Caraqueñidad | De San Bernardino a San Malandrino

Segunda parte de San Bernardino fue, pero ya no es

07/11/22.- La palabra era caché. Estar cerquita del centro y vivir con clima agradable, en grandes casas con ciertas comodidades que rozan con el lujo, o en espaciosos apartamentos de edificios de escasos pisos, con amplias avenidas. Un manjar como para no fallarlo. Una suerte de miniciudad que con su crecimiento y su demanda se fue poblando de muchas clínicas, laboratorios de salud, discotecas, una importante emisora radial, el YMCA, liceos, colegios exclusivos para ciertas clases y ciertas creencias religiosas, iglesias, centros veterinarios y hasta  centros comerciales… Hasta ahí esta historia parece normal. 

Se vendía solo

La publicidad para vender las propiedades en la zona decía: “A solo diez minutos de la Plaza Bolívar se ofrece como un inmenso abanico de avenidas sin perspectivas de gran metrópolis”.

Incluso, el ideólogo que pasó de la maqueta al cemento sus ideas, Maurice Rotival, afirmó en referencia a su ciudad hija, San Bernardino: “Tiene algo de Nueva York entre un gobelino tropical de árboles y flores, sobre el cual domina una soberbia belleza del Ávila. Más que un barrio residencial,es una ciudad, una gran ciudad moderna”.

Pero planificadores, autoridades, constructores, gobiernos, habitantes, vecinos y el lobo feroz se quedaron cortos y, quizás, impávidos ante el vertiginoso crecimiento que no respetó leyes de urbanismo, de protección a la flora y fauna, ni ordenanzas ambientalistas, y muy rápido se perdieron los linderos, las maneras de ser, el respeto, la privacidad, el atrapante silencio de lo natural y lo mágico de aquel San Bernardino.

De modelo a lo común

Además de los hoteles Ávila (1943), Ástor y Potomac, en San Bernardino, con influencia del estilo Le Corbusier siguió el crecimiento: Centro Médico (1951), el edificio sede de la transnacional Shell (actual sede de la Comandancia de la Marina de Guerra), el edificio Titania y sedes de embajadas y consulados como los del Reino Unido, República Árabe Unida y Colombia.

Entre tanto concreto hecho, modernidad y comodidad, sobrevive un cono de la construcción colonial en el país, la famosa Quinta de Anauco, que hoy es patrimonio histórico y cultural. 

Crecimiento desbordado

Ese MoneyMaker que se volvió San Bernardino para quienes negociaron con sus terrenos y propiedades, desbordó los límites de la avaricia y quién sabe de qué otros pecados, pero al final sufrió el urbanismo, sus habitantes, el ambiente, la seguridad y Caracas, en general... y como siempre, ganó el lobo feroz.

Esa trampa de bueno, bonito y barato, siempre sale al final. En San Bernardino la trampa significó que su atractivo abrió paso a un nuevo habitante que desbordó por el noroeste desde San José y Cotiza; así como por el noreste desde Sarría, incluso por el sureste desde El Conde, y se perdieron los límites. Se generó eso que los sociólogos, después de tan concienzudos estudios llaman súper población.

La familia Eraso

Se descuidó todo lo referente a las orillas de la sagrada quebrada Anauco y emergieron unas viviendas que no estaban ni en el plan de Rotival, ni mucho menos son al estilo Le Corbusier.

La acaudalada familia Eraso cedió sus terrenos y hoy en su suelo palpita uno de los barrios más emblemáticos de la actual Caracas guerrera, que en nada se parece a lo prometido en aquella publicidad inicial de bienes y raíces.

Se generó un tipo de vivienda, que inicialmente ni se notaba, quizás camuflada o inadvertida gracias los bambúes,  bucares y ceibas que aún daban sombra en las caídas de agua que bajaban claras desde el Guaraira Repano.

Wikipedia solo habla de Los Erasos, Fermín Toro y Humboldt, como barrios de San Bernardino, la realidad habla de un crecimiento incontrolable que abarrota los servicios y hace la vida no tan cómoda como antes, porque contrasta desde lo arquitectónico hasta lo cultural. Se creció en cantidad, sin previsiones y los servicios ya no alcanzan.

El rancho va por dentro

El hábito no hace al monje, dice un viejo dicho. Y es así. Usted, amigo lector, puede vestirse de seda y quizás mono se queda. A San Bernardino ni lo enriquece ni empobrece un multimillonario o un habitante de la más baja clase social. Lo perjudica el irrespeto a normas y ordenanzas, así como al lógico trato humano para convivir.

Para acabar con San Malandrino hay que vencer el miedo, dar la batalla, denunciar, y sobre todo, dar el ejemplo.

Tan malandro es el “hijito de papá” que anda en moto por las aceras y que se droga porque hay dinero para sacarlo de prisión en tiempo récord, como el que invade una propiedad o como el que sube su moto en el ascensor de la Misión Vivienda.

Quien hoy pasea por San Bernardino, se verá preso entre rejas y balancines de seguridad y, quizás por el ruido de motos y carros se perderá el trinar de arrendajos o guacharacas que se niegan a huir.

Fin...

Luis Martín


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