Palabras... | El fervor que queremos
En las relaciones internacionales, practicamos nuestra solidaridad con hechos, no con bellas palabras.
Fidel Castro
24/10/2024.- La solidaridad es la mayor prueba afectiva de que no hemos muerto todavía como seres humanos. Si usted empuja con su brazo hacia abajo, y el mío con el suyo, y el otro sigue igual, nos volveremos movimiento y saldremos remando todos juntos a mirar el sol de lo que amamos como pueblo, y ser de nuevo ilesa probabilidad. Tal vez pudimos haber hecho mucho más por el bien de todos, el planeta y su naturaleza, pero solo teníamos el día y la noche. Debe ser bello morir si se ha hecho lo que nos corresponde con gratitud, por el hecho de haber tenido la suerte y el coraje, luego, de vivir como un deber con la totalidad de la vida misma, en cualquier parte.
Por eso, en nombre de los sentimientos más puros que aún no permiten que muera la ecuación que dio origen a este increíble mundo.
De la sabiduría codificada, intacta bajo tierra, en las cenizas, en las piedras, los círculos y el silencio que a nadie delató.
De las últimas densas palabras de honor con que nos impulsaron los caídos y las primeras convicciones que se levantan por esas voces, convenciendo con mayor profundidad a los que continúan en la lucha justa de hermanar a los pueblos en sociedades amorosas y conscientes.
De nunca más tomar decisiones para vender o comprar guerras mundiales, ni químicas, ni biológicas, ni nucleares, contra nada ni nadie, ni contra lo vivo ni muerto.
De sembrar mundos sin cementerios de hambre; sin ejércitos, para hacer la más hermosa de las batallas; sin odios étnicos, ni de género, ni de clase; sin explotación del ser por el ser, incapaz de usar jamás el poder para idiotizar a poblaciones enteras y vivir a mansalva de la enfermedad de los otros; ni Hiroshima, ni mi pueblo, ni mi padre, ni mi madre, ni mi hermano, ni mi hijo, ni mi vecino, ni un niño muerto de pobreza. Fuera de toda mezquindad política, egoísmo visceral, torpeza económica o miseria humana.
Acuerdo, con la sabia fuerza armónica y colectiva que me heredan los antepasados. Con la pasión hermosa y el sencillo orgullo de estar vivos sobre la cara bella de esta madre tierra. Por la lágrima dulce que no esconden ni se limpian los agradecidos de revivir gracias a una mano solidaria, que no por desconocida es extraña a la condición suprema de querernos.
Decido, teniendo los brazos en alto de todos los niños y niñas que aún respiran sobre esta circunferencia amada, que a nadie desprende.
Teniendo el corazón sereno de los seres que aún conservan y aportan el conocimiento y la fortaleza por defender con el mayor respeto estético y ético la lealtad y el derecho a no morir en vano.
Entregar, con el permiso de la mano protagónica de los pueblos humildes que habitan la generalidad de esta geografía universal, el Premio Único Mundial de todos los premios, grados, condecoraciones, distintivos, nombramientos, diplomas, reconocimientos habidos y por haber, de la paz, al ser nuevo que un día imaginó el Che, y seguramente no sabía que ya existía y lo tenía al lado: Fidel Castro Ruz.
Por su legado en defensa del planeta y una querida, amable y justa población mundial.
Y a la República Socialista de Cuba, el Premio de Todos los Tiempos y de Todas las Historias, como el pueblo más solidario y querido del universo.
Sellado y refrendado, sujeto a un gran sentido de agradecimiento, de parte de todos los pueblos desamparados del mundo, y envuelto en la alegría obtenida de las cosas más sencillas y humildes por los pobres de esta tierra, y de mí mismo.
Firmado bajo el cielo azul de los seres libres, sobre la sagrada corteza terrestre de América Latina, la mayor reserva de afecto existente todavía sobre la totalidad de estos continentes, y con la venia de toda la certidumbre en que me ampara la verdad y el derecho a soñar una humanidad distinta.
Monterrico, océano Pacífico
Marzo de 2020
Carlos Angulo