Letra fría | Víctor Valera Mora: un ñángara enamorado (II)
08/11/2024.- De las mejores aproximaciones a la literatura del Chino, gestión que no era fácil, fue cuando la escritora francesa, maracucha y, finalmente, caraqueña Marie-Jose Fauvelles escribió: "Empuñaba la poesía como un fusil, porque pensaba que la revolución, cualquier revolución, debía hacerse en nombre de los poetas". Así lo recogió en la Revista Nacional de Cultura (1999) Miyó Vestrini, en su artículo “Para el poeta, la palabra tenía que ser la realidad”.
Ese era Valera Mora, un adalid de la revolución y el amor, porque ese fusil andaba también ensartando corazones. Por eso debo aprovechar para no ser criticado al omitir uno de sus poemas emblemáticos, Oficio puro, aquel que decía:
Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor / En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor / Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella / De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor / De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor / Saludará a sus amistades / Pensará que en otros países está nevando / Encenderá y consumirá un cigarrillo / Desnuda en el baño dará vuelta / a la llave del agua fría o del agua caliente / Dará vuelta a las dos a la vez / Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor…
Para entonces no se ventilaba el feminismo como ahora. En sus tiempos, Teresa de la Parra y María Calcaño lo sugerían afectuosamente, pero en los setenta, éramos unos machistas de mierda, más por amor que por ejercicio de la circunstancia, pero salió su gran amiga Miyó Vestrini, ¡y mandó a parar!, con un inofensivo Té de manzanilla, su poema respuesta al de la llave del agua fría o del agua caliente:
Mi amigo el Chino escribió una vez sobre cómo se sientan y caminan las mujeres después de hacer el amor. No llegamos a discutir el punto porque murió como un gafo, víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla. De haberlo hecho, le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor son los hombres que eyaculan sin rencores, sin temores. Y que después de hacerlo, nadie tiene ganas de sentarse o de caminar… Sé, porque me lo escribió en un papelito, que la frase que más le gustaba era de David Cooper: la cama es el laboratorio del sueño y del amor.
Bien lo decía el Catire Hernández D’ Jesús… u otro de sus amigos… Cuando uno va recolectando párrafos, a veces se traspapela la firma, pero casi seguro que este fue el Catire:
No se había visto antes una poesía así en Venezuela, pese a que diez años antes había publicado Canción del soldado justo (1961), donde se prefigura el potencial que habría de desarrollarse en Amanecí de bala. En el primero aparecen ya los temas predilectos del poeta: la mujer y la lucha revolucionaria; o mejor: la feroz crítica al capitalismo y sus hipocresías y el amor como posibilidad de trascender.
Valera Mora presentó —como decía su entrañable amigo, el poeta Pepe Barroeta— una inobjetable imagen de soldado de la poesía, imagen que sostuvo y festejó con el desenfrenado coraje de su lenguaje y de su vida. La poesía morada de origen y presente, tormenta, futuro interminable, fue asumida por encima de otras pretensiones, alentada siempre por un verso de Una temporada en el infierno, que el Chino hizo suyo y que repetía con el encanto de quien se sabe ganado por el testimonio y la utopía: "Hay que reinventar el amor".
Cuando me tocó prologar el poemario Poesía reunida de mi pana Alvarito Montero, amiguísimo del Chino y seguidor, yo decía, y me cito:
Si me pidieran resumir en cuatro palabras la vida y obra del poeta Álvaro Montero, no dudaría en decir que la mujer, la poesía, la música y la revolución abarcaron las preferencias de mi gran amigo. En ningún orden en particular, sino más bien, como dicen los exámenes de selección, "todas las anteriores".
Lo mismo aplica para el Chino, que siempre andaba enredado en su vida sentimental, porque era un enamorado impenitente. Hay un cuento que no iba a contar aquí, pero es tan simpático que rompo mi promesa a Reinaldo de que lo iba a obviar por respeto a esta charla medio institucional, pero él mismo me dijo: "¡Échale bolas!". Resulta que un día, por los frentes de la UCV, en Los Ilustres, se aparece un amigo, tal vez Luis Camilo, y lo ve caminando de un lado a otro y visiblemente ofuscado: "¿Qué te pasa Chino?". "¡Coño, que este país está bien jodido! ¡Son las nueve de la mañana y el marido de mi novia no se te termina de ir a trabajar!".
Para ir cerrando, porque podríamos pasar toda la vida hablando de este bardo inolvidable, recuerdo que cantaba rancheras y corridos mexicanos, pero quien mejor cuenta esa historia es Gabriel Jiménez Emán:
Yo solía presentarme con mi guitarra en aquellas fiestas y el Chino siempre se me acercaba para que cantáramos rancheras a dúo. Le gustaba especialmente una canción titulada Aquel amor… El Chino cantaba bien las rancheras, sobre todo los corridos mexicanos, pues era admirador de la Revolución mexicana, de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Se entusiasmaba mucho al cantar las rancheras y alcanzaba notas muy altas.
De Aquel amor, en esta indagada, me quedó una versión con Pedro Vargas, Luis Aguilar y Agustín Lara, en la película Los tres bohemios, de 1957, un film dirigido por Miguel Morayta, que seguramente vio el Chino en algún cine de San Juan de Los Morros. Parece que lo viera por un huequito sentenciando: "¡Que no se muera, porque si se me muere, la mato!".
Humberto Márquez