Estoy almado | El ingenio de Barrancas
03/11/2024.- El video que me envían unos paisanos por WhatsApp muestra una embarcación surcando las aguas color marrón oscuro del río Orinoco. Al final del bote se escucha el estruendo del motor en pleno apogeo. En la parte trasera está sentado un pescador con la piel tostada de mediodías de navegación. Se puede ver al pescador navegar con la mirada serena, como de quien disfruta de lo que hace.
Cuando la embarcación se adentra en la inmensidad de Orinoco, la mirada del pescador se torna más vigilante, como descifrando en cuestión de microsegundos por dónde debía navegar para llegar a Barrancas del Orinoco, la población más vieja del país (con más de 3.000 años según los investigadores), situada al extremo sur de mi natal estado Monagas, a 118 kilómetros de distancia de Delta Amacuro.
Ese video que me envían pudiera entenderse ingenuamente que mientras uno anda acá, en la capital, preso de las rutinas del tedioso urbanismo citadino, en el río la vida es más sabrosa.
Pero no es así. Nada de eso.
El video es una añoranza de los pescadores, pues la vida en Barrancas no se concibe sin la pesca. En una buena racha podían traer a tierra entre “15 y 20 mil kilos de pescao al día”, cuenta en un audio, Gabriel, uno de los pescadores más experimentados. Las embarcaciones venían hasta el tope de coporo, cachama, morocoto, curvinata, rayao y dorado. Con eso alimentaban a sus familias y el resto lo vendían a precio solidario entre los habitantes de Barrancas y los mercados populares de Uracoa, Temblador, Tucupita, entre otras poblaciones de la región oriental.
Es de Barrancas el famoso plato oriental de morocoto frito o guisado al coco. “A nivel central” (como dicen ellos para referirse a los que estamos en Caracas) no saben nada de eso. Tampoco se conoce que ahora esos pescadores no puedan navegar como siempre lo han hecho desde que sus ancestros de origen Arawaco se asentaron en la zona bajo la conducción del olvidado cacique Uyapari.
Si pudieran, hoy salieran en cambote a pescar antes de que el sol brille en la mañana; antes de que el sol candente de la mañana derrita el hielo que se llevan en la embarcación para refrigerar la pesca de vuelta a casa. Pero desde que sucedió aquel infortunio no pueden hacerlo, al menos no todos.
Una mañana se dieron cuenta de que los 10 motores para trasladarse en las embarcaciones, todas las redes, las boyas y todos los equipos de trenes, ya no estaban en su lugar. Fue un hurto que les golpeó las esperanzas.
Pero con toda certeza puedo decir que los de Barranca no se rinden tan fácilmente. En momentos difíciles, a ellos los salva su sabiduría para sembrar a orillas del Orinoco: conocen el tipo de terreno, cómo trabajarlo adecuadamente y precisan cuál es la mejor temporada para cada rubro, mejor que cualquier ingeniero agrícola. Sus cosechas lo ratifican: el intenso verde de sus pimentones cautivan a cualquiera, no importa si te lo envían por una imagen de WhatsApp.
También sorprenden sus ajíes anaranjados y sus exuberantes montículos de auyamas, donde se sientan los hijos de los pescadores, con sonrisas desbordantes. Veo en el rostro de esos guarichos más felicidad que en las decenas de selfies que circulan en las redes.
Puedo dar fe que allá en Barrancas no solo son capaces de producir tres toneladas semanales de queso, también son arduos hacedores de sonrisas, lealtades y constancia.
La verdad, estos pescadores-productores son un pequeño grupo que se valora como colectivo. Por algo se hacen llamar el ingenio agropesquero palital. Es una lástima que aún no tengan registro de comuna productiva porque “los tienen mareaos”-así dicen- con papeles y más papeles que le solicitan los organismos públicos, sin que nada pase.
Eso ocurre porque al parecer en Barrancas del Orinoco (municipio Sotillo del estado Monagas) el burocratismo es mala consejera para los pescadores y productores. Ellos lo llaman la “rosca”, en alusión a unos “pescadores de maletín” que, según cuentan, arrasan con todo a su paso: los créditos, el apoyo logístico y la atención social que caracteriza a la Revolución.
“Ojalá que a uno lo atiendan, lo que queremos es hacer las cosas bien”, me escribe Rafael, líder de este ingenio productivo.
Mientras luchan por ser visibilizados como pescadores les preocupa que pronto llegará la temporada de coporos. Me dicen que para sacar una buena cantidad hay que navegar río adentro, donde la bravura del Orinoco no admite novatos. Cuando logran conseguir un motor para mover una embarcación, se encuentran con la escasez del combustible. Están conscientes de que es un problema complejo, derivado del bloqueo.
Y a pesar de que sus capacidades están mermadas por el robo de sus motores, solo piden que les garanticen la cantidad de combustible necesaria (12 tambores) para reactivar la pesca por la que dan la vida, y también para sacar las cosechas de patillas, auyamas y melones antes de que se les pudran, como ya lamentablemente les ha ocurrido.
Qué bueno sería que los próximos videos que me envíen por WhatsApp sean de botes otra vez en movimiento, con motores en marcha, y cargados de más ingenio agropesquero palital en Barrancas del Orinoco. Ojalá así sea.
Manuel Palma