Golpe de timón | ¿Hasta dónde alcanza la nueva derecha?

La derecha avanza aun cuando pierde, la izquierda retrocede aun cuando gane

09/11/22.- Los territorios electorales ganados por la derecha internacional en los últimos años están sembrados de riesgos para los pueblos pobres, pero también de contradicciones para los partidos y fuerzas de la derecha. 

El punto de partida del actual avance derechista fue el ambiente mundial de retroceso y conservadurismo social extendido desde la caída del Muro de Berlín y la implosión de la forma de capitalismo conocida como URSS. Sin embargo, no se sabe aún cuál será el punto de llegada de esta emergencia derechista en la actual coyuntura mundial.
Aquel ambiente finisecular fue nutrido con nuevos hechos que fortalecieron la tendencia negativa. 

Entre otros, el principal de ellos fue el fracaso/frustración/retroceso del proceso revolucionario en Venezuela, un espacio nacional donde la izquierda internacional había afincado nuevos impulsos y perspectivas de dinámicas anticonservadoras y prosocialistas, rápidamente extendidas a medio continente. 

Recordemos que el chavismo nació a contra marcha de la historia, en 1992, cuando todavía se sentían los ecos y polvos del derrumbe del Muro de Berlín y de la estrambótica estructura de la antigua URSS. 

Aunque no existe una derrota del chavismo en la medida que sigue gobernando bajo nuevas formas y contenidos, tampoco hay duda de que el despliegue de ideas y militancias de izquierda, brotadas a partir de 2002, se redujeron al mínimo desde 2013-2015.

Lo que siguió fue una sorprendente desmoralización, retroceso, adaptación y deformación de la mayoría de los más de 120 movimientos y agrupaciones nuevas (y algunas viejas) que acompañaron las vibraciones del movimiento chavista, buscando renovar y replantear el proyecto socialista.

Es útil contextualizar que el avance actual de las derechas en el continente surge luego de ser derrotadas en la Venezuela bolivariana en todos los conatos violentos intentados hasta 2019 (sobre todo durante el primer gobierno de Nicolás Maduro que debió enfrentar un intento de invasión imperialista y unos 15 intentos insurreccionales y golpistas).

El nuevo cuadro político internacional se compuso de algunas derrotas electorales y temporales del progresismo desde el año 2015, pero sobre todo se nutrió de la consolidación de una franja social de mucho peso poblacional (42 al 49 por ciento de la sociedad en términos electorales), que sostiene a candidatos conservadores y de ultraderecha de la más variada especie.

Desde empresarios moderados, como en Chile y Argentina, hasta desfachatados protonazis como Uribe y Bolsonaro.

A la victoria del partido fascista en Italia, precedido por los triunfos ultraderechistas en Suecia y Finlandia, debemos sumar el peso categórico de una masa electoral de pobladores medios y pobres, que giró hacia la derecha y se ha mantenido ahí para dar victorias transitorias a algunos gobiernos, pero sobre todo para mantener acorralados y debilitados a los gobiernos del nuevo progresismo, atrapados en sistemas institucionales diseñados para ese fin.

Algunos ejemplos retratan esa tendencia. 
Joe Biden gana con el 51,3 %, pero el ultraderechista D. Trump consolida un 46,9 % de la masa electoral, con unos 74 millones de personas pobres y medias que sostienen sus ideas y prácticas conservadoras.

En Argentina, el candidato sostenido por el peronismos y el progresismo gana, pero con apenas el 48,3 %  (12,9 millones) contra el 40,3 % (10,8 millones de votos) de la derecha macrista. 

Algo similar ocurrió en Chile, donde Boric gana tranquilo con un 55,6 % (4,6 millones), pero el neoliberal Katz consolida un 44,1 %  (3,6 millones de votos) inspirado en un proyecto anticomunista de vocación pinochetista.

En Colombia, Gustavo Petro obtiene el 50,4 %, que son 11,3  millones de personas, pero su adversario del populismo derechista recibe 47,3 %, que sumaron 10,6 millones de colombianas y colombianos a quienes les importa un carajo el genocidio sufrido por esa sociedad desde el gobierno de Uribe.

De este grupo, el único caso donde las fuerzas de la derecha y ultraderecha manifiestan debilidad, es Argentina, quizá debido a tres particularidades, a) la fuerza organizada con capacidad autogestionaria de fuertes movimientos sociales urbanos, b) la memoria de resistencia y rebeldía conservada por esos movimientos desde los anarquistas a comienzos del siglo XX y c) a la presencia aún preponderante del peronismo en buena parte de la conciencia popular, como el “hecho maldito del país burgués”. 

Estas particularidades locales se manifiestan en el Parlamento con una nueva y sonora presencia de diputados y diputadas de izquierda y trotskistas, que desde el clasismo, radical y el no radical, mantienen la tradición de rebeldía.

Brasil es el caso más sorprendente, pero no por sus dimensiones y escalas geográfica, poblacional o económica, sino por el signo cualitativo del votante de Bolsonaro, que más que bolsonarista, es antilulista, antipetista y anticomunista, todo desde una posición religiosa ultrareacconaria, similar mutatis mutandi, a la del “movimiento cristero” de México en los años 20 del siglo anterior. 
Lula, con todo su prestigio, no pudo pasar del 1,9 % de diferencia en el balotage, dejando el voto derechista muy cerca del poder, con 49 millones de personas cargadas de odio de clase y racial contra la opción que entienden como “comunista”, “atea”, “negra”, “sexodiversa” y “filo chavista”. 

Esta combinación explosiva no está presente en Argentina, Chile, Colombia o Venezuela.
Observar las más de veinte carreteras nacionales con el tráfico cortado por choferes asalariados que no soportan la derrota ante la izquierda petista, sirve para avizorar la dinámica social, el embrollo institucional y los enfrentamientos que padecerá el tercer gobierno de Lula.

En esas complejas medidas, Brasil es el signo del tiempo latinoamericano actual y ese signo es de alta peligrosidad.

En Brasil se puede afirmar que Lula ganó perdiendo, una dialéctica poco habitual en disputas electorales. En la segunda vuelta sumó para ganar, pero en los totales perdió cuatro millones de voluntades respecto a la suma de votos ganados en la primera vuelta.
El clásico razonamiento de L. Trotsky sobre el fascismo de los años 20, es útil hoy para medir las tendencias, más que para registras las estadísticas: la derecha avanza aun cuando pierde, la izquierda retrocede aun cuando gane.

Sin embargo, a diferencia de la segunda década del siglo pasado, la más importante contradicción del avance electoral de las derechas es que sus victorias son por ahora, solo electorales. Hoy no están precedidas de las derrotas físicas de tres insurrecciones revolucionarias en Alemana entre 1919 y 1923, ni las derrotas en Bulgaria, Hungría e Italia en el mismo lapso.

Todavía no logra imponer derrotas físicas de sectores importantes del movimiento de masas, como ocurrió a comienzos de la década de los años 80 del siglo pasado. Al contrario, se revelan signos de resistencia en Francia, Estados Unidos y otros países.

La importancia del actual avance derechista tiene carácter sintomático respecto a la dramática patología que contienen sus montañas de votos. Son el anuncio y perspectiva de lo que se propone si no hay resistencia y si la izquierda no sabe habilitar la mejor tecnología política para enfrentarlos. Es en este punto exacto donde nace el serio peligro para la izquierda y las fuerzas que militamos por el socialismo.

Modesto Emilio Guerrero


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