de “la mejor abogada de este país”, me dijo cerca del oído que otro día haríamos la entrevista y la rodada. No era Ana Cristina Bracho, por cierto. “No caigas en el hoyo”, dijo entonces la ciclista por el tema de publicar con otra editorial.

El Silencio

Rodamos. Las voces se escuchan lejanas; los ruidos de esta ciudad apagan las preguntas de Barbarito por el servicio mecánico de las bicis, por las herramientas que le faltan, por las características de su vehículo de dos ruedas, una bici montañera de los años noventa del siglo pasado. Las subidas del Ezequiel Zamora son suavizadas por ese silencio increíble de tanto jardín bullicioso de pájaros. La primera vez que Fidel manejó bicicleta, fue con una prestada, de una prima. Barbarito es un tipo que maneja con destreza; cede el paso a los peatones y anda con esa temeridad que suele acompañar a algunas personas que pretenden eso de tener soberanía sobre sus cuerpos. “El volante era como ovalado, frenos contra pedal, asiento de banana; era una bicicleta muy rara, color pastel, de los años sesenta pero futurista. Tenía como 6 o 7 años”.

Después de eso, se mudaron a Calabozo. “Vivíamos en una finca. Nosotros no teníamos bicicletas; teníamos caballos. Llegaron unos primos con bicicletas y mi hermano y yo nos empeñamos con la bicicleta y los viejos nos la compraron. Eran unas BMX, rin 20”.

La guacamaya queda grabada y no escucho a Barbarito. “En el llano…bueno, en toda Venezuela, hay una transformación del paisaje que hace el ser humano que se llama empréstito; eso es una vaina que cuando el gobierno hace una carretera nacional, agarra tierra del terreno circunvecino al proyecto vial para hacer terraplén; te estoy hablando de la carretera que conecta Calabozo con el Parque Agüaro-Guariquito, hacia el sur del estado Guárico. Esos empréstitos, unos rolos de huecos, en invierno se llenan de agua, y eso era el lugar perfecto para lanzarse con todo y bicicleta contra la vaina esa”.

Con razón.

“Había unos farallones, uno ponía una rampita y se lanzaba con todo y bicicleta pa llá”. Ya vamos casi llegando al final de la subida. Pasamos el Gazebo. “Muchas veces la bicicleta se perdía en el fondo, había que meterse, sumergirse varias veces… imagínate cómo estaban los ejes de esas bicis”.

 

Conocedor, Barbarito habla de “coronas fijas”; son aquellas bicicletas en las que puedes pedalear para adelante… y para atrás. Frenas con la reacción. “Hay una buena foto aquí”, dice el bicicletero. “Hacer ejercicio de fuerza en ayunas ha sido una vaina sanadora”, afirma Fidel mientras mira la plaza Caracas. Y el Cuartel de la Montaña. Ya volvemos al tema del ayuno; los libros, de repente: “Los formatos en los que el ser humano va plasmando su experiencia de vida, sus intuiciones, su sensibilidad, va cambiando con el transcurrir de la historia. Yo disfruto mucho el papel, porque además siento que me descansa la vista. Hay un montón de información a la que yo nunca habría podido tener acceso si no existiesen esas plataformas y estuviesen esos libros en esos formatos digitales”. Fidel tiene una biblioteca de un montón de libros leídos y por leer. Le gusta subrayarlos, hacer notas al margen, esas que también “retratan el momento en que estás leyendo eso que estás leyendo”.

Fabiola José y Simón

“No se puede manejar bicicleta sin una sonrisa”. Ajá. Riéndose él, riendo la familia. “¿Dónde conociste a Fabiola José?”

Y me cuenta. Una clase, un taller de ópera, técnica vocal, expresión corporal, actuación y música vinculados, hasta que después “de mucho tiempo de amistad, por cierto, nos enamoramos. Nuestro hijo es Simón Ernesto, tiene catorce años, para mí, es un maestro. Además me ha hecho revivir muchas cosas de mi niñez, de ese tránsito de esa primera juventud que es tan compleja y que a esta generación le tocó en un contexto… ¡mira, allá va una lavadora!”.

Y la vi. La lavadora era el morral del motorizado, via San Martín. En noviembre de este año 2022, lectores del futuro, una lavadora se podía alquilar en diez dólares, por 24 horas. Un motorizado deja la moto afuera, entra en el ascensor, deja la lavadora y la busca al día siguiente. Si ese día se va el agua, si esa noche no llega… y no llegó.

El tipo de la lavadora se va.

“Una garúa no me detiene”, me dijo Fidel por si acaso, confirmando la rodada el día anterior. Habla de su maestro: “En el contexto venezolano, Simón, que está ahora muy interesado por la historia, me pregunta, haciendo referencia a las guarimbas, si eso fue una Guerra Civil. Hubo un enfrentamiento en el que el sector mayoritario de la población no entró en la dinámica de la guerra. Había un sector poderoso y notable desde el punto de vista comunicacional enfrascado en un proyecto de guerra civil que, felizmente, el pueblo sabio y paciente venezolano no tomó esa ruta”.

Rodando con el presente

En la mañana, la frase “entender la forma de alimentarse de una manera ancestral” chocó con el retraso. Barbarito es puntual, aunque también se ha quedado dormido. El tipo de la lavadora no llamaba, el agua se ausentaba y Fidel argumentaba: “Hasta antes del siglo veinte, la gente no comía cada dos horas, pana. Nos la pasamos comiendo, entonces el sistema digestivo está permanentemente estresado, y el cuerpo está en función de la digestión de la basura que nos comemos. Es el gran negocio de la industria agroalimentaria. El ayuno permite que el cuerpo genere procesos de auto sanación, de auto reconstitución de las células, de los tejidos. Ayunar 16 o 18 horas diariamente (incluye las horas que duermes), te garantiza generar el proceso de combustión de la grasa acumulada en el cuerpo porque no las utiliza. Después que eso sucede, que son utilizadas, metabolizadas, hay un proceso en el que las mismas células sanas consumen la energía de las que no lo están. La piel no es la misma de hace diez años; son otras células. Tan sencillo como que con el ayuno intermitente las células van eliminando las posibilidades de enfermedad, con una inteligencia ancestral, que nos pertenece a todas y a todos y que ha sido adormecida por un proceso de enfermedad al que las industrias alimentaria y farmacéutica nos ha sometido durante todo el siglo veinte y lo que va del veintiuno”.

La bajada

Nos sentamos un rato en otro café, allá arriba en el Ezequiel Zamora. Otra vez antes, no supimos qué era lo que estaba tirado en la subida; restos de la comida de guacamayas o loros. El café espresso, servido allá arriba, incluye un vasito de agua del mismo tamaño. El bicicletero admira las mesas, la tranquilidad del lugar. Debajo del Arco de la Federación, Guerra Federal mediante, el piso, si llueve, es muy resbaloso sea cual sea el caucho que tenga su bici. Barbarito a veces usa el carro, a veces la moto, ahora rueda y anda a pie.

Próxima entrega: Un poco más de Barbarito... y la Filven

GUSTAVO MÉRIDA / CIUDADCCS


Noticias Relacionadas