Libros libres | Cinco movimientos de la ficción en J. M. Parada
25/10/2024.- La ficción breve venezolana del siglo XX comenzó a gestarse en los años sesenta, en autores como Alfredo Armas Alfonzo (El osario de Dios) o Luis Britto García (Rajatabla) —quienes ya habían bebido de Julio Garmendia y de J. R. Pocaterra— y fue alimentándose de autores hispanoamericanos como J. L. Borges, Augusto Monterroso o Juan José Arreola. Poco a poco fue creciendo su radio de influencia hasta producir obras sostenidas en un buen número de autores que, en el trascurso de varias décadas, han merecido numerosas antologías y trabajos académicos en España y los países latinoamericanos, donde esta forma narrativa cuenta con estudiosos universitarios y con traducciones en varios idiomas.
Dentro de esta forma del relato breve, asistimos a la aparición de varios autores jóvenes, entre los que se encuentra Juan Manuel Parada (1980), a quien conocí en Yaracuy cuando él se dedicaba a labores periodísticas, publicitarias, editoriales y dirigía la revista Yaracuy Oculto, en los años noventa. Después fundó una editorial de mucha calidad y entró en la política, donde también se ha destacado en los últimos años como alcalde del Municipio Peña, en el estado Yaracuy. De su bibliografía como escritor, sobresalen los libros El rastro del general y otra docena de cuentos (2012) y Poética de la rebeldía (2012).
Recientemente, hemos asistido al lanzamiento de su nueva obra La invasión y otros breves movimientos (2024), editado por Senzala, con un diseño de primera calidad. En esta ocasión, su autor se dedicó a organizar sus narraciones cortas de los últimos años, para en agruparlas en apartados que denominó "movimientos" (¿a la manera de obra musical?), mediante un riguroso orden que dio como resultado un volumen coherente en cuanto a visión y lenguaje ficcional. Incluye también textos de otros libros suyos, así como algunos inéditos, logrando una certera unidad narrativa, caracterizada por la sorpresa, el humor, los ludismos y las parodias.
En el primer movimiento, da cabida al texto más extenso del conjunto, el cual le otorga título al volumen: La invasión. En el segundo, presenta cinco textos vinculados a la pasión, la violencia o las situaciones de poder. En el tercero, los trabajos se van acortando en extensión y ganando intensidad en las tramas, siempre movilizadas hacia situaciones límite y caracterizadas por el uso de la ironía. En los movimientos cuarto y quinto, la extensión de los textos es directamente proporcional a su intensidad verbal o al impacto de sus tramas. Al final de uno de los textos más breves, para benéfica sorpresa, su autor lleva a cabo un reconocimiento a un tal Jiménez Emán.
El autor tiene incluso el atrevimiento de enfrentar a cuentos y microcuentos, como si ambos estuvieran en un ring de boxeo, y en un segundo texto parodia el cuento El hombre de los pies perdidos:
Cuentos versus microcuentos
Un cuento y un microcuento coincidieron en un bar. Caso terrible si consideramos lo conflictivo de uno y lo abrupto del otro. El mesero les sirvió sus rones, tembloroso, y huyó tras la barra. El duelo sería violento y, como dicen los cuentacuentos de Humocaro Alto, "cuando se mata a un cuento, se mata a todos los cuentos".
Un crítico, que alguna vez se embriagó, asegura que el problema surge cuando un editor los compila en el mismo volumen.
Cinco rones después, cuando cada uno desenfundaba el más eficaz de sus argumentos para destruir al otro, apareció un hombre barbudo, de cabellos sobre los hombros, en harapos, y los miró con tanta ternura que los hizo temblar de miedo. Solo así se evitó la extinción de ambos. El mesero dice que fue Jesús, pero el crítico, como buen ateo, asegura que fue Quiroga.
Un beso creativo
A Jiménez Emán, el escritor de los cuentos perdidos
Un par de labios llegan a un bar a tomar una copa de vino y encuentran a otros labios con quienes beben hasta la ebriedad. Una pareja coincide, en la entrada de ese bar, con el mismo propósito de embriagarse, pero no tenían labios y estaba prohibido pasar sin ellos.
—No pueden venir sin labios —dijo el portero, cortante—, aunque vi en la barra unos que podrían acompañarles.
La pareja se mira con ojos de "encontramos nuestros labios", pero no logró reconocerlos cuando los vieron aparecer, todos ebrios y morados. No les quedó más remedio que resignarse a los besos tristes, sin vino y sin labios, mientras ellos, los labios, hicieron el amor sin cuerpo con el uso de la lengua, es decir, con las palabras.
Juan Manuel Parada
Gabriel Jiménez Emán